viernes, 25 de enero de 2019

Mis discos favoritos de 2018 (y III)


5. Some Rap Songs – Earl Sweatshirt


“Imprecise words”, enuncia la voz del legendario escritor afroestadounidense James Baldwin, y a partir de ese momento nos asaltan algo más de veinticuatro minutos de palabras rimadas con precisión quirúrgica. El tercer disco de estudio de Earl Sweatshirt está lleno de este tipo de paradojas, empezando por su modesto título: Some Rap Songs. Se trata de un intento de relativizar un mundo, el del rap, la música y, en último término, el arte, que llegó a amenazar con devorar a Thebe Neruda Kgositsile. Y no solo desde que, con dieciséis años, se convirtió en una celebridad a través de internet como miembro de Odd Future al mismo tiempo que era enviado por su madre a un internado para adolescentes en riesgo en Samoa, convirtiendo su figura en una leyenda fuera de su control. El arte ya formaba parte de su vida por el simple hecho de ser hijo de Keorapetse Kgositsile, conocido poeta sudafricano (esto explica el segundo nombre de la criatura), a quien lo unía una relación difícil y eventual desde que, teniendo Thebe ocho años, se separó de su madre, la prestigiosa académica Cheryl Harris. Y digo “unía” porque en enero de 2018, cuando el disco estaba prácticamente terminado, Keorapetse murió, dejando cabos sueltos y nudos ceñidos en la vida de Thebe. Resulta difícil creer que este álbum, lanzado finalmente en noviembre tras un año difícil, no sea íntegramente producto del duelo, porque su atmósfera pegajosa y opresiva, su sonido fracturado y narcotizado, evoca inmediatamente el pesado vacío, tan vasto y contradictorio, que se experimenta tras una pérdida. Earl toma sonidos del jazz estadounidense y sudafricano, los disloca, los sumerge en una sustancia viscosa y los vuelve a entrelazar. Su voz a menudo parece atrapada por las bases, al mismo tiempo muy cercana pero amortiguada. Como si una barrera, una sordina, se interpusiera entre Earl y quienes le escuchamos; entre Earl y él mismo, incluso. Las letras son, por lo general, oscuras. Pero lo que se adivina al fondo de cada bajada a los infiernos es una catarsis, una discontinuidad en esa terrible inmensidad de la depresión, la adicción y la pérdida. “Sand fallin' out the hourglass/Grand total, it's a whole lotta raps”, canta en “The Mint”, y podría parecer que lo asfixia la inevitabilidad de la muerte; pero no, es una liberadora forma de enfocar la insignificancia de su carrera: “Lotta blood to let, peace to make, fuck a check”, concluye, priorizando sanarse a ser un artista de éxito. Pero esto no significa que no le importe su arte: al contrario, como dice en “Nowhere2go”, ha sido trabajar en este disco lo que le ha sacado del pozo (“Tryna refine this shit, I redefined myself”). Y el círculo lo cierra enfrentándose a las ausencias, los fantasmas y las heridas familiares que tanto lo han marcado. Primero “Playing Possum” reúne mediante samples las voces de su madre y su padre, ella en los agradecimientos al recibir un premio, él recitando un poema sobre los niños refugiados, que no tienen hogar (¿como Thebe, en cierto modo?). Después, la terrible “Peanut”, dirigida a su tío Hugh Masekela, músico de jazz fallecido poco después que su padre, en la que, borracho y abrumado por el dolor, cuenta su experiencia en el entierro de Keorapetse (“Picking out his grave, couldn't help but feel out of place/ (…) Death, it has the sour taste/ Bless my pops, we sent him off and not an hour late”). Y por último, en la eufórica “Riot!”, en la que samplea a su tío y deja que sea su juguetona trompeta la que disipe las nieblas y muestre el camino hacia la paz de espíritu. Esa es la mayor paradoja del disco: relativizando su propio trabajo, Thebe ha conseguido hacerlo más trascendente que nunca.
4. OIL OF EVERY PEARL’S UN-INSIDES – SOPHIE
Desde que lanzase sus primeros singles hace ya más de cinco años, SOPHIE había generado tanto entusiasmo como intriga. Su música, ese pop electrónico discordante, de sonidos hipersaturados y elementos ridículamente edulcorados, parecía un producto de ingeniería genética en que hubiesen tomado el bubblegum pop menos apto para diabéticos y le hubiesen quitado cualquier viso de organicidad o realidad. ¿Y quién era la persona tras esta maravilla estética? Nadie lo sabía. En seguida supimos de su relación con el innovador grupo de productores de PC Music, quienes comparten su fascinación posmoderna por la estetización extrema y el consumismo exacerbado. Pero su trabajo recopilatorio, Product (2015), dejó fríos a muchos, al ser un mero agregado de singles que ya se conocían y no se reforzaban entre sí. A este trabajo le siguió un silencio en solitario de varios años, aunque SOPHIE no desapareció del todo, produciendo junto a sus colegas de PC Music para la británica Charli XCX. Pero faltaba algo más redondo, un producto, nunca mejor dicho, más terminado y pulido en su conjunto. Entonces, en octubre de 2017, llegó el primer single promocional y, con el tiempo, primera canción del tracklist de este disco, “It’s Okay to Cry”. Y ahí teníamos a SOPHIE, desnuda (literalmente) y saliendo del armario como mujer trans. “I hope you don’t take this the wrong way/ But I think your inside is your best side”, canta la escocesa antes del estribillo, usando por primera vez su propia voz, y anticipando uno de los temas recurrentes del álbum: la dicotomía dentro/fuera, auténtico/falso. Y es que efectivamente este es ese producto terminado que esperábamos, y lo es no solo por su música, tan alienígena como siempre pero más diversa y equilibrada; también las letras han sido muy cuidadas, y nos cuentan las contradicciones que entraña la búsqueda de identidad en un mundo obsesionado con la autenticidad pero saturado de artificialidad. En muchos sentidos, estamos ante un intento de encarnar la utopía posthumana que feministas como Donna Haraway o Rosi Bradotti han formulado en las últimas décadas. Así, la infecciosa “Immaterial” expresa al mismo tiempo la sensación de libertad que acompaña esa trascendencia de las limitaciones humanas (“I could be anything I want/ Anyhow, anywhere, any place, anyone that I want”) y el vértigo que acompaña a esa falta de límites (“Without my legs or my hair/ Without my genes or my blood/ With no name and with no type of story/ Where do I live? Tell me, where do I exist?”). Y la larguísima canción de cierre, “Whole New World/Pretend World”, yuxtapone una primera parte en la que todo parece posible al miedo a que todo eso no pase de ser una impostura. Otras canciones, como los abrumadores singles “Ponyboy” y “Faceshopping”, indagan en el deseo (usando imágenes del BDSM) y las consecuencias de aplicar la lógica consumista a lo más propio e íntimo: tu cara, tu cuerpo (¿o esto es también superficial y lo que importa es lo que hay “dentro”?). Pero la mejor canción del disco no es ni podría ser un single. La preciosa “Is It Cold in the Water?” explora, de forma más oblicua y metafórica que el resto del álbum, lo que supone lanzarse al abismo sin saber si hay fondo: “I’ve left my home”, canta Cecile Believe, quien pone voz a SOPHIE en casi todas las canciones, y mientras pregunta si el agua está fría, la burbujeante música nos indica que ya se ha sumergido y que no hay vuelta atrás.
