sábado, 19 de enero de 2019

Mis discos favoritos de 2018 (II)


15. Year of the Snitch – Death Grips

Este año se ha confirmado que el hip hop se está acercando al rock. Cada vez es más frecuente escuchar guitarras en las bases de canciones de rap y trap, tanto en lo mainstream como en lo underground y en todo lo que hay en medio. Se está haciendo de formas elegantes y… otras menos. Desde cosas que suenan a lo peor del nu metal hasta una curiosa resurrección del emo. Pero para interpretación sorprendente de esta tendencia, la de Death Grips, los chicos malos del hip hop experimental. La energía vocal de MC Ride y las frenéticas baterías de Zach Hill se rodean esta vez de sonidos reconocibles del canon del rock (aunque, por supuesto, con su desconcertante toque), desde el flirteo con el metal que supone “Black Paint” al hardcore punk a punto de descomponerse de “Shitshow” o los power chords bañados en eco del poderoso estribillo de “Ha Ha Ha”. Otras músicas hasta ahora poco transitadas por los de Sacramento aparecen aquí y allá: “Little Richard”, que trata sobre la outrage culture de internet que tan bien manipulan pero a la vez critican, empieza sonando a new wave y acaba teniendo algo de Daft Punk. “The Fear” contrasta un sonido cercano al jazz con letras sobre pensamientos suicidas. “Flies” es directamente inclasificable. Para rematar, Death Grips abraza de forma más explícita que nunca su papel en la meme culture, usando al director de Shrek (!) para una pieza de spoken word al principio de “Dilemma”. En medio de toda esta experimentación, conservan la capacidad de crear estribillos adictivos y momentos memorables, aunque sea por lo oscuros que son. En suma: otra entrada de muchos quilates a una discografía única.
14. Dirty Computer – Janelle Monáe
En Dirty Computer, su primer álbum en cinco años, Janelle Monáe ha combinado un hedonismo sincero e irrefrenable con poderosas reivindicaciones feministas, antirracistas y por la libertad sexual (salió del armario como pansexual días antes del lanzamiento) para crear el disco de pop más elogiado del año. Pero dejemos de lado la capacidad de esta polifacética artista para construir historias interconectadas y encarnar personajes, ignoremos los aspectos conceptuales y narrativos del álbum, olvidemos la película que lo acompaña, y vayamos por un momento a lo esencial, lo que está a la base de todo: las canciones. Pues bien: es probable que ningún otro proyecto musical este año tenga una secuencia del nivel de los temas seis a nueve de Dirty Computer. Sin ser conocida como rapera, en “Django Jane” encontramos una de las mejores canciones de hip hop del año, al punto de que el flex de Monáe “If she the G.O.A.T. now, would anybody doubt it?” no resulta exagerado. “Pynk” es una joya de pop electrónico que reivindica el poder femenino con descaro y alegría. “Make Me Feel” es posiblemente el single del año, una reinterpretación del funk deconstruido de “Kiss” que contó, de hecho, con la colaboración de Prince, amigo íntimo de Monáe, antes de su muerte. Y “I Got the Juice” cierra la serie triunfal con ese bajo que parece rebotar sin parar y te obliga a moverte, con la percusión acentuando cada balanceo. Por si quedaba alguna duda después de este despliegue, la inclusiva llamada a filas de “Americans” nos muestra que este disco es la aportación de Monáe a la tarea de construir un mundo donde toda persona, sin importar su color de piel, el género que se le adscriba o a quién desee, pueda disfrutar la vida tanto como ella.
