sábado, 23 de junio de 2012

No más miseria


Sin lugar a dudas, uno de los mejores trabajos del periodismo deportivo de los últimos años es la serie “Riqueza y Miseria en LeBron James”, de Gonzalo Vázquez. Motivado por la derrota, en 2008, de los Cavaliers de James (qué lejana queda ya esta expresión) ante los todopoderosos Celtics del Big Three, a la postre campeones, Vázquez escribió un artículo en que ponía de manifiesto dos realidades: a) Que ningún jugador en la historia de la NBA había conseguido ganar un anillo en solitario, por su cuenta y riesgo; y b) Que el increíble potencial de LeBron estaba siendo desperdiciado al apostar por un modelo de defensa férrea, juego a media pista y sin más anotadores que él mismo. Pasó un año, y la situación no había cambiado. Y escribió la segunda parte. Así hasta el año pasado, en que los Heat del nuevo Big Three, el polémicamente formado por James, Dwayne Wade y Chris Bosh el anterior verano, perdieron las Finales estrepitosamente frente a unos Mavericks avejentados y a los que muchos daban por acabados. La derrota en sí misma fue impactante, sin duda; pero los espectadores quedaron sencillamente horrorizados (o quizás entusiasmados, o quizás ambas) al ver que el Rey, The Chosen One, LeBron James en persona, renunciaba a tirar. Una vez. Y otra. Y otra. Y otra. El último cuarto evidenció las carencias de Miami (nadie más salió al rescate, nadie tiró del carro, ni tan siquiera el veterano y MVP de las Finales del 2006 Wade) pero, sobre todo, puso de manifiesto lo que el baloncesto de masas puede hacer con un jugador cuando está sobreexpuesto.
La cuarta edición de “Riqueza y Miseria en LeBron James” fue un toque de atención para el mundo del baloncesto. Nunca un equipo fue más odiado. Pero, si se piensa bien, el odio hacia el equipo no era más que un odio hacia James redirigido con afán estilístico, de elegancia. El que James decidiese unirse a Wade y Bosh en busca de su anillo, de sus anillos, era algo perfectamente natural, común en la NBA y el deporte americano en general. Sin duda las formas no fueron apropiadas (algo por lo que se ha disculpado más que suficiente), pero se decidió que, en esta ocasión, la decisión en sí misma era imperdonable. Habrá quien diga que James debió esperar pacientemente a que los Cavaliers juntasen a su alrededor un equipo campeón. Pero recordemos que los Cavaliers llevaban tres temporadas prometiéndole hacerlo, y ni una sola vez tomaron la decisión adecuada. Todo el mundo pone el foco en Wade y Bosh, y nadie parece recordar que la decisión la motivó otro factor humano: Pat Riley. Como entrenador y como directivo, Riley ha sido capaz de comandar a equipos hasta el campeonato durante tres décadas. Fue esto, el brillo de los dedos repletos de anillos de una leyenda de los banquillos y los despachos, lo que convenció a LeBron para llevar sus talentos a South Beach. Parecía una combinación ganadora, una fórmula infalible. Parecía la decisión adecuada.
La afición, la prensa y el resto de equipos no parecieron opinar lo mismo. Culpabilizar al mejor jugador del mundo (en potencia) por elegir aquello que le puede acercar más a ser campeón es hipócrita y ruin. Se puede ser más o menos simpatizante de un jugador o de un equipo o de un estilo de juego (yo mismo he querido la victoria de los Celtics en las Finales de Conferencia y de los Thunder del español Ibaka en las Finales), pero lo que ha sucedido estos dos años con los Heat ha sido malsano. Tras señalar el mundo del baloncesto, de forma muy legítima y acertada, que LeBron no había ganado nada, y que no sería el verdadero Rey hasta conseguirlo, él pareció entenderlo (si alguna vez no lo supo) y decidió encontrar a su Pippen. Entonces, el mundo del baloncesto se volvió en su contra. Todos los que aplaudían sus mates, los que se quedaban con la boca abierta ante sus pases, los que llenaban páginas y páginas con opiniones sobre cómo James debía llegar a ser campeón, parecieron ver en él una amenaza. La osadía de intentar ser el mejor se antojaba imperdonable. La rabia con la que se deseaba su fracaso llegó a extremos sencillamente obscenos. Y el mundo respiró aliviado cuando Dirk Nowitzki renació de sus cenizas y machacó a los Heat de manera incontestable.
Riley obró su magia en verano (llegaron el novato Norris Cole, tras una serie de traspasos, para aportar savia nueva y suplir dignamente a Mario Chalmers, y el veterano Shane Battier, para dar más defensa y esos triples desde la esquina que harían la vida más fácil al Big Three), pero aún dependía de James, Wade y Bosh, de los secundarios y de Spoelstra. Algo tenía que cambiar. Pasó el lockout y se repetían sensaciones, aunque con altibajos menos violentos. El juego de Miami es sencillo: defensa férrea, salida en transición rápida y que James y Wade hagan el resto. Tan sencillo, que era “fácil” que se descompusiera. Cada vez que un equipo triunfaba en la hercúlea tarea de evitar las pérdidas, tener buenos porcentajes en ataque y frenar los contraataques de las superestrellas de los  Heat, la táctica se deshilachaba y quedaba una lucha de dos (y medio, con Bosh) contra el mundo. Lo mismo que llevó a James al fracaso una temporada tras otra en Cleveland. Spoelstra no era capaz de encontrar soluciones, y los demás jugadores no ayudaban gran cosa. Las dudas eran razonables al llegar los play-offs: James era coronado por tercera vez como MVP de la temporada, alcanzando a Magic y Bird, pero el equipo necesitaba dar un salto de calidad para poder competir contra los otros tres grandes equipos: Chicago, Oklahoma City y unos rejuvenecidos San Antonio Spurs.