3. 2012–2017 – A.A.L. (Against All Logic)
El artista chileno-estadounidense Nicolas Jaar se hizo conocido a principios de esta década, cuando su singular primer disco Space Is Only Noise (2011) recibió elogios tanto de la prensa musical más generalista como de la especializada en electrónica (fue álbum del año para Resident Advisor). Desde entonces, su carrera ha seguido una trayectoria tan idiosincrática como su música. Su segundo álbum, Sirens, no llegó hasta 2016, y en el ínterin lanzó EPs, remixes y dos bandas sonoras: una para la ganadora de la Palma de Oro Dheepan, y otra no oficial para la película soviética de los años sesenta El color de la granada. Pero mientras hacía todo esto, en su sello Other People había aparecido música bajo el nombre A.A.L. (más tarde extendido a Against All Logic) con un sonido alejado de su habitual experimentalismo. Ha sido a principios de 2018 cuando al fin se ha confirmado que esas potentísimas combinaciones de soul y funk bajo las mimbres de un house cálido y adictivo eran de hecho producidas por Jaar. Este álbum, que se presenta como una compilación de canciones producidas entre 2012 y 2017, posee sin embargo una gran unidad, construida sobre los estados anímicos que genera más que en torno a un sonido concreto. Es imposible no sentirse extático cuando “Such a Bad Way” va superponiendo capas de samples hasta crear un posible house tropical mucho más interesante que su versión comercial, o ante la paciente y exploratoria reinterpretación que hace del rave de finales de los ochenta en la última canción, la épica “Rave On U”. Un éxtasis, sin embargo, que no equivale a desenfreno. Más bien es lo que se siente cuando un maestro del sonido va tocando todas las cuerdas adecuadas, jugando con tus expectativas no para subvertirlas, sino para hacerte volver a entender por qué existen las convenciones musicales de un género: porque es que, joder, funcionan. Me es imposible hacer otra cosa que mover la cabeza y el cuerpo entero cuando, poco a poco, una voz emerge de las profundidades de la mezcla de “Some Kind of Game” exclamando “Hallelujah! Bring down!”, y tras un instante de pausa la canción sale propulsada por ese repetitivo piano. Por supuesto, hay detalles extraños marca de la casa, como la sucia y mecánica percusión con eco que aparece poco después de empezar “Hopeless”, ese punto al final de “You Are Going to Love Me and Scream” en que parece que la canción se esté deshaciendo, como cuando un proyector quema el celuloide de una película, o los atronadores sonidos distorsionados en “This Old House Is All I Have” que hacen que parezca verdad la advertencia inicial del disco: “The foundations of the world are being broken”. Pero estos sirven más bien para enfatizar lo clásico que suena este disco en su conjunto. Quizás por eso, esta vez los más puristas no hayan encontrado el trabajo de Jaar tan interesante. Personalmente, prefiero dejarme llevar por esos triunfales vientos de “Now U Got Me Hooked”. Es para lo que existe este disco: para disfrutar sin prejuicios.
2. Antología del Cante Flamenco Heterodoxo – Niño de Elche
La trayectoria de Paco Contreras, alias Niño de Elche, no dejaba lugar a dudas, pero por si alguien no se había enterado, el título de este disco es claro: su intención es romper esquemas. Estamos ante una parodia, casi una sátira (el título completo es hasta hiriente), de la tradición enciclopédica de las antologías flamencas, inaugurada por la de Hispavox de 1954 y convertida en dogma por el mairenismo. Pero es una sátira llena de contenido, no un mero comentario jocoso sino una declaración de principios. Donde el purismo ve tradición sagrada, Contreras ve subversión; pero no la suya, no ahora: la subversión es, para el cantaor y el director artístico del disco, Pedro G. Romero, la característica más distintiva del flamenco. Así, tras llegar a grabar noventa y nueve canciones, se hizo una selección de veintisiete, dando lugar a este álbum doble que dura una hora y cuarenta y seis minutos. La selección, en lugar de basarse, como es de ley, en los palos, se estructura en torno al orden histórico de aparición de las canciones tomadas como base. Así, empezamos a finales del siglo XIX con unas “Soledades de la Pereza” que dicen inspirarse en el periodista revolucionario Paul Lafargue (yerno de Karl Marx) y acabamos a finales del XX con unos caracoles basados en una instalación (!) de Isidoro Valcárcel Medina. Se entiende quizás mejor ahora por qué decía que Contreras, Romero y Raül Fernández “Refree”, productor del disco, toman como base canciones, porque en ningún caso se trata de simples versiones. Usando el concepto foucaultiano de archivo, lo que consiguen es alinear canciones con elementos diversos, aparentemente desconectados, pero que al unirse en este contexto generan explosiones de significados insospechados. Así, lo que parecería una labor de excavación de “hechos” históricos que nos informarían de una tradición asentada, se transforma en un trabajo creativo que nos muestra caras ocultas de esa historia oficial tantas veces simplificada. Un ejemplo: la “Caña por Pasodoble de Rafael Romero ‘El Gallina’” no es simplemente una instancia de cómo los distintivos ritmos ternarios del flamenco se pueden volver binarios, perdiendo parte de lo que los hace únicos y mezclándose con otras tradiciones musicales hispanas; es además un caso más sangrante para el purismo por ser este cantaor quien interpretó la más clásica y jonda de las cañas en la anteriormente citada Antología de Hispavox. Y bien, tras esta sesuda explicación, ¿qué tal es el disco? Pues resulta que no es solo un trabajo abrumador en sus proporciones y pretensiones, sino también en su calidad. Momentos tan accesibles como el precioso “Fandango cubista de Pepe Marchena” conviven con arrebatos experimentales como la escalofriante “Canción de cuna de Crumb”. Los “Fandangos y Canciones del Exilio”, con esas letras “populistas”, como bromeaba Contreras en un concierto, recopiladas entre republicanos exiliados, conviven con “El Prefacio de la Malagueña de El Mellizo” con su sublime órgano y su letra sacada del misal. Casi da igual que algún experimento falle (¿a dónde se supone que va la “Petenera de Shostakóvich”?) ante la avalancha de ideas musicales bizarras ejecutadas a la perfección (el trabajo de Refree es, una vez más, excepcional) y las divertidas excursiones hacia lo más irreverente de la historia del flamenco (esos “Tanguillos de Cádiz” que cantaba el Beni sobre la bomba atómica siempre me hacen reír). No sé como flamenco, pero como artista en sentido amplio Niño de Elche aúna ambición con saber hacer como pocos en el contexto español.