13. 21 – Dani de Morón
Con solo dos discos a sus espaldas, Dani de Morón era ya considerado uno de los guitarristas flamencos esenciales de su generación antes de lanzar este 21, llamado así porque esa cifra tiene una especial significación para el artista. Esto ya indica que estamos ante un disco intensamente personal, y sin embargo se trata del primer álbum en el que Dani toca para el cante. Más aún: es posiblemente el primer disco de un guitarrista flamenco en el que, como si de una antología se tratase, cada palo lo canta un cantaor o cantaora diferente (la mayoría jóvenes, como él); un proyecto que tenía en mente antes incluso de su debut, Cambio de sentido (2012). Se revela aquí la singular personalidad de este artista: su disco más personal es aquel en el que toca para otros, adaptándose a cada uno de ellos. Un ejercicio en las antípodas del preciosismo ensimismado en que es fácil que caiga cualquier guitarrista posterior a Paco de Lucía. Pero el ejercicio de encuentro es mutuo: los cantaores interpretan palos que no son los más familiares para ellos. Y es en ese descentramiento recíproco donde surge la magia, cuando la sublime habilidad de Dani se enamora de las peculiares inflexiones de cada uno de los cantaores. Hay momentos próximos a la perfección: el dulce y sincopado acompañamiento al desgarrado cante de Duquende por seguiriyas (la percusión, discreta pero excelsa en todo el disco, destaca aquí especialmente); el repetido “maúralo, maúralo” de los tangos de Rocío Márquez; la inefable melancolía del final de las malagueñas con Pitingo; o las cantiñas metafísicas de Esperanza Fernández. “Entre soñar y dormir/ hay la misma diferencia/ que entre vivir y morir./ Ni pasa ni se está quieto,/ eso es lo que tiene el tiempo:/ solo puede recordarse/ como se recuerda un sueño”, nos canta, expresiva, y Dani acuna su voz con notas límpidas, nostálgicas, soñadoras. Imposible no asentir a la exclamación de un palmero al acabar el tema: “¡Cómo estás tocando, pisha!”.
12. Violética – Nacho Vegas
Hacía ya cuatro años de aquel Resituación (2014) en que Nacho Vegas había cambiado la dirección de su carrera en solitario. De un crooner canalla y maldito con un ácido sentido del humor y cierta tendencia a la tristeza (una combinación de Dylan, Nick Cave y Nick Drake), pasó a ser un cantautor de los de antes, comprometido. Denunció los estragos de la crisis en la sociedad española, además de reivindicar más que antes sus raíces asturianas. Un EP de elocuente (y presentista) título, Canciones populistas, lo siguió en 2015. No estaba muy claro el camino a seguir para no repetirse. Por eso un álbum doble no parecía, a priori, la idea más acertada. Pero Violética es un enorme triunfo: son dieciocho canciones en las que Nacho despliega las habilidades que ha ido perfeccionando en su dilatada trayectoria. Hay canciones muy políticas, claro está, pero cada una con un giro particular. “Desborde” fantasea con una metafórica inundación que cambia el orden social de arriba abajo. En “Tengo algo que decirle”, juega con la narración hasta que nos damos cuenta de que él y otros manifestantes tienen secuestrado al delegado del gobierno. La escalofriante “Crímenes cantados” cuenta las muertes (asesinatos, reclama) de dos personas en sendos CIEs. Demonios, hasta hay una canción titulada “Ideología”. Pero también encontramos temas muy personales e íntimos, como “Los sabios idiotas”, que Nacho canta a trompicones, como si recordar “aquellos días” fuera demasiado doloroso para cantar a viva voz. Es imposible no reírse con “La última atrocidad”, donde Cristina Martínez (El Columpio Asesino) le sugiere que se castre y la deje en paz, en lo que parece una jocosa deconstrucción de las tendencias machistas en que caía en otros momentos de su carrera. Y la siniestra narración de “Bajo el puente de L’Ará” te deja con ganas de saber qué le pasó exactamente al pobre Olay. Junto a esta madurez y flexibilidad desplegada por el asturiano, hay que reseñar el excelente trabajo del grupo de músicos con quienes ha grabado el álbum, que consiguen mantener una coherencia estética sin que haya dos canciones que suenen iguales. Ah, e inolvidable la forma de cerrar: hay que tener mucha confianza en uno mismo para acabar con algo tan delirante como “A ver la ballena”.
