viernes, 25 de enero de 2019

Mis discos favoritos de 2018 (y III)


5. Some Rap Songs – Earl Sweatshirt


“Imprecise words”, enuncia la voz del legendario escritor afroestadounidense James Baldwin, y a partir de ese momento nos asaltan algo más de veinticuatro minutos de palabras rimadas con precisión quirúrgica. El tercer disco de estudio de Earl Sweatshirt está lleno de este tipo de paradojas, empezando por su modesto título: Some Rap Songs. Se trata de un intento de relativizar un mundo, el del rap, la música y, en último término, el arte, que llegó a amenazar con devorar a Thebe Neruda Kgositsile. Y no solo desde que, con dieciséis años, se convirtió en una celebridad a través de internet como miembro de Odd Future al mismo tiempo que era enviado por su madre a un internado para adolescentes en riesgo en Samoa, convirtiendo su figura en una leyenda fuera de su control. El arte ya formaba parte de su vida por el simple hecho de ser hijo de Keorapetse Kgositsile, conocido poeta sudafricano (esto explica el segundo nombre de la criatura), a quien lo unía una relación difícil y eventual desde que, teniendo Thebe ocho años, se separó de su madre, la prestigiosa académica Cheryl Harris. Y digo “unía” porque en enero de 2018, cuando el disco estaba prácticamente terminado, Keorapetse murió, dejando cabos sueltos y nudos ceñidos en la vida de Thebe. Resulta difícil creer que este álbum, lanzado finalmente en noviembre tras un año difícil, no sea íntegramente producto del duelo, porque su atmósfera pegajosa y opresiva, su sonido fracturado y narcotizado, evoca inmediatamente el pesado vacío, tan vasto y contradictorio, que se experimenta tras una pérdida. Earl toma sonidos del jazz estadounidense y sudafricano, los disloca, los sumerge en una sustancia viscosa y los vuelve a entrelazar. Su voz a menudo parece atrapada por las bases, al mismo tiempo muy cercana pero amortiguada. Como si una barrera, una sordina, se interpusiera entre Earl y quienes le escuchamos; entre Earl y él mismo, incluso. Las letras son, por lo general, oscuras. Pero lo que se adivina al fondo de cada bajada a los infiernos es una catarsis, una discontinuidad en esa terrible inmensidad de la depresión, la adicción y la pérdida. “Sand fallin' out the hourglass/Grand total, it's a whole lotta raps”, canta en “The Mint”, y podría parecer que lo asfixia la inevitabilidad de la muerte; pero no, es una liberadora forma de enfocar la insignificancia de su carrera: “Lotta blood to let, peace to make, fuck a check”, concluye, priorizando sanarse a ser un artista de éxito. Pero esto no significa que no le importe su arte: al contrario, como dice en “Nowhere2go”, ha sido trabajar en este disco lo que le ha sacado del pozo (“Tryna refine this shit, I redefined myself”). Y el círculo lo cierra enfrentándose a las ausencias, los fantasmas y las heridas familiares que tanto lo han marcado. Primero “Playing Possum” reúne mediante samples las voces de su madre y su padre, ella en los agradecimientos al recibir un premio, él recitando un poema sobre los niños refugiados, que no tienen hogar (¿como Thebe, en cierto modo?). Después, la terrible “Peanut”, dirigida a su tío Hugh Masekela, músico de jazz fallecido poco después que su padre, en la que, borracho y abrumado por el dolor, cuenta su experiencia en el entierro de Keorapetse (“Picking out his grave, couldn't help but feel out of place/ (…) Death, it has the sour taste/ Bless my pops, we sent him off and not an hour late”). Y por último, en la eufórica “Riot!”, en la que samplea a su tío y deja que sea su juguetona trompeta la que disipe las nieblas y muestre el camino hacia la paz de espíritu. Esa es la mayor paradoja del disco: relativizando su propio trabajo, Thebe ha conseguido hacerlo más trascendente que nunca.