1. Your Queen Is a Reptile – Sons of Kemet
Antes de decir nada, seré honesto: la reseña definitiva de este disco ya ha sido escrita. Podéis leerla aquí. Una vez aclarado esto, ¿qué os puedo contar? Pues que este disco es un documento incendiario. Es un despliegue de jazz contemporáneo y bastardo pero con fuertes anclajes en la historia del género: el bebop, el hard bop y la libertad creativa de John Coltrane, unidos por una vertiginosa energía propulsada por dos baterías y conducida por una tuba y un saxofón. Es, además, un ejercicio de antirracismo, feminismo y afrofuturismo producido por un grupo de cuatro hombres, tres negros y uno blanco. El propósito de este trabajo, según el saxofonista y líder Shabaka Hutchings, era “representar lo que significa que tengamos a mujeres como lideresas”. Primera declaración: nuestras lideresas no son como la vuestra, no son representantes del imperio, no encarnan siglos de explotación, no se enriquecieron con la esclavitud, no tienen la sangre azul. Nuestras lideresas son representantes de nuestra libertad indomable, encarnan la dignidad, portan consigo la riqueza de saberes despreciados por vuestra civilización, tienen la piel negra. Nuestras reinas no son mejores que nadie por nacimiento, no son la viva imagen de la jerarquía y la deshumanización. Esa es vuestra reina: un reptil, una mentira, una farsa. Vuestra reina está desnuda. Esta impugnación furiosa y alegre de las formas de opresión en que se asienta la sociedad británica y, por extensión, la civilización occidental, la acompañan de una reivindicación de la autoridad de nueve mujeres negras. Desde Albertina Sisulu, integrante del African National Congress sudafricano, a Harriet Tubman, la abolicionista estadounidense nacida como esclava. Desde la académica y activista Angela Davis a Nanny of the Maroons, la lideresa de los africanos esclavizados que se escaparon y vivieron en comunidades independientes en Jamaica en el siglo XVIII. A veces lo hacen a través de las palabras de Joshua Idehen, vocalista invitado, quien no se corta en escupir “Burn UKIP, fuck the Tories/ Fuck the fascists, end of story” en la inicial “My Queen Is Ada Eastman” (la bisabuela de Huthcings). En “My Queen is Doreen Lawrence”, el propio Idehen le da la vuelta al lema de la campaña del Brexit: “Don't wanna take my country back, mate/ I wanna take my country forward”. Un mensaje que se ve reforzado cuando sabes que Doreen Lawrence es una activista y política británica-jamaicana cuyo hijo fue asesinado en un ataque racista, un ejemplo de dignidad ante la pérdida que ha tenido que exigir justicia durante veinte años hasta que los asesinos de su hijo fueron condenados. Pero la mayor parte del tiempo, el mensaje está en la música, en la urgencia incontrolable de “My Queen Is Harriet Tubman”, en el homenaje al dub de “My Queen Is Mamie Phipps Clark”, con la tuba emulando un bajo, en los latigazos del saxofón en “My Queen Is Albertina Sisulu”, en la progresión incendiaria de “My Queen Is Angela Davis”, en la solo aparente calma de “My Queen Is Yaa Asanteewa”. Y el mensaje llega alto y claro: contra viento y marea, contra todo pronóstico, contra siglos de violencia, seguimos aquí (“I’m still here”, repite como un mantra Idehen al final de “My Queen Is Ada Eastman”). Y somos un arma cargada de futuro.

sábado, 19 de enero de 2019

Mis discos favoritos de 2018 (II)


15. Year of the Snitch – Death Grips

Este año se ha confirmado que el hip hop se está acercando al rock. Cada vez es más frecuente escuchar guitarras en las bases de canciones de rap y trap, tanto en lo mainstream como en lo underground y en todo lo que hay en medio. Se está haciendo de formas elegantes y… otras menos. Desde cosas que suenan a lo peor del nu metal hasta una curiosa resurrección del emo. Pero para interpretación sorprendente de esta tendencia, la de Death Grips, los chicos malos del hip hop experimental. La energía vocal de MC Ride y las frenéticas baterías de Zach Hill se rodean esta vez de sonidos reconocibles del canon del rock (aunque, por supuesto, con su desconcertante toque), desde el flirteo con el metal que supone “Black Paint” al hardcore punk a punto de descomponerse de “Shitshow” o los power chords bañados en eco del poderoso estribillo de “Ha Ha Ha”. Otras músicas hasta ahora poco transitadas por los de Sacramento aparecen aquí y allá: “Little Richard”, que trata sobre la outrage culture de internet que tan bien manipulan pero a la vez critican, empieza sonando a new wave y acaba teniendo algo de Daft Punk. “The Fear” contrasta un sonido cercano al jazz con letras sobre pensamientos suicidas. “Flies” es directamente inclasificable. Para rematar, Death Grips abraza de forma más explícita que nunca su papel en la meme culture, usando al director de Shrek (!) para una pieza de spoken word al principio de “Dilemma”. En medio de toda esta experimentación, conservan la capacidad de crear estribillos adictivos y momentos memorables, aunque sea por lo oscuros que son. En suma: otra entrada de muchos quilates a una discografía única.
14. Dirty Computer – Janelle Monáe
En Dirty Computer, su primer álbum en cinco años, Janelle Monáe ha combinado un hedonismo sincero e irrefrenable con poderosas reivindicaciones feministas, antirracistas y por la libertad sexual (salió del armario como pansexual días antes del lanzamiento) para crear el disco de pop más elogiado del año. Pero dejemos de lado la capacidad de esta polifacética artista para construir historias interconectadas y encarnar personajes, ignoremos los aspectos conceptuales y narrativos del álbum, olvidemos la película que lo acompaña, y vayamos por un momento a lo esencial, lo que está a la base de todo: las canciones. Pues bien: es probable que ningún otro proyecto musical este año tenga una secuencia del nivel de los temas seis a nueve de Dirty Computer. Sin ser conocida como rapera, en “Django Jane” encontramos una de las mejores canciones de hip hop del año, al punto de que el flex de Monáe “If she the G.O.A.T. now, would anybody doubt it?” no resulta exagerado. “Pynk” es una joya de pop electrónico que reivindica el poder femenino con descaro y alegría. “Make Me Feel” es posiblemente el single del año, una reinterpretación del funk deconstruido de “Kiss” que contó, de hecho, con la colaboración de Prince, amigo íntimo de Monáe, antes de su muerte. Y “I Got the Juice” cierra la serie triunfal con ese bajo que parece rebotar sin parar y te obliga a moverte, con la percusión acentuando cada balanceo. Por si quedaba alguna duda después de este despliegue, la inclusiva llamada a filas de “Americans” nos muestra que este disco es la aportación de Monáe a la tarea de construir un mundo donde toda persona, sin importar su color de piel, el género que se le adscriba o a quién desee, pueda disfrutar la vida tanto como ella.
