Los
"creadores de contenido" de YouTube, como se les suele llamar,
ganan dinero a través de la publicidad que se inserta en sus vídeos.
Hay dos tipos básicos de creadores de contenido o youtubers. Los
actuales reyes de YouTube (esto ha pasado a lo largo de 2013 y 2014) son los
gamers: personas, generalmente hombres, que se graban a sí mismos
jugando a videojuegos y comentando sus partidas. Los hay de Minecraft
y de juegos deportivos, por poner dos ejemplos. La cuenta con más suscriptores
(personas que piden que se les avise cuando el usuario sube un nuevo
vídeo) de todo YouTube es PewDiePie, un sueco afincado en Reino
Unido y cuya especialidad son los juegos de terror. En el momento de
escribir estas líneas, contaba con 30.186.629 suscriptores.
Básicamente, lo que hace es decir muchas chorradas, a veces
graciosas, a menudo escatológicas, mientras se caga de miedo al
jugar a Doom o Silent Hill. Se gana la vida así. Puede costar
entender el atractivo de este modelo de entretenimiento, pero hacer
un esfuerzo es interesante.
Captura de pantalla de un vídeo de PewDiePie. Fuente: http://www.muycomputer.com/2014/06/17/eyoutuber-pewdiepie-4-millones |
Mi
primo de trece años sigue a TBJZL, un gamer británico de origen nigeriano
que hace vídeos de sí mismo jugando a FIFA. Cuando le pregunté qué
le gustaba de él, me explicó que es muy gracioso. Vive junto a
otros siete amigos gamers y su novia en una mansión que se han
comprado con el dinero ganado en YouTube, y además de grabarse a sí
mismo jugando sólo y con sus amigos, graba bromas pesadas que se
gastan y las cuelga en su cuenta. Me contó, casi con admiración,
que se grabó a sí mismo en un avión, en el momento de llegar de
madrugada al aeropuerto de destino, mientras todos los pasajeros
dormían, gritando para despetarles a todos. "Está loco",
me dijo. Puede parecer un disparate, pero básicamente, los
adolescentes admiran hoy a los gamers del modo en que los baby
boomers admiraban a las estrellas de rock: son jóvenes, hacen el
imbécil sin importar a quién molesten, y a poder ser molestando a
muchos viejos, y se ganan la vida por ello. En este sentido, no creo
que sean una amenaza para ellos: son un modo de entretenimiento, que
puede presentar unos valores cuestionables, pero que se mantiene
generalmente en esa esfera de la diversión, sin afectar al
desarrollo normal de las capacidades sociales, de un sentido de la
moral y de una visión realista de lo que supone ganarse la vida.
Varios de los youtubers más famosos del Reino Unido. Fuente: www.theguardian.com |
Ahora
bien, hay una comunidad más antigua, a la que llevo siguiendo varios
años, que está compuesta por los vloggers: personas que se graban a
sí mismos en sus dormitorios, haciendo vlogs (video-blogs, en los que
cuentan, normalmente de forma humorística, sucesos de su vida),
sketches y gags, canciones e incluso cortos (a finales de 2013 se
lanzó Project: Library, una webserie de cuatro capítulos que, en
total, sumaba una hora de metraje) de sorprendente calidad. Esta
comunidad, que conozco en más detalle en el Reino Unido, se originó
sin embargo en Estados Unidos, en torno a John Green y Hank Green,
los VlogBrothers. Muchos de ellos se identifican como nerdfighters
(algo así como "luchadores por los frikis"), lanzan su
música en su discográfica independiente DFTBA Records (siglas de "Don't
Forget To Be Awesome", "no olvides ser genial") y
tienen su propia iniciativa benéfica, Project for Awesome.
Recomiendo encarecidamente el visionado de al menos algunos capítulos
de Becoming YouTube, la webserie documental del periodista y youtuber
inglés Benjamin Cook que analizaba muchas peculiaridades de esta
comunidad (gran parte de lo que voy a decir a continuación es un
resumen o una reelaboración de muchas de las ideas que vierte). Si
bien es cierto que, en el año y medio trancurrido desde el comienzo
de la serie, YouTube ha cambiado mucho, los últimos capítulos reflejan parte de estos cambios, y parece que va a estrenar
nuevos capítulos en breve. En este momento, sin embargo, por un
conjunto de razones, la comunidad está en crisis.