4. OIL OF EVERY PEARL’S UN-INSIDES – SOPHIE
Desde que lanzase sus primeros singles hace ya más de cinco años, SOPHIE había generado tanto entusiasmo como intriga. Su música, ese pop electrónico discordante, de sonidos hipersaturados y elementos ridículamente edulcorados, parecía un producto de ingeniería genética en que hubiesen tomado el bubblegum pop menos apto para diabéticos y le hubiesen quitado cualquier viso de organicidad o realidad. ¿Y quién era la persona tras esta maravilla estética? Nadie lo sabía. En seguida supimos de su relación con el innovador grupo de productores de PC Music, quienes comparten su fascinación posmoderna por la estetización extrema y el consumismo exacerbado. Pero su trabajo recopilatorio, Product (2015), dejó fríos a muchos, al ser un mero agregado de singles que ya se conocían y no se reforzaban entre sí. A este trabajo le siguió un silencio en solitario de varios años, aunque SOPHIE no desapareció del todo, produciendo junto a sus colegas de PC Music para la británica Charli XCX. Pero faltaba algo más redondo, un producto, nunca mejor dicho, más terminado y pulido en su conjunto. Entonces, en octubre de 2017, llegó el primer single promocional y, con el tiempo, primera canción del tracklist de este disco, “It’s Okay to Cry”. Y ahí teníamos a SOPHIE, desnuda (literalmente) y saliendo del armario como mujer trans. “I hope you don’t take this the wrong way/ But I think your inside is your best side”, canta la escocesa antes del estribillo, usando por primera vez su propia voz, y anticipando uno de los temas recurrentes del álbum: la dicotomía dentro/fuera, auténtico/falso. Y es que efectivamente este es ese producto terminado que esperábamos, y lo es no solo por su música, tan alienígena como siempre pero más diversa y equilibrada; también las letras han sido muy cuidadas, y nos cuentan las contradicciones que entraña la búsqueda de identidad en un mundo obsesionado con la autenticidad pero saturado de artificialidad. En muchos sentidos, estamos ante un intento de encarnar la utopía posthumana que feministas como Donna Haraway o Rosi Bradotti han formulado en las últimas décadas. Así, la infecciosa “Immaterial” expresa al mismo tiempo la sensación de libertad que acompaña esa trascendencia de las limitaciones humanas (“I could be anything I want/ Anyhow, anywhere, any place, anyone that I want”) y el vértigo que acompaña a esa falta de límites (“Without my legs or my hair/ Without my genes or my blood/ With no name and with no type of story/ Where do I live? Tell me, where do I exist?”). Y la larguísima canción de cierre, “Whole New World/Pretend World”, yuxtapone una primera parte en la que todo parece posible al miedo a que todo eso no pase de ser una impostura. Otras canciones, como los abrumadores singles “Ponyboy” y “Faceshopping”, indagan en el deseo (usando imágenes del BDSM) y las consecuencias de aplicar la lógica consumista a lo más propio e íntimo: tu cara, tu cuerpo (¿o esto es también superficial y lo que importa es lo que hay “dentro”?). Pero la mejor canción del disco no es ni podría ser un single. La preciosa “Is It Cold in the Water?” explora, de forma más oblicua y metafórica que el resto del álbum, lo que supone lanzarse al abismo sin saber si hay fondo: “I’ve left my home”, canta Cecile Believe, quien pone voz a SOPHIE en casi todas las canciones, y mientras pregunta si el agua está fría, la burbujeante música nos indica que ya se ha sumergido y que no hay vuelta atrás.