13. 21 – Dani de Morón
Con solo dos discos a sus espaldas, Dani de Morón era ya considerado uno de los guitarristas flamencos esenciales de su generación antes de lanzar este 21, llamado así porque esa cifra tiene una especial significación para el artista. Esto ya indica que estamos ante un disco intensamente personal, y sin embargo se trata del primer álbum en el que Dani toca para el cante. Más aún: es posiblemente el primer disco de un guitarrista flamenco en el que, como si de una antología se tratase, cada palo lo canta un cantaor o cantaora diferente (la mayoría jóvenes, como él); un proyecto que tenía en mente antes incluso de su debut, Cambio de sentido (2012). Se revela aquí la singular personalidad de este artista: su disco más personal es aquel en el que toca para otros, adaptándose a cada uno de ellos. Un ejercicio en las antípodas del preciosismo ensimismado en que es fácil que caiga cualquier guitarrista posterior a Paco de Lucía. Pero el ejercicio de encuentro es mutuo: los cantaores interpretan palos que no son los más familiares para ellos. Y es en ese descentramiento recíproco donde surge la magia, cuando la sublime habilidad de Dani se enamora de las peculiares inflexiones de cada uno de los cantaores. Hay momentos próximos a la perfección: el dulce y sincopado acompañamiento al desgarrado cante de Duquende por seguiriyas (la percusión, discreta pero excelsa en todo el disco, destaca aquí especialmente); el repetido “maúralo, maúralo” de los tangos de Rocío Márquez; la inefable melancolía del final de las malagueñas con Pitingo; o las cantiñas metafísicas de Esperanza Fernández. “Entre soñar y dormir/ hay la misma diferencia/ que entre vivir y morir./ Ni pasa ni se está quieto,/ eso es lo que tiene el tiempo:/ solo puede recordarse/ como se recuerda un sueño”, nos canta, expresiva, y Dani acuna su voz con notas límpidas, nostálgicas, soñadoras. Imposible no asentir a la exclamación de un palmero al acabar el tema: “¡Cómo estás tocando, pisha!”.
12. Violética – Nacho Vegas
Hacía ya cuatro años de aquel Resituación (2014) en que Nacho Vegas había cambiado la dirección de su carrera en solitario. De un crooner canalla y maldito con un ácido sentido del humor y cierta tendencia a la tristeza (una combinación de Dylan, Nick Cave y Nick Drake), pasó a ser un cantautor de los de antes, comprometido. Denunció los estragos de la crisis en la sociedad española, además de reivindicar más que antes sus raíces asturianas. Un EP de elocuente (y presentista) título, Canciones populistas, lo siguió en 2015. No estaba muy claro el camino a seguir para no repetirse. Por eso un álbum doble no parecía, a priori, la idea más acertada. Pero Violética es un enorme triunfo: son dieciocho canciones en las que Nacho despliega las habilidades que ha ido perfeccionando en su dilatada trayectoria. Hay canciones muy políticas, claro está, pero cada una con un giro particular. “Desborde” fantasea con una metafórica inundación que cambia el orden social de arriba abajo. En “Tengo algo que decirle”, juega con la narración hasta que nos damos cuenta de que él y otros manifestantes tienen secuestrado al delegado del gobierno. La escalofriante “Crímenes cantados” cuenta las muertes (asesinatos, reclama) de dos personas en sendos CIEs. Demonios, hasta hay una canción titulada “Ideología”. Pero también encontramos temas muy personales e íntimos, como “Los sabios idiotas”, que Nacho canta a trompicones, como si recordar “aquellos días” fuera demasiado doloroso para cantar a viva voz. Es imposible no reírse con “La última atrocidad”, donde Cristina Martínez (El Columpio Asesino) le sugiere que se castre y la deje en paz, en lo que parece una jocosa deconstrucción de las tendencias machistas en que caía en otros momentos de su carrera. Y la siniestra narración de “Bajo el puente de L’Ará” te deja con ganas de saber qué le pasó exactamente al pobre Olay. Junto a esta madurez y flexibilidad desplegada por el asturiano, hay que reseñar el excelente trabajo del grupo de músicos con quienes ha grabado el álbum, que consiguen mantener una coherencia estética sin que haya dos canciones que suenen iguales. Ah, e inolvidable la forma de cerrar: hay que tener mucha confianza en uno mismo para acabar con algo tan delirante como “A ver la ballena”.
11. Joy as an Act of Resistance – IDLES
Probablemente ningún disco este año tenga un comienzo tan adecuado como “Colossus”. Cinco minutos y cuarenta segundos que empiezan con un simple patrón percusivo en el aro de la caja, al que pronto se suma una sola nota de bajo distorsionada. En seguida escuchamos por primera vez la voz de Joe Talbot, engañosamente suave, que describe su fin de semana con tres palabras que resumen de lo que va este disco: “tender, violent, and queer”. En seguida se unen las guitarras, la batería pasa a marcar poderosamente el ritmo, aparece el repetitivo “goes and it goes and it goes”, y antes de darnos cuenta estamos sepultados por la energía contenida de un grupo que sabe exactamente a dónde te quiere llevar. Pausa. Y estalla. Esto es punk y post punk de lo más sencillo, pero extremadamente efectivo. Y no solo porque su mensaje sea tan positivo: contra la masculinidad tóxica y la homofobia (“Samaritans”), a favor de la inmigración y contra el Brexit (“Danny Nedelko” y “Great”), contra los estándares de belleza de la publicidad (“Television”) y mostrando su vulnerabilidad (la durísima “June” es sobre la hija mortinata de Talbot). Es que el control que tienen estos chicos de su abrasivo sonido es completo. Esto es visible incluso más allá de su excelente capacidad compositiva (“I’m Scum”, sin ir más lejos, funciona como un reloj): también seducen con su versión del clásico del soul “Cry To Me”. Y cierran de nuevo a la perfección con “Rottweiler”, invitando al pogo con esa alegría que derrochan en cada acorde. La alegría como forma de resistencia: qué falta nos hacía este disco.
