viernes, 11 de enero de 2019

Mis discos favoritos de 2018 (I)


Un año después, vuelvo a dejar por aquí una lista de mis discos favoritos del año recién terminado. Esta vez he escuchado más discos, por lo que la lista tiene 25 puestos en lugar de 15. Pese a ello, como el año pasado, no he podido escuchar todo lo que me interesaba. Concretamente, y para mi vergüenza, no he escuchado nada de metal, pese a que me interesaban mucho cuatro o cinco discos. Así que si alguien se pregunta qué onda con lo último de Toundra o Judas Priest, ya sabe la respuesta. Nuevamente excluyo los EPs, pese a que la diferencia entre estos y los álbumes de estudio con todas las de la ley se va difuminando cada vez más (varios discos de la lista apenas superan los veinte minutos). Recomendaría escuchar el original La Sandunguera, de Nathy Peluso, El Gatopardo, donde Triángulo de Amor Bizarro demuestran que no tienen lanzamiento que baje del notable, y el precioso When We Are, de la saxofonista afincada en Londres Nubya García. Respecto a discos que no han entrado en la lista pero merecen una mención, están el kraut hipnótico y gamberro de Perro en Trópico Lumpen, el math rock soñador y ligero de Covet en effloresce, y el trap mareante e irresistible de Playboi Carti en Die Lit (mejor portada del año, dicho sea de paso). Aquí están los puestos 25 al 16. El resto llegará en dos cómodas entregas más. Espero que os guste.
25. Cocoa Sugar – Young Fathers

Pocos grupos tienen un sonido tan propio e identificable en la música actual como Young Fathers, y eso pese a beber de múltiples fuentes que están francamente de moda: la dicción del hip hop, la energía del post punk, la espiritualidad del soul y el gospel. Pero sus letras son inclasificables, su actitud es hipnótica, sus canciones tienen estructuras originales e impredecibles. Y sobre todo, estos tres escoceses de diversos orígenes despliegan una masculinidad muy fuerte pero claramente distinta a la hegemónica. Algo que les ayuda a la hora de fusionar sus tres voces, peculiares pero hermanadas por esa chulería tierna y honesta. En su tercer largo reducen un tanto el pulso de White Men Are Black Men Too (2015), recreándose más en medios tiempos como la inicial “See How” o el enorme single “In My View”. Además, los comentarios más marcadamente políticos del disco anterior (no había más que ver el título) ceden a una perspectiva profundamente espiritual, como muestran “Lord” o “Holy Ghost”, aunque sin perder su rebeldía e inconformismo totalmente sui generis. Por otro lado, pese a que el sonido más limpio de los singles hacía pensar que el lo-fi quedaría también atrás, esto solo es verdad a medias: la bizarra “Fee Fi”, por ejemplo, emplea sonidos muy sucios y mezcla las voces a distintos volúmenes a lo largo de sus escasos dos minutos cuarenta. En conjunto, un disco que confirma a Young Fathers como uno de los grupos esenciales en el pop innovador de nuestros días.
24. Daytona – Pusha T
El presidente de G.O.O.D. Music lanzó allá por mayo un disco de siete canciones y solo 21 minutos. Un formato que resultaba algo extraño, pero que en los meses transcurridos se ha convertido casi en un cliché de esta era de consumo rápido en la música popular. Buena parte de la culpa la tiene el productor, Kanye West, que ha lanzado nada menos que cinco proyectos de estas dimensiones en 2018. Este era sin duda el más compacto y serio, el mejor planeado. Un retorno al sonido del principio de su carrera: samples imaginativos de soul que, en esta ocasión, sonaban más minimalistas y oscuros y sentaron como un guante al estilo de Pusha, quien pudo explayarse en su cadencia lenta y precisa, ocupando todos los huecos dejados por Kanye. La habilidad lírica de Push era ya de sobra conocida, pero el formato corto y concentrado le ha permitido, según él mismo ha reconocido, hacer contemporáneo un estilo que casi nadie más practica a estas alturas: el disco de hip hop centrado en las letras. Letras, que, como de costumbre, se han movido principalmente en torno al mundo del tráfico de drogas en el que se desenvolvía el rapero antes de dedicarse a la música, como en la gran pista inicial “If You Know You Know”. El disco lo cerraba el penúltimo episodio del beef de Push con Drake, “Infrared”; esta vez sí consiguió que el canadiense picara, y el resto es ya historia del rap.
