viernes, 24 de agosto de 2012

My Beautiful Dark Twisted Fantasy (2010), de Kanye West

Finalmente, me he decidido a escribir una crítica de este disco, pese a todo. Con "todo" me refiero a: 1) No he escuchado la discografía completa de Kanye, sólo Late Registration y canciones sueltas de Graduation y The College Dropout, y nada de 808s & Heartbreak; 2) Se trata de un disco muy complejo en cuanto a la selección de invitados y samples, y resulta dificilísimo no ya hablar de todos ellos, sino incluso identificarlos; y 3) Si no me equivoco, contando este, he escuchado cinco discos de rap. Sin embargo, el impacto que este álbum ha tenido en mí ha sido extraordinario. De modo que allá voy.
En primer lugar, un poco de contexto: West venía de una situación complicada. Tras la ruptura de una relación de dos años y la muerte de su madre por complicaciones de una operación de cirugía estética (que el propio West había pagado), lanzó el disco de menos éxito comercial y crítico de su carrera, 808s & Heartbreak, en el que el auto-tune era omnipresente. Los meses pasaban y las polémicas en que se veía envuelto eran cada vez mayores. Hasta que llegó el día de los VMA's. Kanye tocó fondo, canceló su gira y se refugió en su estudio de grabación en Hawaii, donde comenzó a trabajar como loco. Es algo que él mismo comenta en sus canciones: trabajar en su música es su único vicio bien visto, y sin embargo es uno de los que más amargura le trae. Es una obsesión.  A lo que Kanye West hace no se le puede llamar componer, ni escribir; él edifica, construye sus canciones como castillos sonoros de tamaño imponente y precisión sobrecogedora. Y este disco es un ejemplo excelente, desde todos los ángulos.
Desde el primer tema, Dark Fantasy, se aprecia la mano de West, su sello único; "Can we get much higher?", recita el improbable sample de Mike Oldfield. Ya desde el principio parece evidente que estamos ante otra cara de Kanye, que no se trata del West deprimido. Pero tampoco es el Kanye de sus primeros discos, fresco, quizás demasiado, a veces. Es un Kanye más oscuro, o más bien más complejo. Quizás la mejor manera de constatar esto sea comparar dos de las mejores canciones del disco: la increíblemente megalomaníaca Power y la profundamente introspectiva y autocrítica Runaway. Mientras que la primera es uno de los mejores ejemplos de la extraordinaria habilidad de Kanye como productor (nuevo sample improbable: King Crimson), la segunda es una muestra de sus crecientes facultades como escritor. La letra muestra arrepentimiento y resignación sinceras, sin caer en la fácil autocompasión. "I'm so gifted at finding what I don't like the most", dice en el estribillo. Sabe que es insoportable y, por una vez, está dispuesto a reconocerlo. No sólo eso (también lo hará en Monster), sino que además se pone en el lugar de quien debe lidiar con él. "Never was much of a romantic:/ I could never take the intimacy,/ and I know it did damage;/ plus the look in your eyes is killing me". Consigue empatizar con quien le rodea y, al hacerlo, nos permite empatizar con él de verdad. Pocos músicos han sabido hacerlo en canciones tan preñadas de odio y arrepentimiento: Jota, de Los Planetas, Bob Dylan, Marvin Gaye, Ray Charles, Andrés Calamaro, Joaquín Sabina. No hay muchos más que lo hayan hecho.