10. Isolation – Kali Uchis
Aunque llevaba unos años lanzando música propia (tiene un EP de 2015 y varios singles) y apareciendo en canciones ajenas de artistas tan diversos como Tyler, the Creator, Juanes o Gorillaz, la irrupción de Kali Uchis con este Isolation ha sido una grata sorpresa. Está claro que ha sabido asociarse de maravilla: el disco abre con la etérea “Body Language”, anclada a la tierra por el bajo de Thundercat y producida por él en colaboración con Om’Mas Keith. Sounwave, productor de varios hits de Kendrick Lamar, se encarga del dancehall elegante de “Tyrant” (con Jorja Smith). Steve Lacy, de The Internet, y Romil Hemnani, de BROCKHAMPTON, se asocian en la fantasía funky de “Just a Stranger”, donde Uchis interpreta (y dignifica) el papel de “mujer que solo busca el dinero”. Damon Albarn (Gorillaz) devuelve el favor y produce la escapista y sintética “In My Dreams”. Todo un Kevin Parker (Tame Impala) da su aire synth-psicodélico a “Tomorrow”. Y el monstruoso single con Tyler, the Creator y Bootsy Collins, “After the Storm”, con su mensaje acerca de quererse a una misma (“So if you need a hero/ Just look in the mirror/ No one's gonna save you now/ So you better save yourself”), lo producen los chicos de BadBadNotGood. Pero todo este elenco de colaboradores no debe distraer del hecho de que Uchis demuestra un enorme talento lírico, vocal y sobre todo compositivo. Ni en la reggaetonera “Nuestro Planeta”, ni en la física “Your Teeth In My Neck”, ni en español ni en inglés: Uchis no flojea en ninguna de las quince canciones de en torno a tres minutos que conforman el disco. La gente de Tin Pan Alley estaría orgullosa. Pop clásico en su estructura y camaleónico en su sonido: eso nos ofrece esta colombiana afincada en Los Ángeles. Menudo caramelo.
9. Room 25 – Noname
La escena rap de Chicago es una de las más vibrantes e interesantes en la actualidad, y buena parte de la culpa la tiene Fatimah Warner, alias Noname. Si Telefone (2016) fue una tarjeta de presentación ilusionante, con Room 25 ha conseguido el reconocimiento unánime de crítica y público. Desde la primera canción, “Self”, se aprecian tanto las continuidades como los cambios respecto al anterior proyecto. Nuevamente bajo la producción de Phoelix, se mantiene la instrumentación orgánica con raíces en el jazz, que suena incluso más rica en esta ocasión. La voz de Noname suena calmada y sus flows son igual de hábiles, pero tiene más confianza en sí misma y se atreve con cadencias más agresivas y temáticas más crudas e íntimas, más reflexivas. Y sigue teniendo esa capacidad para el one-liner descacharrante: “My pussy wrote a thesis on colonialism”. El resto del disco es una exhibición de versatilidad. La frenética “Blaxploitation” sube aún más la intensidad. En “Prayer Song”, Noname se pone en la piel de un policía corrupto, racista y violento. “Window” habla sobre una apasionada e intensa relación que ya terminó, mezclando lo chulesco (“I know I'm your bitch/ But you're my bitch too”) con el reconocimiento de que aún siente algo por esa persona. En “Don’t Forget About Me” expresa, con un hilo de voz, los miedos que la asaltan en momentos oscuros. Y aunque vuelve a haber muchas colaboraciones, ya no da la sensación de que estas sean muletas para cubrir sus carencias, sino asociaciones genuinas que generan una energía especial (véase “Ace”, con sus colegas de Chicago Smino y Saba). Parece paradójico que una artista que, con este trabajo, presenta ya una identidad tan definida se dé a sí misma un nombre tan anónimo, pero el tema final se encarga de explicar que este pseudónimo le permite ser cualquiera: “noname look like you”. ¡Qué más quisiéramos los demás tener este talento!
8. Wide Awake! – Parquet Courts
Parquet Courts se han ganado su reputación de grupo prolífico, lanzando al menos un proyecto (álbum propio, colaborativo o EP) cada año desde que aparecieron en 2011. En esta ocasión, dejando atrás los fuertes ecos de Pavement que dominaban Human Performance (2016), eligieron como productor a Brian Burton, alias Danger Mouse. Una decisión que podía desconcertar de primeras pero que, escuchado el producto final, no podía haber funcionado mejor. El estilo limpio y refinado de Burton no ha coartado los impulsos ruidistas del grupo, sino que los ha presentado de forma más ordenada. Sus raíces art-punk se perciben claramente en el protagonismo de las guitarras, los arreglos minimalistas con instrumentos extraños y los breves estallidos de canciones como “Normalisation”, “NYC Observation” o “Extinction”. Pero al mismo tiempo se ha producido un fructífero encuentro con el funk que se deja ver en esas potentes líneas de bajo que anclan “Violence” o el adictivo e hiperbailable tema titular. Lo que eleva este cóctel de sonidos son unas letras complejas y políticamente comprometidas, hábilmente insertadas en canciones irresistibles. “Total Football” se puede permitir contener frases propias de una clase de ciencia política (“Collectivism and autonomy are not mutually exclusive”) porque su estructura te mantiene siempre atento al siguiente giro, y todos les salen bien. “Before the Water Gets Too High” nos enfrenta a nuestra inacción ante el cambio climático mientras nos hipnotiza con una sencilla combinación de bajo, omnichord y batería. La preciosa melodía de “Freebird II” nos hace olvidar que trata de la compleja relación de Andrew Savage con su madre drogadicta. No necesitamos entender las letras para disfrutar la divertidísima “Almost Had to Start a Fight/In and Out of Patience” o la militantemente optimista “Tenderness”. Pero cuando ambos aspectos se maridan con tanto éxito, el resultado suele ser, como es el caso, uno de los discos del año.
7. iridescence – BROCKHAMPTON
El ascenso fulgurante de BROCKHAMPTON en el hip hop alternativo en 2017 con la trilogía SATURATION tenía que traducirse en una consagración en 2018. Pero hubo un momento en que parecíamos estar más cerca de la desintegración del colectivo que de esa eclosión definitiva. Tras firmar con RCA, nos habían prometido que tendríamos disco nuevo en primavera cuando Ameer Vann, miembro nuclear de la boy band, fue acusado de abuso sexual por varias ex-parejas. Tras días de silencio, anunciaron que Ameer había sido expulsado del grupo. La crisis de identidad parecía inevitable. Si algo define a este grupo de amigos es que viven y mueren juntos, desde la honestidad brutal y una confianza ciega los unos en los otros. ¿Cómo sobrevivir a la expulsión de un miembro que, además, les había mentido? Han respondido redoblando la apuesta. iridescence, grabado en diez días en Abbey Road Studios, es más raro y ruidoso, pero también más sentimental, que sus trabajos anteriores. Mientras Matt, Kevin y Dom mantienen sus niveles de carisma y técnica en los flows, Merlyn y sobre todo Joba han pasado de secundarios a destacar especialmente. Bearface, por su parte, ha aprendido a insertar su voz serena y grave de formas más variadas y flexibles. Los seis exploran juntos sus dificultades, individuales y grupales: sus problemas de salud mental, la presión de la fama, lo que supone perder a un amigo ante la mirada de todo internet… Lo hacen en cortes grupales que te barren (“J’OUVERT”, “NEW ORLEANS”), en temas cortos e íntimos (“SOMETHING ABOUT HIM”), en canciones tristes pero esperanzadas en las que se atreven a incorporar cuerdas y un coro (“TONYA”, “SAN MARCOS”) o en mezclas proteicas de todo lo anterior (“WEIGHT”, la mejor del álbum, o “FABRIC”). iridescence ha sido número 1 en EE.UU. y, lo que es más importante, es aún mejor que SATURATION. No solo han superado un momento crítico: se han superado artísticamente.