23. Veteran – JPEGMAFIA
JPEGMAFIA tiene estopa de sobra para la alt-right, para Lena Dunham y para cualquiera que se cruce en su camino. El rapero asentado en Baltimore ha conseguido crear un disco que suena a lo que es internet en 2018: confusión, odio, chistes, insultos, violencia, memes, distorsión, repetición (véase el fantástico sample de la voz de Ol’ Dirty Bastard que sirve de base al single “Real Nega”) y más confusión. Sonidos electrónicos distorsionados, energía a raudales y confrontación desde el trolleo son los ingredientes básicos de este potente disco de hip hop alternativo. Un cóctel que tiene como centro la magnética personalidad de Peggy, como le llaman sus fans, y su buen oído para crear verdaderas canciones a partir de los sonidos más dispares y desconcertantes. Aunque en general es más interesante en sus momentos más agresivos, es imposible no reírse ante una canción de título “My Thoughts on Neogaf Dying” y que simplemente repite una y otra vez “I don’t care”. Las posturas marcadamente izquierdistas de JPEGMAFIA vienen siempre filtradas por ese sentido del humor brutal e in your face, como en “I Can’t Fucking Wait Until Morrissey Dies”, donde rechaza a cantantes famosos blancos, (Johnny Rotten, Varg Vikernes…) que han mostrado simpatía por el fascismo. Como buen veterano del ejército de EE.UU., amenaza con ametrallarlos; pero como afroamericano, considera que de ese modo quizás consiga al fin esas históricas reparaciones que nunca llegan por la esclavitud. Esa es la contradicción que JPEGMAFIA te escupe a la cara.
22. Parafernalio – Bejo
Si el año pasado Bejo ya demostró que podía presentar un largo que fuera más que la suma de sus partes con Hipi hapa vacilanduki, este año ha decidido experimentar y dar enormes pasos estéticos. En Parafernalio, Bejo no solo juega con sonidos como la bossa nova (“Mentecato”), la samba (“Métele con pepa”), el reggaetón (“Hasta abajo”) o el disco (“Hágale”), sino que incluso se atreve a cantar en dos temas. El resultado es sorprendentemente rico. Este disco es mucho más bailable, más alejado de los sonidos predominantes en el hip hop actual, más fiestero y aún más gamberro (“esto es pa’ que muevan el culo”, nos confirma), y pese a ello igualmente convincente cuando opta por el romanticismo, como en la preciosa “Helarte”. Y aunque no tiene canciones de la entidad de “Mucho” y “Poco”, la fresquísima “Perogrullo” acaba siendo casi igual de adictiva. Y en toda esta variedad hay que elogiar el papel del plantel de productores, desde Nico Miseria a horror.vacui o el veterano Cookin’ Soul, que se encarga de las dos canciones de aire brasileño. Quizás el menos inspirado sea el inseparable compañero de giras de Bejo, DJ Pimp (“pentacampeón de scratching”, le proclama el rapero), pero aunque “Onomeatropella” y “Tupperware” tengan las bases más machaconas y menos sutiles del disco, Bejo las salva con su habitual carisma. Así, pese a ir muchas direcciones nuevas a la vez, Bejo consigue que todo el alboom suene inconfundiblemente a él.
21. Be the Cowboy – Mitski
Tras conseguir al fin la atención de la prensa musical con Puberty 2 (2016), la japonesa-estadounidense Mitski Miyawaki se ha confirmado definitivamente con este Be the Cowboy caracterizado por sus composiciones cortas (solo dos de sus catorce canciones superan los tres minutos), su eclecticismo instrumental y, sobre todo, por el descarnado estilo lírico y vocal de Mitski. “Geyser” nos pone en situación desde el principio, con su historia de deseo incontenible y brutal que, según ha confirmado la propia artista, no está dirigida a otra persona sino hacia la propia música, a esa carrera musical que tanto trabajo le ha costado construir y que, pese a todos los éxitos, no la satisface (“I will be the one you need/ I just can't be without you”, canta entre unos monumentales arreglos de viento). Ese mismo tema reaparece en “Remember My Name”, pero incluso cuando habla de forma más evidente sobre relaciones, la misma insatisfacción invade, pegajosa, las historias de sus protagonistas (“Old Friend”, “A Pearl”). En la segunda mitad, esa escasa duración de las canciones juega en su contra, dejando algunos momentos menos memorables, pero los dos singles son inapelables. “Nobody” seguramente sea la canción disco más desesperada y asfixiante jamás grabada (“Venus, planet of love/Was destroyed by global warming/Did its people want too much, too?”). Y nos despedimos con la nostálgica “Two Slow Dancers”, sin saber cuánto les queda para volver a la tierra a nuestros ancianos y cansados protagonistas. Mitski, eso sí lo sabemos, va a seguir dándonos historias desgarradoras durante muchos años.