La suerte se puso en contra de los Bulls, que perdieron a Rose en el primer partido (y habrá que ver las consecuencias de la lesión para su carrera y el futuro próximo de la franquicia). Los Heat eran claros favoritos en el Este. Pero, ya en semifinales de conferencia, las cosas se ponían feas: Chris Bosh se lesionaba para la serie y los Pacers se adelantaban 2-1. Consiguieron salvar los escollos a base de defender con seriedad y dureza (a veces demasiada) y de la alternancia en el liderazgo entre James y Wade. Llegaron los Celtics, y la cosa parecía más fácil. Pero no, al contrario: tras ganar los dos primeros partidos, perdieron tres seguidos y se encontraron luchando por sobrevivir en el sexto partido en el Garden. Entonces pudimos apreciar un cambio. El cambio que se necesitaba. Cuando más presión había sobre sus hombros, en la misma situación en que había perdido los papeles y la oportunidad de entrar en la Historia varias veces, James anotó cuarenta y cinco puntos, treinta en la primera mitad, con una serie de tiro cuasi inmaculada. Una actuación histórica que cambió la eliminatoria y, como veríamos más tarde, el rumbo de los Heat en estos play-offs.
En el séptimo partido, entrando al último cuarto igualados, el Big Three (de Miami) respondió al completo: anotaron los últimos treinta puntos del equipo. Se acabó el sueño para los Celtics, que posiblemente se descompongan este verano. Pero fue determinante el que, tras la reacción de James, viniese la de Wade y Bosh, empujados por el que ya era claramente el líder del equipo desde principios de temporada. Fue una premonición de lo que ocurriría en unas Finales de ensueño: dos equipos a los que les encanta correr, dos quipos espectaculares, y el choque entre los dos mejores jugadores de la liga, LeBron James y Kevin Durant. El MVP contra el máximo anotador.
El primer envite se lo llevaron los Thunder. Jugaron con la seriedad y madurez que mostraron ante los Spurs al ganarles cuatro partidos seguidos en las Finales de Conferencia. Pero en el segundo cambiaron las tornas. Los Heat se lo llevaron con una gran actuación de James, que ha sido regular como nunca en los play-offs, y con Battier anotando diecisiete puntos importantísimos. No fue sólo la victoria: fue el cambio de sensaciones. La serie se iba a Miami y, si ganaban los tres en casa, serían campeones. Veían la línea de meta.
Este era el escenario en que se vinieron abajo los Heat el año pasado. El mismo en que LeBron se hundió hasta casi desaparecer. Pero las cosas habían de ser muy distintas en esta ocasión. En lugar de atascarse, de mostrarse ansioso, de frustrarse y perder la confianza en sí mismo, de tirar de heroica individual, como había hecho antes, LeBron se mantuvo calmado y aceleró al mismo tiempo. Se veía en sus ojos tras cada uno de sus tiros la determinación, la certeza de que este sí era su año. Pero su cuerpo hacía lo mismo de siempre, ni más, ni menos. Lo que ha distinguido esta vez a LeBron ha sido su papel como líder. Líder de un equipo. Por vez primera, los Heat han jugado como un equipo, y no como una mera colección de jugadores. Y ello gracias al liderazgo del mejor jugador del mundo. Chalmers en el cuarto partido, Bosh y Miller en el quinto, Wade en todos salvo el primero… han respondido al llamado de su jefe, de un hombre al que respetan y en el que creen. Ahora sí. Y así, sin necesitar anotar más de treinta y dos puntos en ningún partido de la serie, LeBron se ha llevado el título y el MVP de las Finales. Merecidísimamente.
El último partido fue especialmente representativo de esto. El triple-doble de LeBron atestigua estadísticamente algo que se vio en cada jugada, ese juego con el que soñaba Gonzalo Vázquez en sus artículos: LeBron como el playmaker, el creador de juego, más espectacular que se haya visto en años. Por sus condiciones físicas y por su visión de juego, estaba llamado a serlo. Al fin, tras nueve años estrellándose contra un muro (o varios: su propio ego, la incapacidad de sus compañeros, su ansiedad), lo ha logrado: un equipo gravitando en torno a su imponente figura, con un compañero de lujo en Wade con el que correr una y otra vez, un hombre interior (Bosh) al que nutrir en el pick and roll y triplistas abiertos aguardando a que crease espacios y les diese el pase para clavar una estaca tras otra en las aspiraciones de los jóvenes Thunder. Miami Heat gana la NBA, y LeBron James ya es una leyenda.
Las declaraciones que hizo en la rueda de prensa tras el partido son dignas de escrutinio. “Lo mejor que me pasó el año pasado fue perder las Finales, y jugando como jugué. Me hizo volver a lo básico, me hizo más humilde. Vi que tenía que cambiar como jugador de baloncesto y como persona para conseguir lo que quería”. Y lo ha hecho: al acabar el encuentro, abrazó a Kevin Durant, de sólo veintitrés años, que lloraba desconsoladamente, y habló con él. Quizás para decirle que él ya ha estado donde KD está ahora. Para decirle que llegará donde él ha llegado. Nueve años después, tras un largo y tortuoso camino, LeBron James ya es el Rey. Con todas las de la ley. Que lo disfrute este verano. El año que viene, volverá a las trincheras; y todos los demás también, a quitarle el trono.