6. Twin Fantasy – Car Seat Headrest
¿A quién se le ocurriría, tras alcanzar al fin cierto éxito con Teens of Denial (2016), regrabar un disco compuesto con diecinueve años y producido con medios precarios? Probablemente a nadie más que a Will Toledo. Angustia adolescente a chorro canalizada en un disco conceptual de indie rock bailable pero lo-fi que suena a The Strokes, pero con proporciones épicas. Lo componen largas canciones, algunas de más de diez minutos, que se construyen concatenando estribillos pegadizos con partes instrumentales que casi se pueden considerar rock progresivo, sin dejar un solo segundo de relleno (usando incluso la baza del comentario meta: “Is it the chorus yet?/ No, it’s just a building of the verse/ So when the chorus does come, it’ll be more rewarding”, dice en “Bodys”). El álbum cuenta la historia de una relación tóxica entre Will y otro chico, mediada por el descubrimiento del sexo y la droga, la vergüenza por ser homosexual, las fantasías (de perfección, de fusión, incluso de ser literalmente devorado por su amante) y el miedo a volverse loco, explorado en la monumental “Beach Life-in-Death”. Combinando frases de gran profundidad dramática (“good stories are bad lives”, en “Sober To Death”) con momentos de patetismo como el mal viaje de “High to Death”, Will nos guía por esta historia de amor destructivo y dependiente. Hacia el final, revela el porqué de esta visita al pasado: con la perspectiva que da el tiempo, ahora puede enfrentarse a los restos de aquel naufragio y entender mejor lo que pasó; y los pequeños cambios que ha ido introduciendo en las letras reflejan esta visión más madura. Ha conseguido cerrar la herida, porque ahora tiene esta obra de arte, este objeto (“these are only lyrics now”), donde ese ideal de una relación perfecta y simbiótica y la realidad de su inviabilidad pueden coexistir. Algo que podrá revisitar siempre (“when I come back, you’ll still be here”), y que nosotros también querremos visitar una y otra vez, para emocionarnos, desesperarnos y bailar con él.

viernes, 11 de enero de 2019

Mis discos favoritos de 2018 (I)


Un año después, vuelvo a dejar por aquí una lista de mis discos favoritos del año recién terminado. Esta vez he escuchado más discos, por lo que la lista tiene 25 puestos en lugar de 15. Pese a ello, como el año pasado, no he podido escuchar todo lo que me interesaba. Concretamente, y para mi vergüenza, no he escuchado nada de metal, pese a que me interesaban mucho cuatro o cinco discos. Así que si alguien se pregunta qué onda con lo último de Toundra o Judas Priest, ya sabe la respuesta. Nuevamente excluyo los EPs, pese a que la diferencia entre estos y los álbumes de estudio con todas las de la ley se va difuminando cada vez más (varios discos de la lista apenas superan los veinte minutos). Recomendaría escuchar el original La Sandunguera, de Nathy Peluso, El Gatopardo, donde Triángulo de Amor Bizarro demuestran que no tienen lanzamiento que baje del notable, y el precioso When We Are, de la saxofonista afincada en Londres Nubya García. Respecto a discos que no han entrado en la lista pero merecen una mención, están el kraut hipnótico y gamberro de Perro en Trópico Lumpen, el math rock soñador y ligero de Covet en effloresce, y el trap mareante e irresistible de Playboi Carti en Die Lit (mejor portada del año, dicho sea de paso). Aquí están los puestos 25 al 16. El resto llegará en dos cómodas entregas más. Espero que os guste.
25. Cocoa Sugar – Young Fathers

Pocos grupos tienen un sonido tan propio e identificable en la música actual como Young Fathers, y eso pese a beber de múltiples fuentes que están francamente de moda: la dicción del hip hop, la energía del post punk, la espiritualidad del soul y el gospel. Pero sus letras son inclasificables, su actitud es hipnótica, sus canciones tienen estructuras originales e impredecibles. Y sobre todo, estos tres escoceses de diversos orígenes despliegan una masculinidad muy fuerte pero claramente distinta a la hegemónica. Algo que les ayuda a la hora de fusionar sus tres voces, peculiares pero hermanadas por esa chulería tierna y honesta. En su tercer largo reducen un tanto el pulso de White Men Are Black Men Too (2015), recreándose más en medios tiempos como la inicial “See How” o el enorme single “In My View”. Además, los comentarios más marcadamente políticos del disco anterior (no había más que ver el título) ceden a una perspectiva profundamente espiritual, como muestran “Lord” o “Holy Ghost”, aunque sin perder su rebeldía e inconformismo totalmente sui generis. Por otro lado, pese a que el sonido más limpio de los singles hacía pensar que el lo-fi quedaría también atrás, esto solo es verdad a medias: la bizarra “Fee Fi”, por ejemplo, emplea sonidos muy sucios y mezcla las voces a distintos volúmenes a lo largo de sus escasos dos minutos cuarenta. En conjunto, un disco que confirma a Young Fathers como uno de los grupos esenciales en el pop innovador de nuestros días.
24. Daytona – Pusha T
El presidente de G.O.O.D. Music lanzó allá por mayo un disco de siete canciones y solo 21 minutos. Un formato que resultaba algo extraño, pero que en los meses transcurridos se ha convertido casi en un cliché de esta era de consumo rápido en la música popular. Buena parte de la culpa la tiene el productor, Kanye West, que ha lanzado nada menos que cinco proyectos de estas dimensiones en 2018. Este era sin duda el más compacto y serio, el mejor planeado. Un retorno al sonido del principio de su carrera: samples imaginativos de soul que, en esta ocasión, sonaban más minimalistas y oscuros y sentaron como un guante al estilo de Pusha, quien pudo explayarse en su cadencia lenta y precisa, ocupando todos los huecos dejados por Kanye. La habilidad lírica de Push era ya de sobra conocida, pero el formato corto y concentrado le ha permitido, según él mismo ha reconocido, hacer contemporáneo un estilo que casi nadie más practica a estas alturas: el disco de hip hop centrado en las letras. Letras, que, como de costumbre, se han movido principalmente en torno al mundo del tráfico de drogas en el que se desenvolvía el rapero antes de dedicarse a la música, como en la gran pista inicial “If You Know You Know”. El disco lo cerraba el penúltimo episodio del beef de Push con Drake, “Infrared”; esta vez sí consiguió que el canadiense picara, y el resto es ya historia del rap.