20. Aviary – Julia Holter
Después de lanzar el disco más accesible de su carrera, el sublime Have You in My Wilderness (2015), la angelina Julia Holter grabó un álbum en que reimaginaba con sus músicos de gira canciones de álbumes anteriores. Una pausa que parece haberle servido para tomar impulso, porque el monumental Aviary es sin duda el disco más ambicioso de su carrera. En cierto sentido, sus noventa minutos de exploración sonora son la plasmación de un potencial que siempre había estado ahí, que formaba parte de la promesa que su música, hasta ahora, había insinuado. Holter ha decidido enfrentarse directamente al océano de contradicciones internas que nos genera el mundo caótico en que vivimos. Para ello, se ha obligado a abandonar la tierra segura de su formación clásica o de las composiciones pop más inmediatas, persiguiendo el misterioso punto de encuentro entre sonido y significado, donde la música y la poesía surgen de la mano; el lugar sagrado donde el lenguaje nace a partir del balbuceo (“Hear the hocket babble”, entona en “Words I Heard”; canta alternativamente en inglés, occitano y latín macarrónico). El resultado es un disco necesariamente imperfecto, excesivo, difícil, valiente e irresuelto; un pariente musical de El cuaderno dorado, de Doris Lessing. Contrabajo, sintetizadores, piano, órgano, viola, vientos, cuerdas, algunos experimentos electrónicos y, sobre todo, la voz humana se conjugan y recuerdan tanto al post punk (“Whether”) como a los cantos medievales (las dos partes de “I Shall Love”). Y lo mejor es que funciona más allá de explicaciones: cuando el estallido de ruido y furia que es “Turn the Light On” da inicio al álbum, es imposible no embarcarse en esta aventura con ella.
19. Vibras – J Balvin
Si alguien aún cuestionaba que el reggaetón pudiera ser un género legítimo desde el punto de vista artístico, este año ha despejado toda posible duda. Un par de años después de confirmar que su objetivo es conquistar el mundo entero con Energía (2016), José Osorio, alias J Balvin, ha conseguido crear un disco indisputablemente adictivo y, a la vez, con clase. Pocas canciones tienen la capacidad de reventar una pista de baile como “Mi gente”, pero otras canciones de reggaetón más tradicional como “Peligrosa” o “No es justo” aseguran que escuchar este disco y quedarse quieto sea imposible. Al mismo tiempo, la exquisita producción de de Sky y Tainy hace que en todos los temas haya detalles deliciosos que añaden una capa más de disfrute. Balvin engancha también con baladas como “Tu verdad” o la fantástica “En mí”, con esos arreglos casi dream pop. Pero la canción que ancla el disco y lo eleva es “Brillo”. La colaboración con Rosalía fue un éxito inmediato y, meses más tarde, sigo preguntándome si no será mejor que “Malamente”. No hay mejor compañera posible para el colombiano: ante su bravuconería, la cantante catalana no necesita hacer aspavientos para ponerle en su sitio mostrando, al mismo tiempo, firmeza y vulnerabilidad (“Tú tienes que amarme, 'cucha la ciudad/ Lloran con mis penas si salgo a cantar […] Haz lo que te pida/ Te llevo a cenar”). Una obra maestra de pop contemporáneo que confirma que la música urbana latinoamericana es capaz de producir algo más que hits bailables (que no es poco).
18. 7 – Beach House
A estas alturas de su carrera, Victoria Legrande y Alex Scally tienen relativamente poco que demostrar. Tras publicar uno de los discos imprescindibles del dream pop con Teen Dream (2010), esta década había sido una especie de paseo triunfal, una demostración de que el “sonido Beach House” nadie lo puede hacer como ellos, consolidando su éxito con el enorme Bloom (2012) y después manteniendo la velocidad de crucero con Depression Cherry y Thank Your Lucky Stars (ambos de 2015). Tanta comodidad, sin embargo, quizás hacía dudar de que los de Baltimore pudieran sorprendernos como hicieran hace una década. Y entonces llegó 7. Desde el bajo con un punto drone y las distorsionadas guitarras finales de “Dark Spring” a los arpegios de guitarra acústica de “Lose Your Smile”, pasando por lo que parece un arpa en “Pay No Mind”, no paran de aparecer sonidos nuevos pero que encajan a la perfección en el universo musical del dúo. En ese sentido, se aprecia el trabajo en la producción de una leyenda como Sonic Boom. El momento que mejor encapsula el renovado gusto por la aventura de Beach House es esa enérgica segunda mitad de “Dive”, que recuerda a Sonic Youth. Y aunque hacia el final aparezcan algunos signos de estancamiento, la preciosa “Last Ride”, sobre la muerte de Nico en un accidente de bici en Ibiza, nos deja en el cuerpo con una dulce melancolía que indica que este séptimo álbum de Victoria y Alex es uno de los mejores que han grabado.