11. Joy as an Act of Resistance – IDLES
Probablemente ningún disco este año tenga un comienzo tan adecuado como “Colossus”. Cinco minutos y cuarenta segundos que empiezan con un simple patrón percusivo en el aro de la caja, al que pronto se suma una sola nota de bajo distorsionada. En seguida escuchamos por primera vez la voz de Joe Talbot, engañosamente suave, que describe su fin de semana con tres palabras que resumen de lo que va este disco: “tender, violent, and queer”. En seguida se unen las guitarras, la batería pasa a marcar poderosamente el ritmo, aparece el repetitivo “goes and it goes and it goes”, y antes de darnos cuenta estamos sepultados por la energía contenida de un grupo que sabe exactamente a dónde te quiere llevar. Pausa. Y estalla. Esto es punk y post punk de lo más sencillo, pero extremadamente efectivo. Y no solo porque su mensaje sea tan positivo: contra la masculinidad tóxica y la homofobia (“Samaritans”), a favor de la inmigración y contra el Brexit (“Danny Nedelko” y “Great”), contra los estándares de belleza de la publicidad (“Television”) y mostrando su vulnerabilidad (la durísima “June” es sobre la hija mortinata de Talbot). Es que el control que tienen estos chicos de su abrasivo sonido es completo. Esto es visible incluso más allá de su excelente capacidad compositiva (“I’m Scum”, sin ir más lejos, funciona como un reloj): también seducen con su versión del clásico del soul “Cry To Me”. Y cierran de nuevo a la perfección con “Rottweiler”, invitando al pogo con esa alegría que derrochan en cada acorde. La alegría como forma de resistencia: qué falta nos hacía este disco.
10. Isolation – Kali Uchis
Aunque llevaba unos años lanzando música propia (tiene un EP de 2015 y varios singles) y apareciendo en canciones ajenas de artistas tan diversos como Tyler, the Creator, Juanes o Gorillaz, la irrupción de Kali Uchis con este Isolation ha sido una grata sorpresa. Está claro que ha sabido asociarse de maravilla: el disco abre con la etérea “Body Language”, anclada a la tierra por el bajo de Thundercat y producida por él en colaboración con Om’Mas Keith. Sounwave, productor de varios hits de Kendrick Lamar, se encarga del dancehall elegante de “Tyrant” (con Jorja Smith). Steve Lacy, de The Internet, y Romil Hemnani, de BROCKHAMPTON, se asocian en la fantasía funky de “Just a Stranger”, donde Uchis interpreta (y dignifica) el papel de “mujer que solo busca el dinero”. Damon Albarn (Gorillaz) devuelve el favor y produce la escapista y sintética “In My Dreams”. Todo un Kevin Parker (Tame Impala) da su aire synth-psicodélico a “Tomorrow”. Y el monstruoso single con Tyler, the Creator y Bootsy Collins, “After the Storm”, con su mensaje acerca de quererse a una misma (“So if you need a hero/ Just look in the mirror/ No one's gonna save you now/ So you better save yourself”), lo producen los chicos de BadBadNotGood. Pero todo este elenco de colaboradores no debe distraer del hecho de que Uchis demuestra un enorme talento lírico, vocal y sobre todo compositivo. Ni en la reggaetonera “Nuestro Planeta”, ni en la física “Your Teeth In My Neck”, ni en español ni en inglés: Uchis no flojea en ninguna de las quince canciones de en torno a tres minutos que conforman el disco. La gente de Tin Pan Alley estaría orgullosa. Pop clásico en su estructura y camaleónico en su sonido: eso nos ofrece esta colombiana afincada en Los Ángeles. Menudo caramelo.