viernes, 15 de junio de 2012

Canciones V (y fin)


¡Y finalmente alcanzamos el top 10! Debido a que estoy en periodo de exámenes, no he estado muy prolífico últimamente. Y lo que me queda. Pero al menos dejo esta lista ya cerrada y puedo hablar de otras cosas. Y mis diez canciones favoritas son (drum roll)…
10.- Seven Nation Army, de The White Stripes
Sin duda, el riff más conocido de este siglo. Todos hemos tarareado esta canción al menos una vez. Pero es que además de ese archiconocido riff, la canción es brutal: todo lo que los White Stripes supusieron para el rock encapsulado en cuatro minutos. Y qué solo…

9.- La chica de ayer, de Nacha Pop
Una de las mejores canciones de la historia del pop en España. He crecido con ella, y sigue siendo parte de mi banda sonora vital. Antonio Vega era un genio: tiene otras dos canciones que podrían estar en esta lista (Lucha de Gigantes y El Sitio de mi Recreo).

8.- Segundo Premio, de Los Planetas
A mí no me gustaban Los Planetas. Juro que no. Pero entonces escuché Segundo Premio. Ya sí que era irreversible. Cambiaron mi percepción del pop radicalmente, y me adentré definitivamente en el mundillo del Indie. Y no ha cambiado nada: aún es de esas canciones que, en cuanto suena, dejo todo lo demás para sacudir la cabeza al ritmo de la poderosa batería de Erik.

7.- Snow ((Hey Oh)), de Red Hot Chili Peppers
Y de una de las últimas incorporaciones a la más antigua que recuerdo. Era yo un enano cuando entre mis amigos y mi hermano mayor me engancharon a Red Hot Chili Peppers. Cuando sacaron el Stadium Arcadium y escuché esta canción, me enamoré al instante. Y aún hoy sigo alucinando con la exhibición que hace John Frusciante en la guitarra y la suavidad de la melodía, con ese final lleno de energía. Me encanta.