3. 2012–2017 – A.A.L. (Against All Logic)
El artista chileno-estadounidense Nicolas Jaar se hizo conocido a principios de esta década, cuando su singular primer disco Space Is Only Noise (2011) recibió elogios tanto de la prensa musical más generalista como de la especializada en electrónica (fue álbum del año para Resident Advisor). Desde entonces, su carrera ha seguido una trayectoria tan idiosincrática como su música. Su segundo álbum, Sirens, no llegó hasta 2016, y en el ínterin lanzó EPs, remixes y dos bandas sonoras: una para la ganadora de la Palma de Oro Dheepan, y otra no oficial para la película soviética de los años sesenta El color de la granada. Pero mientras hacía todo esto, en su sello Other People había aparecido música bajo el nombre A.A.L. (más tarde extendido a Against All Logic) con un sonido alejado de su habitual experimentalismo. Ha sido a principios de 2018 cuando al fin se ha confirmado que esas potentísimas combinaciones de soul y funk bajo las mimbres de un house cálido y adictivo eran de hecho producidas por Jaar. Este álbum, que se presenta como una compilación de canciones producidas entre 2012 y 2017, posee sin embargo una gran unidad, construida sobre los estados anímicos que genera más que en torno a un sonido concreto. Es imposible no sentirse extático cuando “Such a Bad Way” va superponiendo capas de samples hasta crear un posible house tropical mucho más interesante que su versión comercial, o ante la paciente y exploratoria reinterpretación que hace del rave de finales de los ochenta en la última canción, la épica “Rave On U”. Un éxtasis, sin embargo, que no equivale a desenfreno. Más bien es lo que se siente cuando un maestro del sonido va tocando todas las cuerdas adecuadas, jugando con tus expectativas no para subvertirlas, sino para hacerte volver a entender por qué existen las convenciones musicales de un género: porque es que, joder, funcionan. Me es imposible hacer otra cosa que mover la cabeza y el cuerpo entero cuando, poco a poco, una voz emerge de las profundidades de la mezcla de “Some Kind of Game” exclamando “Hallelujah! Bring down!”, y tras un instante de pausa la canción sale propulsada por ese repetitivo piano. Por supuesto, hay detalles extraños marca de la casa, como la sucia y mecánica percusión con eco que aparece poco después de empezar “Hopeless”, ese punto al final de “You Are Going to Love Me and Scream” en que parece que la canción se esté deshaciendo, como cuando un proyector quema el celuloide de una película, o los atronadores sonidos distorsionados en “This Old House Is All I Have” que hacen que parezca verdad la advertencia inicial del disco: “The foundations of the world are being broken”. Pero estos sirven más bien para enfatizar lo clásico que suena este disco en su conjunto. Quizás por eso, esta vez los más puristas no hayan encontrado el trabajo de Jaar tan interesante. Personalmente, prefiero dejarme llevar por esos triunfales vientos de “Now U Got Me Hooked”. Es para lo que existe este disco: para disfrutar sin prejuicios.
2. Antología del Cante Flamenco Heterodoxo – Niño de Elche
La trayectoria de Paco Contreras, alias Niño de Elche, no dejaba lugar a dudas, pero por si alguien no se había enterado, el título de este disco es claro: su intención es romper esquemas. Estamos ante una parodia, casi una sátira (el título completo es hasta hiriente), de la tradición enciclopédica de las antologías flamencas, inaugurada por la de Hispavox de 1954 y convertida en dogma por el mairenismo. Pero es una sátira llena de contenido, no un mero comentario jocoso sino una declaración de principios. Donde el purismo ve tradición sagrada, Contreras ve subversión; pero no la suya, no ahora: la subversión es, para el cantaor y el director artístico del disco, Pedro G. Romero, la característica más distintiva del flamenco. Así, tras llegar a grabar noventa y nueve canciones, se hizo una selección de veintisiete, dando lugar a este álbum doble que dura una hora y cuarenta y seis minutos. La selección, en lugar de basarse, como es de ley, en los palos, se estructura en torno al orden histórico de aparición de las canciones tomadas como base. Así, empezamos a finales del siglo XIX con unas “Soledades de la Pereza” que dicen inspirarse en el periodista revolucionario Paul Lafargue (yerno de Karl Marx) y acabamos a finales del XX con unos caracoles basados en una instalación (!) de Isidoro Valcárcel Medina. Se entiende quizás mejor ahora por qué decía que Contreras, Romero y Raül Fernández “Refree”, productor del disco, toman como base canciones, porque en ningún caso se trata de simples versiones. Usando el concepto foucaultiano de archivo, lo que consiguen es alinear canciones con elementos diversos, aparentemente desconectados, pero que al unirse en este contexto generan explosiones de significados insospechados. Así, lo que parecería una labor de excavación de “hechos” históricos que nos informarían de una tradición asentada, se transforma en un trabajo creativo que nos muestra caras ocultas de esa historia oficial tantas veces simplificada. Un ejemplo: la “Caña por Pasodoble de Rafael Romero ‘El Gallina’” no es simplemente una instancia de cómo los distintivos ritmos ternarios del flamenco se pueden volver binarios, perdiendo parte de lo que los hace únicos y mezclándose con otras tradiciones musicales hispanas; es además un caso más sangrante para el purismo por ser este cantaor quien interpretó la más clásica y jonda de las cañas en la anteriormente citada Antología de Hispavox. Y bien, tras esta sesuda explicación, ¿qué tal es el disco? Pues resulta que no es solo un trabajo abrumador en sus proporciones y pretensiones, sino también en su calidad. Momentos tan accesibles como el precioso “Fandango cubista de Pepe Marchena” conviven con arrebatos experimentales como la escalofriante “Canción de cuna de Crumb”. Los “Fandangos y Canciones del Exilio”, con esas letras “populistas”, como bromeaba Contreras en un concierto, recopiladas entre republicanos exiliados, conviven con “El Prefacio de la Malagueña de El Mellizo” con su sublime órgano y su letra sacada del misal. Casi da igual que algún experimento falle (¿a dónde se supone que va la “Petenera de Shostakóvich”?) ante la avalancha de ideas musicales bizarras ejecutadas a la perfección (el trabajo de Refree es, una vez más, excepcional) y las divertidas excursiones hacia lo más irreverente de la historia del flamenco (esos “Tanguillos de Cádiz” que cantaba el Beni sobre la bomba atómica siempre me hacen reír). No sé como flamenco, pero como artista en sentido amplio Niño de Elche aúna ambición con saber hacer como pocos en el contexto español.
