Mi
prima de dieciséis años es muy activa por Twitter y Ask.fm (una red en
la que otros usuarios o lectores anónimos hacen preguntas de todo
tipo al usuario, y este responde públicamente). A pesar de que
nuestra relación no ha sido muy cercana, llevo observando su actividad
online varios años. Es una persona "rara", una friki,
aficionada a Harry Potter, The Cure, o Quentin Tarantino, y que se ha
vestido con algunos rasgos de Gothic Lolita. En
consecuencia, su adolescencia está siendo doblemente turbulenta,
porque es adolescente, y porque no encaja del todo con la inmensa
mayoría de las personas con las que se ve forzada a convivir.
Durante estos años, sin saber muy bien cuáles son las convenciones
de Ask o de su tipo de usuario de Twitter, tuve la impresión de que
los usaba con afán exhibicionista (como mucha gente piensa cuando ve
las redes sociales de gente de su edad). Comparte sus momentos malos,
sus aficiones, y contesta preguntas de lo más variopintas, a menudo
a personas a las que no conoce y de las que no sabe más que la
pregunta que le acaban de hacer. Pero este verano he tenido la
oportunidad de acercarme a ella en persona (algo que siempre había
sido una posibilidad, pero que seguramente nunca habría hecho de no
ser porque me había llamado la atención su personalidad online). Al
hacerlo, he descubierto que escribe francamente bien, que no es tan
cerrada a las relaciones personales como había pensado y que está
progresando a la hora de identificar sus conflictos con otras
personas y resolverlos; aunque, naturalmente, le queda mucho camino:
por algo tiene dieciséis años. Y, por supuesto, mil cosas más que
no habría sabido sólo viendo sus tweets. De modo que sí, hay un
aspecto inalienable de las relaciones en persona. Pero al mismo
tiempo, conocerla así ha hecho que nuestra relación online se
intensifique. Nos mandamos música, fotos, vídeos e información
sobre nuestros gustos compartidos. Y esa relación es muy real, está
presente en mi vida diaria y no sería posible sin internet. No se
trata de un sucedáneo, sino de un complemento. Además, he podido
entender mejor, al interactuar por internet con ella (cosa que antes
no hacía: era un mero espectador), esa personalidad digital que
había prejuzgado: su franqueza no es tanto exhibicionista como
reflexiva; usa Twitter y Ask como vía de escape pero también,
mediante sus respuestas a preguntas, como vía de introspección y,
mediante sus interacciones, como vía de comunicación y de puesta en
común de intereses, cuando no puede hacerlo en persona. Así pues,
de un acercamiento real, personal, se ha derivado también un
acercamiento virtual a su personalidad online, que me ha permitido
entender mejor la forma en que interacciona por internet y el papel
que estas relaciones juegan en su vida. Resumiendo: invito a todo el
mundo a aproximarse sin prejuicios a estas comunidades y a estas
personas, a las que juzgamos con mucha facilidad, y a observar lo
bueno y lo malo, reconociendo las posibilidades que ofrece al mismo
tiempo que señalando los posibles problemas que puede suscitar el inmenso mundo de las relaciones virtuales.
Para
concluir esta serie, voy a compartir la experiencia de un compañero
libanés (que también ha escrito sobre estos temas) que, recientemente, perdió a su padre. A través de su
página de Facebook, fue relatando distintos momentos, desde que le
diagnosticaron un cáncer hasta que falleció, pasando por una visita a
Líbano para despedirse. En todo momento, personas de los muy
diversos lugares en que ha vivido le lanzaron mensajes de apoyo y
cariño. Pero el día que se cumplieron dos meses de su muerte, todo
confluyó: subió la última foto que se hicieron juntos, y contó la
historia inspiradora de su padre, un intelectual progresista en
Oriente Medio, de su relación con él y de las palabras más
importantes que le había dirigido. La fuerza de la historia y de la
inmensa cantidad de mensajes positivos que le llegaron me impactó.
Unos días más tarde, subió otra foto, de una hoguera, y explicó
cómo, al necestiar contar una historia, simplemente había reunido
unos pocos leños y se había puesto a hablar. De pronto, sin que él
les hubiese llamado, aparecieron rostros de entre las sombras, los
rostros de amigos viejos y nuevos, que se sentaron alrededor del
fuego y escucharon atentos su historia. Algunos le sonrieron, le
dieron una palmada en la espalda y siguieron su camino, mientras que
otros se quedaron para comentar lo que la historia les había
parecido y darle ánimos y mucho amor.
Mediante esta bella metáfora,
mi amigo quiso decir que la idea de que las redes sociales están
acabando con las auténticas relaciones es muy simplista. Un
acontecimiento como ese nunca se habría dado sin la existencia de
Facebook. En los comentarios de la foto, todos y todas estuvimos de
acuerdo: no hay que centrar las críticas en la herramienta, sino en
su uso. De modo que si no nos gusta la forma en que utilizamos las
redes sociales, sigamos el ejemplo de la comunidad youtuber (y la
tendencia general de estos tiempos) y hablemos de lo que no nos
gusta, de lo que queremos cambiar. Puede ser a múltiples escalas,
desde nuestro círculo cercano de amigos hasta grandes grupos de
usuarios de todos los países, pero una discusión grupal es la única
vía para paliar los problemas y explotar las ventajas de una
herramienta tan potente como es internet.
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