6.- Hurt, de Johnny Cash
En el caso de Te debo un baile, puse tanto la versión original como el cover. En este caso no hace falta la original: Johnny Cash hizo suya por completo esta canción sobre la culpa. Te encandila desde la primera escucha, pero crece conforme pasa el tiempo. Brutal.

5.- Flaca, de Andrés Calamaro
Volvemos a ponernos moñas. Esta canción nos unió mucho a cierta personita y a mí durante un caótico viaje de estudios a Madrid. No paraba de sonar en la radio. Han pasado muchos años, y ahora la personita y yo somos pareja. Escucharla nos recuerda otros tiempos, mucho peores, desde luego, pero también la suerte que tenemos de estar juntos. Una preciosidad del genio Calamaro.

4.-You Can’t Always Get What You Want, de The Rolling Stones
Pues, para ser sincero, creo que esta canción es mi favorita del rock and roll. Mucha gente tiene algún momento o algún tema del que dice: “esto es el rock and roll”. Para mí, es este. Se acaban los sesenta, se acaba la fiesta, se acaba la revolución y pocas cosas han cambiado… pero ya se sabe: no siempre se consigue lo que se quiere.

3.- El rocanrol de los idiotas, de Joaquín Sabina
Don Joaquín tiene un lugar importante en mi corazón, sólo superado por otro cantautor del que os hablaré en seguida. A mí me gustaban más Y Sin Embargo y Más de Cien Mentiras, pero es que este tema lo tenía olvidado en algún apartado rincón de mi memoria. Lo volví a escuchar hace cosa de año y medio y me sedujo por completo. Tiene algunas de las mejores frases de Sabina y está arreglado y producido con esmero. No puedo tirarme más de una semana sin escucharla.

2.- Tangled Up In Blue, de Bob Dylan
Con una diferencia abismal, mi artista favorito de todos los tiempos. Conecto con su música a tantos niveles, de tantas maneras… y además con música de casi todas sus épocas. Pero esta canción es la más especial: en Blood On The Tracks alcanzó su techo como contador de historias, y Tangled Up In Blue es el mejor ejemplo. Amor, abandono y búsqueda a través de unos EE.UU. que siempre lucen mejor cuando él los retrata. Una joya.

1.- Wish You Were Here, de Pink Floyd
No hay adjetivos para describir esta canción. Se define sola. Aunque la historia que hay detrás sea sobre el pobre Syd Barrett, cada persona le da un significado distinto, la relaciona con personas distintas o momentos diferentes de su vida (como con todas las grandes canciones). Es la única canción que me supera por completo: la escucho y mi cuerpo y mi mente se divorcian, me atacan los escalofríos mientras recito la letra. Es la única.

Y fin. Esas son mis cincuenta canciones favoritas en este momento de mi vida. Espero que os haya gustado mi lista y que no se os haya hecho muy pesada. Gracias por leerla. Un abrazo.

jueves, 7 de junio de 2012

Canciones IV


A ver si termino con esta lista, que debo teneros en ascuas. Sí. Parece que lo estoy viendo: noches sin dormir pensando… Bueno, sí, me callo y pongo canciones.
20.- No Surprises, de Radiohead
Elegir una sola canción de Radiohead se me hace complicadísimo. No es que esta me guste más que Paranoid Android, Fake Plastic Trees, Idioteque, Motion Picture Soundtrack, How To Dissapear Completely, True Love Waits o Jigsaw Falling Into Place; es sólo que tenía que escoger una, y me encanta la temática social de esta.

19.- Los Días Raros, de Vetusta Morla
Otro grupo difícil para elegir una canción. Aunque aquí lo he tenido más claro. Tal como dice la letra (“Ábrelos, ábrelos despacio”), tanto este tema como el disco (Mapas) son para irlos descubriendo con el tiempo. Pero ahora mismo, el final de esta canción es uno de los momentos que más me emocionan de la música que escucho.

18.- All These Things That I’ve Done, de The Killers
Para mí esto es un himno. Suenan los primeros acordes y se me pone la carne de gallina. Pocas canciones consiguen eso.