El
gran detonante fue la revelación, en marzo de este año, de que
varios miembros muy conocidos de la comunidad, especialmente Alex Day
(uno de los primeros vloggers que alcanzaron la popularidad) y Tom
Milsom, habían mantenido (supuestamente) relaciones abusivas con diversas
fans jóvenes, tanto a nivel emocional como físico. (Aquí se puede
encontrar la historia muy detallada). El shock fue enorme para muchos
fans, aunque algunas personas que habían tenido un contacto cercano
con la comunidad no se sorprendieron tanto. En todo caso, la
respuesta de los VlogBrothers fue inmediata: se pusieron en contacto
con quienes realizaron las acusaciones, confirmaron la verosimilitud
de sus historias y hablaron con los acusados, que en su mayoría
admitieron su culpabilidad (no sin intentar maquillar los hechos).
Fueron expulsados de la comunidad, pero muchas voces críticas se
alzaron y siguen haciéndolo, especialmente desde Tumblr (refugio de
muchos youtubers que no se sentían ya cómodos en la comunidad y la
página porque, como he mencionado, sabían algo de lo que estaba
pasando), afirmando que la discusión no se ha profundizado lo suficiente, y que lo sucedido no se ha difundido suficientemente por
la propia página de YouTube. En cualquier caso, poco a poco se ha
iniciado un debate razonado y complejo acerca de cómo la aparición
de esa nueva generación de adolescentes ha marcado un gran cambio en
la comunidad, al hacer que se produjera una enorme separación entre
los youtubers famosos, creadores de contenido, que se ganan la vida
con ello, y sus consumidores, en general chicas de 13 a 17 años (que
componen hasta un ochenta por ciento de su público). Por ejemplo, la
discusión sobre la situación en los gatherings, los puntos
de reunión de la comunidad, en los que cada vez más las
interacciones se reducen a las de fangirls chillando al ver a
sus ídolos de internet, y menos una reunión orientada a compartir
experiencias y crear juntos (y donde, por cierto, se produjeron
muchos de los casos de abuso) ha sido muy interesante. (La serie de
vídeos sobre este tema de Mickeleh, un youtuber estadounidense
sexagenario muy amigo de la comunidad de youtubers jóvenes,
compendia muy bien la discusión). Los creadores han pedido a sus
suscriptores que comprendan que sus vidas son complejas y que lo que
presentan en internet es sólo una faceta de sí mismos. Aunque
sientan que los conocen, no es así, como prueban los casos de abuso.
Esto
parecería dar la razón a mis amigas: las relaciones virtuales
llevan a problemas serios en nuestras capacidades para relacionarnos
con otras personas, para reconocer cuándo nos mienten o no son
sinceras, e incluso para entender bien cómo nuestras acciones
afectan a las otras personas. Como arguye Louis C.K., cuando pegamos o insultamos a alguien siendo niños, vemos
sus caras y desarrollamos la empatía, entendemos que no les gusta y
aprendemos a no hacerlo. Cuando dejamos un comentario en YouTube o
twitteamos algo muy ofensivo, no vemos la reacción de la otra
persona. Es mucho más fácil decir barbaridades por internet, con la
protección de un (relativo) anonimato.
Pero
es más complicado que esto: muchas de las fans replicaron (y los
youtubers difundieron estas réplicas) que, en su mayoría, eran capaces de entender muy bien que
los vloggers presentan a personajes, de ver que son personas
complejas como ellas mismas, con sus propios problemas. En cambio,
pedían que los creadores les respetaran más, que asumieran que su
audiencia son personas inteligentes y se dejaran de tópicos sobre
fangirls histéricas. En otras palabras: aquí hay
adolescentes actuales, diciéndonos que no son imbéciles enganchados
a una pantalla. Son personas inteligentes y con criterio, sólo que
se mueven por códigos que nos son ajenos y por impulsos que hemos
dejado atrás y, a menudo, nos cuesta comprender. Y ciertamente,
están escuchando cuando se producen este tipo de discusiones. Por
sintetizar mi tesis: al igual que en la vida real, los adolescentes
tropiezan y se equivocan online. Con mucha frecuencia, sin duda. Y
desde luego hay aspectos específicos que hacen que las relaciones y
la vida online sean peligrosas. Pero creo que la experiencia que
adquieran con estos errores virtuales les llevará a aprender,
análogamente a como lo harán en la vida real, y también de forma
social (no independientemente, individualmente, aislados de los demás
usuarios), en estas comunidades en las que las líneas de
comunicación son inmensamente tupidas. El flujo rapidísimo de
información y la publicidad con que se llevan a cabo las discusiones
está llevando a un florecimiento enorme de la discusión crítica
sobre temas como el feminismo o el racismo, por poner un ejemplo. Los
riesgos son muy reales, pero las ventajas también lo son.
En
la próxima entrada compartiré un par de experiencias recientes
para ilustrar algunos de estos puntos.
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