23. Veteran – JPEGMAFIA
JPEGMAFIA tiene estopa de sobra para la alt-right, para Lena Dunham y para cualquiera que se cruce en su camino. El rapero asentado en Baltimore ha conseguido crear un disco que suena a lo que es internet en 2018: confusión, odio, chistes, insultos, violencia, memes, distorsión, repetición (véase el fantástico sample de la voz de Ol’ Dirty Bastard que sirve de base al single “Real Nega”) y más confusión. Sonidos electrónicos distorsionados, energía a raudales y confrontación desde el trolleo son los ingredientes básicos de este potente disco de hip hop alternativo. Un cóctel que tiene como centro la magnética personalidad de Peggy, como le llaman sus fans, y su buen oído para crear verdaderas canciones a partir de los sonidos más dispares y desconcertantes. Aunque en general es más interesante en sus momentos más agresivos, es imposible no reírse ante una canción de título “My Thoughts on Neogaf Dying” y que simplemente repite una y otra vez “I don’t care”. Las posturas marcadamente izquierdistas de JPEGMAFIA vienen siempre filtradas por ese sentido del humor brutal e in your face, como en “I Can’t Fucking Wait Until Morrissey Dies”, donde rechaza a cantantes famosos blancos, (Johnny Rotten, Varg Vikernes…) que han mostrado simpatía por el fascismo. Como buen veterano del ejército de EE.UU., amenaza con ametrallarlos; pero como afroamericano, considera que de ese modo quizás consiga al fin esas históricas reparaciones que nunca llegan por la esclavitud. Esa es la contradicción que JPEGMAFIA te escupe a la cara.
22. Parafernalio – Bejo
Si el año pasado Bejo ya demostró que podía presentar un largo que fuera más que la suma de sus partes con Hipi hapa vacilanduki, este año ha decidido experimentar y dar enormes pasos estéticos. En Parafernalio, Bejo no solo juega con sonidos como la bossa nova (“Mentecato”), la samba (“Métele con pepa”), el reggaetón (“Hasta abajo”) o el disco (“Hágale”), sino que incluso se atreve a cantar en dos temas. El resultado es sorprendentemente rico. Este disco es mucho más bailable, más alejado de los sonidos predominantes en el hip hop actual, más fiestero y aún más gamberro (“esto es pa’ que muevan el culo”, nos confirma), y pese a ello igualmente convincente cuando opta por el romanticismo, como en la preciosa “Helarte”. Y aunque no tiene canciones de la entidad de “Mucho” y “Poco”, la fresquísima “Perogrullo” acaba siendo casi igual de adictiva. Y en toda esta variedad hay que elogiar el papel del plantel de productores, desde Nico Miseria a horror.vacui o el veterano Cookin’ Soul, que se encarga de las dos canciones de aire brasileño. Quizás el menos inspirado sea el inseparable compañero de giras de Bejo, DJ Pimp (“pentacampeón de scratching”, le proclama el rapero), pero aunque “Onomeatropella” y “Tupperware” tengan las bases más machaconas y menos sutiles del disco, Bejo las salva con su habitual carisma. Así, pese a ir muchas direcciones nuevas a la vez, Bejo consigue que todo el alboom suene inconfundiblemente a él.
21. Be the Cowboy – Mitski
Tras conseguir al fin la atención de la prensa musical con Puberty 2 (2016), la japonesa-estadounidense Mitski Miyawaki se ha confirmado definitivamente con este Be the Cowboy caracterizado por sus composiciones cortas (solo dos de sus catorce canciones superan los tres minutos), su eclecticismo instrumental y, sobre todo, por el descarnado estilo lírico y vocal de Mitski. “Geyser” nos pone en situación desde el principio, con su historia de deseo incontenible y brutal que, según ha confirmado la propia artista, no está dirigida a otra persona sino hacia la propia música, a esa carrera musical que tanto trabajo le ha costado construir y que, pese a todos los éxitos, no la satisface (“I will be the one you need/ I just can't be without you”, canta entre unos monumentales arreglos de viento). Ese mismo tema reaparece en “Remember My Name”, pero incluso cuando habla de forma más evidente sobre relaciones, la misma insatisfacción invade, pegajosa, las historias de sus protagonistas (“Old Friend”, “A Pearl”). En la segunda mitad, esa escasa duración de las canciones juega en su contra, dejando algunos momentos menos memorables, pero los dos singles son inapelables. “Nobody” seguramente sea la canción disco más desesperada y asfixiante jamás grabada (“Venus, planet of love/Was destroyed by global warming/Did its people want too much, too?”). Y nos despedimos con la nostálgica “Two Slow Dancers”, sin saber cuánto les queda para volver a la tierra a nuestros ancianos y cansados protagonistas. Mitski, eso sí lo sabemos, va a seguir dándonos historias desgarradoras durante muchos años.
20. Aviary – Julia Holter
Después de lanzar el disco más accesible de su carrera, el sublime Have You in My Wilderness (2015), la angelina Julia Holter grabó un álbum en que reimaginaba con sus músicos de gira canciones de álbumes anteriores. Una pausa que parece haberle servido para tomar impulso, porque el monumental Aviary es sin duda el disco más ambicioso de su carrera. En cierto sentido, sus noventa minutos de exploración sonora son la plasmación de un potencial que siempre había estado ahí, que formaba parte de la promesa que su música, hasta ahora, había insinuado. Holter ha decidido enfrentarse directamente al océano de contradicciones internas que nos genera el mundo caótico en que vivimos. Para ello, se ha obligado a abandonar la tierra segura de su formación clásica o de las composiciones pop más inmediatas, persiguiendo el misterioso punto de encuentro entre sonido y significado, donde la música y la poesía surgen de la mano; el lugar sagrado donde el lenguaje nace a partir del balbuceo (“Hear the hocket babble”, entona en “Words I Heard”; canta alternativamente en inglés, occitano y latín macarrónico). El resultado es un disco necesariamente imperfecto, excesivo, difícil, valiente e irresuelto; un pariente musical de El cuaderno dorado, de Doris Lessing. Contrabajo, sintetizadores, piano, órgano, viola, vientos, cuerdas, algunos experimentos electrónicos y, sobre todo, la voz humana se conjugan y recuerdan tanto al post punk (“Whether”) como a los cantos medievales (las dos partes de “I Shall Love”). Y lo mejor es que funciona más allá de explicaciones: cuando el estallido de ruido y furia que es “Turn the Light On” da inicio al álbum, es imposible no embarcarse en esta aventura con ella.