17.- Te Debo un Baile, de Nueva Vulcano/The New Raemon
Una adición reciente a la lista. Pongo las dos versiones porque para mí son dos caras de una misma moneda: la canción no me apasionaría tanto si no conociese ambas. Lo que me encanta es esa contraposición entre la agresividad de una y la ternura de la otra.



16.- Fango, de Jovanotti
La otra canción que no está ni en español ni en inglés en esta lista. De la música que escuchaba cuando descubrí este tema, el 90% me da vergüenza ahora. Pero esto no. Todo lo contrario: sigue siendo de las canciones que más me conmueven. Una oda preciosa a la gran ciudad... desde la selva.

15.- Wonderwall, de Oasis
Mira que me caen mal los Gallagher. Fue de lo primero decente que escuché, pero ahora me irritan casi todos sus temas. Pero claro, “casi todos sus temas” no es lo mismo que Wonderwall. Una de las mejores canciones de pop de los noventa y de la historia.

14.- The Passenger, de Iggy Pop
Esta se la debo a mi prima Paula. Y de hecho le debo escribirle un relato inspirado por la canción y su propia vida de viajera. Pero vamos, que la adoro. Me encanta el riff de guitarra y el estribillo y la letra y… bueno, todo.

13.- Heroes, de David Bowie
Mi devoción por Bowie va más allá de la cordura. Y no es el cantante del que soy más fanático. Pero esta canción es un excelente ejemplo de por qué me cautiva tanto. Una historia de amor en el Berlín dividido por el muro en el que Bowie vivió alimentándose de leche y cocaína. Como diría Hemingway, es apasionada y veraz.

12.- Atlantic City, de Bruce Springsteen
Para mí, Bruce es el rock and roll en persona. Incluso esta canción, totalmente acústica, transpira energía, pasión y amor por esa forma de entender la música. Además, es bonita. Muy bonita. Alucino con su habilidad para contar historias en tres minutos.

11.- Incendios de Nieve, de Love Of Lesbian
Y llegamos a la zona moñas de la lista (en serio, lo de antes no era moñas). Yo… me quedo sin palabras con esta canción. Es la serenata perfecta. Aparte de que narra uno de los episodios más románticos que haya oído (romántico, que no empalagoso), la he escuchado en directo. Eso es suficiente.

Bueno, la semana que viene intentaré finiquitar la lista. No quiero haceros esperar, queridos lectores =)