Pero no es esta la mejor canción del disco. La mejor canción es una en la que participan, además de Kanye, Rihanna, Kid Cudi, Elton John, Alicia Keys, Fergie, La Roux, Tony Williams, John Legend, Charlie Wilson y The-Dream. Parece imposible, pero consigue encajar todo eso en sólo cinco minutos. Se llama All Of The Lights, y es la única competidora seria que Kanye ha creado para ser su mejor canción desde Touch the Sky. Nuevamente, temática sombría: un maltratador que pega a su mujer, después pega una paliza al nuevo novio de ésta y al que finalmente se le prohíbe ver a su hija. Pero esta vez, el protagonismo se lo lleva Rihanna, que se come la canción a bocados de su portentosa voz. Unos vientos, una base rítmica brutal y unos coros de lujo redondean una obra maestra del pop.
Pero My Beautful Dark Twisted Fantasy no es sólo esos grandes estandartes. Todas y cada una de las canciones aportan una nueva perspectiva, un nuevo detalle del opulento y decadente mundo de Yeezy. En Hell of a Life, renuncia a las drogas, ya que "pussy and religion is all I need", y nos describe con pelos y señales su matrimonio con una actriz porno. En Blame Game, vuelve al sótano de sus relaciones y nos habla de sus peleas amorosas, todo ello envuelto en una delicada melodía. En So Appalled saca su lado más gangsta, rodeado de varios de sus mejores amigos, y se reafirma frente a los haters. Así pasan las canciones, una tras otra, joyas en la corona de uno de los artistas más grandes de nuestra era.
El disco se cierra con una colaboración aún más improbable: Bon Iver, que presta su canción Woods para el estribillo de Lost in the World (en la que, esta vez sí, hay algún toque de auto-tune). Una vez más, la canción se edifica sobre contradicciones: "You're my devil, you're my angel,/ you're my heaven, you're my hell./ You're my now, you're my forever,/ you're my freedom, you're my jail". No sólo en lo personal: la canción habla de un recién llegado a la ciudad, parece que con optimismo, y sin embargo un sample le advierte: "run from the lights". Más aún: la canción termina convirtiéndose en un acompañamiento para la voz del mesiánico Gil Scott-Heron en Who Will Survive in America, un canto político sobre la situación social de los negros en los años setenta que invita a huir de Estados Unidos.
¿Conclusiones? Es difícil penetrar la mente de Kanye West. Con su brutal sinceridad nos explica que ama la fama tanto como la odia; que ama a su novia tanto como la odia; que se ama tanto como se odia. ¿Qué prevalece, pues? Quizá alguien pueda responder a esto, pero yo no. Creo que, en el mundo de Kanye, sin una cosa no existiría la otra. Sin odio no habría amor, sin ego no habría ternura, sin fama y excesos no habría música. Ni siquiera es capaz de hablar de su devoción religiosa sin meter de por medio el sexo (Devil in a New Dress). No sabe hacer las cosas de otra forma, pero, ¡demonios! ¿A quién le importa? Estamos ante uno de los mejores discos de los últimos años. No es perfecto: por poner pegas, Monster, So Appalled y Devil in a New Dress se suceden sin grandes altibajos, y juntas duran veinte minutos. No es que aburra, pero se echa de menos algo más de dinamismo. Y, bueno... en total, el disco dura sesenta y ocho minutos; una barbaridad, aunque merezca la pena. Pero se acerca mucho a la perfección. ¿Es mejor que Late Registration (una de las grandes polémicas entre los fans)? Creo que sí, aunque Late Registration sea también una obra maestra y, de hecho, sea más representativo del estilo de Kanye. Pero es que aquí lleva todos sus poderes a su máxima expresión. Es el producto de toda la carrera de Kanye. Es pop en estado puro.