9. Room 25 – Noname
La escena rap de Chicago es una de las más vibrantes e interesantes en la actualidad, y buena parte de la culpa la tiene Fatimah Warner, alias Noname. Si Telefone (2016) fue una tarjeta de presentación ilusionante, con Room 25 ha conseguido el reconocimiento unánime de crítica y público. Desde la primera canción, “Self”, se aprecian tanto las continuidades como los cambios respecto al anterior proyecto. Nuevamente bajo la producción de Phoelix, se mantiene la instrumentación orgánica con raíces en el jazz, que suena incluso más rica en esta ocasión. La voz de Noname suena calmada y sus flows son igual de hábiles, pero tiene más confianza en sí misma y se atreve con cadencias más agresivas y temáticas más crudas e íntimas, más reflexivas. Y sigue teniendo esa capacidad para el one-liner descacharrante: “My pussy wrote a thesis on colonialism”. El resto del disco es una exhibición de versatilidad. La frenética “Blaxploitation” sube aún más la intensidad. En “Prayer Song”, Noname se pone en la piel de un policía corrupto, racista y violento. “Window” habla sobre una apasionada e intensa relación que ya terminó, mezclando lo chulesco (“I know I'm your bitch/ But you're my bitch too”) con el reconocimiento de que aún siente algo por esa persona. En “Don’t Forget About Me” expresa, con un hilo de voz, los miedos que la asaltan en momentos oscuros. Y aunque vuelve a haber muchas colaboraciones, ya no da la sensación de que estas sean muletas para cubrir sus carencias, sino asociaciones genuinas que generan una energía especial (véase “Ace”, con sus colegas de Chicago Smino y Saba). Parece paradójico que una artista que, con este trabajo, presenta ya una identidad tan definida se dé a sí misma un nombre tan anónimo, pero el tema final se encarga de explicar que este pseudónimo le permite ser cualquiera: “noname look like you”. ¡Qué más quisiéramos los demás tener este talento!
8. Wide Awake! – Parquet Courts
Parquet Courts se han ganado su reputación de grupo prolífico, lanzando al menos un proyecto (álbum propio, colaborativo o EP) cada año desde que aparecieron en 2011. En esta ocasión, dejando atrás los fuertes ecos de Pavement que dominaban Human Performance (2016), eligieron como productor a Brian Burton, alias Danger Mouse. Una decisión que podía desconcertar de primeras pero que, escuchado el producto final, no podía haber funcionado mejor. El estilo limpio y refinado de Burton no ha coartado los impulsos ruidistas del grupo, sino que los ha presentado de forma más ordenada. Sus raíces art-punk se perciben claramente en el protagonismo de las guitarras, los arreglos minimalistas con instrumentos extraños y los breves estallidos de canciones como “Normalisation”, “NYC Observation” o “Extinction”. Pero al mismo tiempo se ha producido un fructífero encuentro con el funk que se deja ver en esas potentes líneas de bajo que anclan “Violence” o el adictivo e hiperbailable tema titular. Lo que eleva este cóctel de sonidos son unas letras complejas y políticamente comprometidas, hábilmente insertadas en canciones irresistibles. “Total Football” se puede permitir contener frases propias de una clase de ciencia política (“Collectivism and autonomy are not mutually exclusive”) porque su estructura te mantiene siempre atento al siguiente giro, y todos les salen bien. “Before the Water Gets Too High” nos enfrenta a nuestra inacción ante el cambio climático mientras nos hipnotiza con una sencilla combinación de bajo, omnichord y batería. La preciosa melodía de “Freebird II” nos hace olvidar que trata de la compleja relación de Andrew Savage con su madre drogadicta. No necesitamos entender las letras para disfrutar la divertidísima “Almost Had to Start a Fight/In and Out of Patience” o la militantemente optimista “Tenderness”. Pero cuando ambos aspectos se maridan con tanto éxito, el resultado suele ser, como es el caso, uno de los discos del año.