sábado, 2 de junio de 2012

Caos


Alguien me ha preguntado esta semana algo muy simple.  Es tremendamente sencillo: ¿qué haría yo si todo se hunde? Pongámonos en situación: España está al borde de la quiebra. De aquí a julio, casi con total seguridad, seremos intervenidos por la Unión Europea. Si es que esto es posible, porque la UE apenas puede ya tirar de Irlanda, Portugal y Grecia. Grecia, por cierto, prepara ya su salida del euro. Existen dos situaciones posibles: o, mágicamente, la UE puede hacerse cargo del hundimiento del Estado español, en cuyo caso lo que ahora llamamos recortes pasarían a parecernos dulces carantoñas de parte de nuestro gobierno, o la UE desaparece. Tal que así. Volvemos a la peseta, estamos endeudados hasta las cejas y, posiblemente, se produce un vacío de poder. Pongamos este último caso. Puede que la situación de Grecia se quede en un mero chiste si esto sucede; puede que aparezca la anarquía. Esto, como muestra la historia, sería un caldo de cultivo excelente para una dictadura militar. ¿Qué haría yo si pasa todo esto?
Antes de nada, rebobinemos: no es lo mismo dar por sentado que todo esto sucederá así y actuar en consecuencia, que esperar a ver cómo se desarrollan los acontecimientos e incluso intentar mediar en ellos. Vayamos por orden: si la UE nos interviene, no sé si los españoles tragaríamos como los portugueses. Francamente, no sé si esto llevaría a una rebelión como la de Grecia. También podemos fantasear con una rebelión a la islandesa. Desde luego, por eso llevo luchando (llevamos muchos y muchas luchando, de hecho) durante meses. Sin duda, lucharía por esta opción. Saldría a la calle y reivindicaría nuestro derecho a no ser esclavos, nuestro derecho como seres humanos y como pueblo libre a decidir nuestro futuro sin ataduras para con el capital (la palabra es anticuada, pero efectiva). Pero no sé si esta opción es viable o realista. Pongámonos pues en el otro extremo: se producen revueltas, estallidos de violencia sin ton ni son, y las calles no son seguras. Allí no me veréis. No creo en la violencia: así de sencillo. No me importan vuestras intenciones, porque la violencia engendra violencia. Cuando un grupo se vuelve violento, los objetivos se difuminan, y la violencia se vuelve el fin en sí mismo. No intentéis venderme esa moto: es una vía muerta, y esa opinión es inamovible.
Existe la tercera opción: tragamos como los portugueses. Parece que casi, casi nos ahogamos... pero no. Una cura de hambre. Creo que seguiría reivindicando otras salidas, pero supongo que entonces intentaría acabar mi carrera tan pronto como fuera posible y saldría del país a donde pueda trabajar. Es decir, lo que la generación inmediatamente anterior a la mía ya está haciendo. No tendría mucha opción en ese caso: necesito trabajar, poder llevar una vida independiente, y eso sería casi imposible aquí. De modo que la lucha se vería interrumpida por necesidades acuciantes.
Pasemos al otro escenario: la UE se desintegra, y el euro desaparece. Podría suceder que en España, por algún tipo incomprensible de inspiración divina, el gobierno del PP consiguiese controlar la situación, elegir salvar el futuro y olvidarnos de deudas y demás tonterías. Pasaríamos años dificilísimos, sería como volver atrás en el tiempo: estaríamos en la situación económica de la Transición, o incluso anterior. Salarios raquíticos, condiciones laborales pésimas, consumo bajo, dificultades para emprender y conseguir crédito. Pero acabaríamos saliendo sobre un suelo más sólido. Esta sería mi lucha: olvidarnos de recetas mágicas, de populismos y discursos extremos de uno y otro lado (y conste que soy un izquierdista radical), y aceptar nuestra cruda realidad. Estamos jodidos, se mire por donde se mire. No vamos a volver a vivir como antes de la crisis. Nuestra sociedad ha vivido un sueño de crecimiento indefinido y bonanza idílica y eterna. Toca despertar. Nosotros, el pueblo, el 99%, tenemos que dejar de aspirar a tener dos coches, dos casas y un apartamento. Y, lo que es más importante, los empresarios, banqueros, políticos profesionales… todas las castas ruines y míseras que nos han traído de la mano a esta situación y que ahora nos quieren hacer culpables, eludiendo sus propias responsabilidades, deben olvidarse de sus dividendos y, en muchos casos, conocer el frío y la sombra de una celda. Sólo así saldremos de esta.
Pero esto sería lo ideal. Cabe otra posibilidad: si se crea ese vacío de poder, puede que sobrevenga una anarquía absoluta. Y puede que, después, aparezca una dictadura militar. No sería de extrañar: pasó en Alemania en el 33. Y lo que es más relevante: pasó con el consentimiento, con la aclamación del pueblo. Si esto sucede, sólo encuentro una respuesta: salir corriendo. Tengo algo de dinero ahorrado, y parte de mi familia vive en Centroamérica. Me iría allí. ¿Por qué? Mi respuesta fue: “A luchar contra la injusticia de los de arriba, claro que me quedo; a luchar contra mis iguales por un mendrugo de pan, no.” Es un buen resumen: si esto se vuelve una lucha por la supervivencia, no pienso quedarme parado viendo cómo mi vida y mi futuro se asfixian y mi país y, posiblemente, mi continente se hunden en el caos y la miseria. Sé quienes son los malos, porque los hay, aunque no sea en el sentido fuerte de la palabra. Pero no podemos luchar contra ellos si tenemos que luchar por sobrevivir cada día. Ellos lo saben, y puede que, de hecho, lo busquen. Los poderosos siempre han jugado con eso. De modo que si aquellos a los que considero mis hermanos y hermanas deciden, con más o menos intervención de agentes externos, que esa es la vía, yo me borro.
Pero repito que esto aún no ha sucedido. Y no tiene por qué suceder. Podemos evitarlo. Por eso es por lo que debemos luchar. Por una salida democrática de la crisis. Por evitar cometer los mismos errores que se cometieron hace ochenta años. Os animo a ello, y a compartir conmigo vuestras perspectivas sobre qué hacer ahora y qué harías si el sistema se desmorona. Un saludo a todos, y buena suerte.