Puntuación: 9.8

sábado, 4 de agosto de 2012

Curso de cinismo

Se habla de una nueva generación perdida. Hace tiempo que dejó de ser una consideración precipitada para convertirse en una observación empírica. Comprobar que más de la mitad de los jóvenes está en paro deja poco lugar a las dudas. Vemos reportajes, artículos de doble página, editoriales, tertulias en televisión, comentarios en redes sociales. La opinión es unánime: la generación más preparada de la historia de España tendrá que emigrar. Se insiste una y otra vez en la imposibilidad de encontrar trabajo como el factor más determinante en esta dramática situación. Embebidos en el torbellino de locura en el que entramos tras estallar la crisis financiera de 2008, mirándolo todo desde la misma perspectiva que usamos para cualquier cuestión (la estrictamente económica), sólo nos fijamos en el daño laboral que se ha hecho en estos años a la generación que viene. Para mí, en cambio, lo que resulta más terrible de la crisis es el aspecto moral. La ilusión que nos trajeron el 15-M y los movimientos mundiales de protesta, una extraña y hermosa fe en la capacidad de nuestro país y nuestro continente (y de la humanidad, incluso) de salvar este escollo y salir reforzados, vivir en un mundo más justo y democrático, se ha evaporado con facilidad, debilitada por la división interna, la intervención externa y la dura represión policial (amparada en una reforma del código penal de tintes fascistas). La situación actual no invita al optimismo.
Se han hecho mil y un recuentos de las razones para el desencanto hacia las instituciones públicas: privilegios de la clase política, corrupción endémica, políticas dirigidas a salvar las instituciones financieras, recortes constantes al Estado de bienestar... Hay mil motivos, pero todos ellos serían salvables con algo muy simple: esperanza. La esperanza nos permitiría luchar contra todos los obstáculos para buscar soluciones. Sin embargo, los cargos públicos, las personas que ocupan puestos de responsabilidad, se han encargado de aplastarla una y otra vez. Porque lo que ha destruido la fe de nuestra generación, y de la ciudadanía en general, en la política y en nuestras posibilidades de salir de ésta, ha sido, sobre todo, la actitud de los que se llaman nuestros "representantes". El presidente del CGPJ y el Supremo dimitió tras descubrirse que cenaba en restaurantes de lujo a costa de los contribuyentes; más tarde, pidió una indemnización por dimitir. Uno de tantos casos, pero quizás el más claro, el más hiriente, por tratarse de la figura más importante en la justicia española, aquel que más hincapié debería hacer en la necesidad de limpiar nuestra vida pública de corruptelas. Mientras, descubrimos que en Brasil han aprobado una ley para impedir que personas condenadas por corrupción desempeñen funciones públicas.
Ver el telediario estos días es triste. No es tanto por lo que ocurre, o por lo que cuentan los periodistas. Es más la certeza de que nada de lo que digan los políticos al respecto tendrá sentido. No es ya que mientan; es peor. Sencillamente no contestan: hablan y hablan sin decir nada. La gente pasa hambre, pierde su vivienda, no puede estudiar, apenas puede trabajar, y nuestros "representantes" no dicen más que vaguedades, naderías. Su juego ya no es el nuestro: se pelean por saber qué siglas tienen la culpa, cuando resulta transparente que la cosa ya no va de eso, que lo que sucede en España, en toda Europa, no tiene nada que ver con partidos o cargos electos; las decisiones ya las han tomado otros. Nos hemos vuelto (nos han vuelto) descreídos, escépticos, cínicos. Esto para mí sí que es perder a una generación: nos iremos a trabajar fuera, sí, pero es que no nos interesará lo que suceda aquí. No nos creeremos nada, no creeremos en nada. Esto es lo dramático, lo terrible, lo patético.
Hoy se ha confirmado que Xabier Fortes y Ana Pastor, dos de los periodistas más íntegros de este país, no seguirán en TVE. He recibido la noticia (y las falsas razones que alegaban lo responsables de la decisión) con menos rabia de la que esperaba: era una rabia residual, un acto reflejo. Eran los rescoldos de mi fe, que intentaban activar algo dentro de mí que se apaga lentamente. Ha sido entonces, al constatar esta trágica realidad, cuando se me han saltado las lágrimas. Ya ni tan siquiera miraré las noticias. ¿Para qué? Lo que no sea mentira, será absurdo, tétrico; no serán más que clavos en el ataúd de aquello en lo que yo creía. Quiero negarme, resistirme; pero ya ni eso puedo. Todo intento me parece vano, estéril. Lo han conseguido: lo último que nos quedaba, el derecho, la voluntad de negarnos, de resistir, ha desaparecido. El mundo es suyo. A todos los gurús, a los iluminados, a sus títeres, los ejecutores, a todos los que hoy celebran esta victoria, les digo: chapeau. Buen trabajo. Disfruten de su éxito, porque lo único que sé con total certeza es que será efímero. Caerán. Sépanlo. Y no sé los demás, pero yo no olvidaré lo que han hecho, lo que nos han hecho.