7. iridescence – BROCKHAMPTON
El ascenso fulgurante de BROCKHAMPTON en el hip hop alternativo en 2017 con la trilogía SATURATION tenía que traducirse en una consagración en 2018. Pero hubo un momento en que parecíamos estar más cerca de la desintegración del colectivo que de esa eclosión definitiva. Tras firmar con RCA, nos habían prometido que tendríamos disco nuevo en primavera cuando Ameer Vann, miembro nuclear de la boy band, fue acusado de abuso sexual por varias ex-parejas. Tras días de silencio, anunciaron que Ameer había sido expulsado del grupo. La crisis de identidad parecía inevitable. Si algo define a este grupo de amigos es que viven y mueren juntos, desde la honestidad brutal y una confianza ciega los unos en los otros. ¿Cómo sobrevivir a la expulsión de un miembro que, además, les había mentido? Han respondido redoblando la apuesta. iridescence, grabado en diez días en Abbey Road Studios, es más raro y ruidoso, pero también más sentimental, que sus trabajos anteriores. Mientras Matt, Kevin y Dom mantienen sus niveles de carisma y técnica en los flows, Merlyn y sobre todo Joba han pasado de secundarios a destacar especialmente. Bearface, por su parte, ha aprendido a insertar su voz serena y grave de formas más variadas y flexibles. Los seis exploran juntos sus dificultades, individuales y grupales: sus problemas de salud mental, la presión de la fama, lo que supone perder a un amigo ante la mirada de todo internet… Lo hacen en cortes grupales que te barren (“J’OUVERT”, “NEW ORLEANS”), en temas cortos e íntimos (“SOMETHING ABOUT HIM”), en canciones tristes pero esperanzadas en las que se atreven a incorporar cuerdas y un coro (“TONYA”, “SAN MARCOS”) o en mezclas proteicas de todo lo anterior (“WEIGHT”, la mejor del álbum, o “FABRIC”). iridescence ha sido número 1 en EE.UU. y, lo que es más importante, es aún mejor que SATURATION. No solo han superado un momento crítico: se han superado artísticamente.
6. Twin Fantasy – Car Seat Headrest
¿A quién se le ocurriría, tras alcanzar al fin cierto éxito con Teens of Denial (2016), regrabar un disco compuesto con diecinueve años y producido con medios precarios? Probablemente a nadie más que a Will Toledo. Angustia adolescente a chorro canalizada en un disco conceptual de indie rock bailable pero lo-fi que suena a The Strokes, pero con proporciones épicas. Lo componen largas canciones, algunas de más de diez minutos, que se construyen concatenando estribillos pegadizos con partes instrumentales que casi se pueden considerar rock progresivo, sin dejar un solo segundo de relleno (usando incluso la baza del comentario meta: “Is it the chorus yet?/ No, it’s just a building of the verse/ So when the chorus does come, it’ll be more rewarding”, dice en “Bodys”). El álbum cuenta la historia de una relación tóxica entre Will y otro chico, mediada por el descubrimiento del sexo y la droga, la vergüenza por ser homosexual, las fantasías (de perfección, de fusión, incluso de ser literalmente devorado por su amante) y el miedo a volverse loco, explorado en la monumental “Beach Life-in-Death”. Combinando frases de gran profundidad dramática (“good stories are bad lives”, en “Sober To Death”) con momentos de patetismo como el mal viaje de “High to Death”, Will nos guía por esta historia de amor destructivo y dependiente. Hacia el final, revela el porqué de esta visita al pasado: con la perspectiva que da el tiempo, ahora puede enfrentarse a los restos de aquel naufragio y entender mejor lo que pasó; y los pequeños cambios que ha ido introduciendo en las letras reflejan esta visión más madura. Ha conseguido cerrar la herida, porque ahora tiene esta obra de arte, este objeto (“these are only lyrics now”), donde ese ideal de una relación perfecta y simbiótica y la realidad de su inviabilidad pueden coexistir. Algo que podrá revisitar siempre (“when I come back, you’ll still be here”), y que nosotros también querremos visitar una y otra vez, para emocionarnos, desesperarnos y bailar con él.

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