17. ye – Kanye West
No era ningún secreto que Kanye West es gilipollas, pero este año se ha coronado. Sus infames declaraciones sobre la esclavitud y su incapacidad para reconocer su ignorancia o que sus acciones tienen consecuencias para otras personas han llevado a un divorcio definitivo entre la opinión pública y el de Chicago. Lo peor es la sensación de que, en el fondo, todo esto no era más que un circo para generar expectación por su nuevo disco; que Kanye no es más que un troll narcisista desconectado de la realidad. Pero luego está la música. Y en este disco, quizás el menos pulido de su carrera, Kanye sigue consiguiendo sublimar sus experiencias (sus problemas de salud mental, la paternidad y, ejem, lidiar con las consecuencias de sus exabruptos) creando música honesta, cruda y contundente. El pasaje inicial de “I Thought About Killing You” ejemplifica esa impresionante capacidad de hacer empatizar, incluso, con los estados emocionales más extremos, sintetizando su actitud ante su diagnóstico de trastorno bipolar con el mantra “The most beautiful thoughts are always besides the darkest”. En “Yikes”, habla de sí mismo en tercera persona y grita, en plena fase maniaca, que su bipolaridad le convierte en un superhéroe. Pero ni siquiera en 808’s & Heartbreak (2008) se mostraba tan francamente vulnerable como en “Wouldn’t Leave”, hablando de su miedo a perder a su pareja, o en “Violent Crimes”, donde pide que sus hijas no crezcan demasiado rápido (porque tendrán que soportar la misoginia de hombres como, ejem, él). Musicalmente, Kanye sigue ejerciendo de director artístico, rodeándose de grandes talentos que alcanzan cotas superiores de calidad gracias a su hábil mano, como la joven 070 Shake. Su grito de “I put my hand on a stove to see if I still bleed/ And nothing hurts anymore, I feel kinda free” es, en muchos sentidos, el corazón emocional de este disco en que Kanye consigue que sepamos cómo se siente el mayor artista pop del siglo XXI después de pasar por la tormenta mediática más devastadora de su vida.
16. El Mal Querer – Rosalía
Año hiperbólico para Rosalía. Hiperbólico en la expectación y la polémica generadas, hiperbólico en el éxito. Pero por debajo de la hipérbole, si uno se dejaba escuchar, había un proyecto musical ambicioso y genuinamente interesante. Ya sabíamos que la desnudez de Los Ángeles (2017) iba a dar paso a un sonido mucho más contemporáneo e híbrido. Pero “Malamente” y “Pienso en tu mirá” hacían presagiar que el disco estaría compuesto por tres patas: flamenco-pop-música urbana, siendo el pop la dominante en cuanto a la proyección e intención compositiva. Lo que encontramos en El Mal Querer es un encuentro más heterogéneo de sonidos, guiados por una tensión entre lo pop y lo experimental más volcada a lo segundo de lo que cabía esperar (¡samplea a Arthur Russell!). Los singles siguen el patrón de extraer elementos de diversos palos (ritmo de bulerías en “Pienso en tu mirá”, melodía de tangos en “Di mi nombre”) y emplear patrones sencillos de teclado, bajos muy físicos y percusión cortante (ojo al trabajo sobrio y preciso de Los Mellis a las palmas y, por supuesto, a la producción de clase mundial de El Guincho) para hacer pop ultramoderno con un aire de tradición. En cambio, el uso de sonidos de motocicletas y sirenas como sustitutos de la percusión en “De aquí no sales” o la hipnótica espiral de ¿órgano? que ancla “Maldición” suponen un tour de force potentísimo que otorga a este disco una densidad impropia del éxito pop del año. Quizás se pueda recriminar que la extraña estructura del disco, supuestamente inspirada por una novela medieval, le resta algo de efectividad; estamos, pese a ello, ante un trabajo más que notable que supone una alegría en el contexto del pop español.

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