19. Vibras – J Balvin
Si alguien aún cuestionaba que el reggaetón pudiera ser un género legítimo desde el punto de vista artístico, este año ha despejado toda posible duda. Un par de años después de confirmar que su objetivo es conquistar el mundo entero con Energía (2016), José Osorio, alias J Balvin, ha conseguido crear un disco indisputablemente adictivo y, a la vez, con clase. Pocas canciones tienen la capacidad de reventar una pista de baile como “Mi gente”, pero otras canciones de reggaetón más tradicional como “Peligrosa” o “No es justo” aseguran que escuchar este disco y quedarse quieto sea imposible. Al mismo tiempo, la exquisita producción de de Sky y Tainy hace que en todos los temas haya detalles deliciosos que añaden una capa más de disfrute. Balvin engancha también con baladas como “Tu verdad” o la fantástica “En mí”, con esos arreglos casi dream pop. Pero la canción que ancla el disco y lo eleva es “Brillo”. La colaboración con Rosalía fue un éxito inmediato y, meses más tarde, sigo preguntándome si no será mejor que “Malamente”. No hay mejor compañera posible para el colombiano: ante su bravuconería, la cantante catalana no necesita hacer aspavientos para ponerle en su sitio mostrando, al mismo tiempo, firmeza y vulnerabilidad (“Tú tienes que amarme, 'cucha la ciudad/ Lloran con mis penas si salgo a cantar […] Haz lo que te pida/ Te llevo a cenar”). Una obra maestra de pop contemporáneo que confirma que la música urbana latinoamericana es capaz de producir algo más que hits bailables (que no es poco).
18. 7 – Beach House
A estas alturas de su carrera, Victoria Legrande y Alex Scally tienen relativamente poco que demostrar. Tras publicar uno de los discos imprescindibles del dream pop con Teen Dream (2010), esta década había sido una especie de paseo triunfal, una demostración de que el “sonido Beach House” nadie lo puede hacer como ellos, consolidando su éxito con el enorme Bloom (2012) y después manteniendo la velocidad de crucero con Depression Cherry y Thank Your Lucky Stars (ambos de 2015). Tanta comodidad, sin embargo, quizás hacía dudar de que los de Baltimore pudieran sorprendernos como hicieran hace una década. Y entonces llegó 7. Desde el bajo con un punto drone y las distorsionadas guitarras finales de “Dark Spring” a los arpegios de guitarra acústica de “Lose Your Smile”, pasando por lo que parece un arpa en “Pay No Mind”, no paran de aparecer sonidos nuevos pero que encajan a la perfección en el universo musical del dúo. En ese sentido, se aprecia el trabajo en la producción de una leyenda como Sonic Boom. El momento que mejor encapsula el renovado gusto por la aventura de Beach House es esa enérgica segunda mitad de “Dive”, que recuerda a Sonic Youth. Y aunque hacia el final aparezcan algunos signos de estancamiento, la preciosa “Last Ride”, sobre la muerte de Nico en un accidente de bici en Ibiza, nos deja en el cuerpo con una dulce melancolía que indica que este séptimo álbum de Victoria y Alex es uno de los mejores que han grabado.
17. ye – Kanye West
No era ningún secreto que Kanye West es gilipollas, pero este año se ha coronado. Sus infames declaraciones sobre la esclavitud y su incapacidad para reconocer su ignorancia o que sus acciones tienen consecuencias para otras personas han llevado a un divorcio definitivo entre la opinión pública y el de Chicago. Lo peor es la sensación de que, en el fondo, todo esto no era más que un circo para generar expectación por su nuevo disco; que Kanye no es más que un troll narcisista desconectado de la realidad. Pero luego está la música. Y en este disco, quizás el menos pulido de su carrera, Kanye sigue consiguiendo sublimar sus experiencias (sus problemas de salud mental, la paternidad y, ejem, lidiar con las consecuencias de sus exabruptos) creando música honesta, cruda y contundente. El pasaje inicial de “I Thought About Killing You” ejemplifica esa impresionante capacidad de hacer empatizar, incluso, con los estados emocionales más extremos, sintetizando su actitud ante su diagnóstico de trastorno bipolar con el mantra “The most beautiful thoughts are always besides the darkest”. En “Yikes”, habla de sí mismo en tercera persona y grita, en plena fase maniaca, que su bipolaridad le convierte en un superhéroe. Pero ni siquiera en 808’s & Heartbreak (2008) se mostraba tan francamente vulnerable como en “Wouldn’t Leave”, hablando de su miedo a perder a su pareja, o en “Violent Crimes”, donde pide que sus hijas no crezcan demasiado rápido (porque tendrán que soportar la misoginia de hombres como, ejem, él). Musicalmente, Kanye sigue ejerciendo de director artístico, rodeándose de grandes talentos que alcanzan cotas superiores de calidad gracias a su hábil mano, como la joven 070 Shake. Su grito de “I put my hand on a stove to see if I still bleed/ And nothing hurts anymore, I feel kinda free” es, en muchos sentidos, el corazón emocional de este disco en que Kanye consigue que sepamos cómo se siente el mayor artista pop del siglo XXI después de pasar por la tormenta mediática más devastadora de su vida.
16. El Mal Querer – Rosalía
Año hiperbólico para Rosalía. Hiperbólico en la expectación y la polémica generadas, hiperbólico en el éxito. Pero por debajo de la hipérbole, si uno se dejaba escuchar, había un proyecto musical ambicioso y genuinamente interesante. Ya sabíamos que la desnudez de Los Ángeles (2017) iba a dar paso a un sonido mucho más contemporáneo e híbrido. Pero “Malamente” y “Pienso en tu mirá” hacían presagiar que el disco estaría compuesto por tres patas: flamenco-pop-música urbana, siendo el pop la dominante en cuanto a la proyección e intención compositiva. Lo que encontramos en El Mal Querer es un encuentro más heterogéneo de sonidos, guiados por una tensión entre lo pop y lo experimental más volcada a lo segundo de lo que cabía esperar (¡samplea a Arthur Russell!). Los singles siguen el patrón de extraer elementos de diversos palos (ritmo de bulerías en “Pienso en tu mirá”, melodía de tangos en “Di mi nombre”) y emplear patrones sencillos de teclado, bajos muy físicos y percusión cortante (ojo al trabajo sobrio y preciso de Los Mellis a las palmas y, por supuesto, a la producción de clase mundial de El Guincho) para hacer pop ultramoderno con un aire de tradición. En cambio, el uso de sonidos de motocicletas y sirenas como sustitutos de la percusión en “De aquí no sales” o la hipnótica espiral de ¿órgano? que ancla “Maldición” suponen un tour de force potentísimo que otorga a este disco una densidad impropia del éxito pop del año. Quizás se pueda recriminar que la extraña estructura del disco, supuestamente inspirada por una novela medieval, le resta algo de efectividad; estamos, pese a ello, ante un trabajo más que notable que supone una alegría en el contexto del pop español.