1. Your Queen Is a Reptile – Sons of Kemet
Antes de decir nada, seré honesto: la reseña definitiva de este disco ya ha sido escrita. Podéis leerla aquí. Una vez aclarado esto, ¿qué os puedo contar? Pues que este disco es un documento incendiario. Es un despliegue de jazz contemporáneo y bastardo pero con fuertes anclajes en la historia del género: el bebop, el hard bop y la libertad creativa de John Coltrane, unidos por una vertiginosa energía propulsada por dos baterías y conducida por una tuba y un saxofón. Es, además, un ejercicio de antirracismo, feminismo y afrofuturismo producido por un grupo de cuatro hombres, tres negros y uno blanco. El propósito de este trabajo, según el saxofonista y líder Shabaka Hutchings, era “representar lo que significa que tengamos a mujeres como lideresas”. Primera declaración: nuestras lideresas no son como la vuestra, no son representantes del imperio, no encarnan siglos de explotación, no se enriquecieron con la esclavitud, no tienen la sangre azul. Nuestras lideresas son representantes de nuestra libertad indomable, encarnan la dignidad, portan consigo la riqueza de saberes despreciados por vuestra civilización, tienen la piel negra. Nuestras reinas no son mejores que nadie por nacimiento, no son la viva imagen de la jerarquía y la deshumanización. Esa es vuestra reina: un reptil, una mentira, una farsa. Vuestra reina está desnuda. Esta impugnación furiosa y alegre de las formas de opresión en que se asienta la sociedad británica y, por extensión, la civilización occidental, la acompañan de una reivindicación de la autoridad de nueve mujeres negras. Desde Albertina Sisulu, integrante del African National Congress sudafricano, a Harriet Tubman, la abolicionista estadounidense nacida como esclava. Desde la académica y activista Angela Davis a Nanny of the Maroons, la lideresa de los africanos esclavizados que se escaparon y vivieron en comunidades independientes en Jamaica en el siglo XVIII. A veces lo hacen a través de las palabras de Joshua Idehen, vocalista invitado, quien no se corta en escupir “Burn UKIP, fuck the Tories/ Fuck the fascists, end of story” en la inicial “My Queen Is Ada Eastman” (la bisabuela de Huthcings). En “My Queen is Doreen Lawrence”, el propio Idehen le da la vuelta al lema de la campaña del Brexit: “Don't wanna take my country back, mate/ I wanna take my country forward”. Un mensaje que se ve reforzado cuando sabes que Doreen Lawrence es una activista y política británica-jamaicana cuyo hijo fue asesinado en un ataque racista, un ejemplo de dignidad ante la pérdida que ha tenido que exigir justicia durante veinte años hasta que los asesinos de su hijo fueron condenados. Pero la mayor parte del tiempo, el mensaje está en la música, en la urgencia incontrolable de “My Queen Is Harriet Tubman”, en el homenaje al dub de “My Queen Is Mamie Phipps Clark”, con la tuba emulando un bajo, en los latigazos del saxofón en “My Queen Is Albertina Sisulu”, en la progresión incendiaria de “My Queen Is Angela Davis”, en la solo aparente calma de “My Queen Is Yaa Asanteewa”. Y el mensaje llega alto y claro: contra viento y marea, contra todo pronóstico, contra siglos de violencia, seguimos aquí (“I’m still here”, repite como un mantra Idehen al final de “My Queen Is Ada Eastman”). Y somos un arma cargada de futuro.

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