Tras
siete años y una breve pero cacareada separación, LCD Soundsystem
han vuelto a sacar disco. El grupo comandado por James Murphy es, sin
lugar a dudas, uno de los experimentos musicales más interesantes y
divertidos de lo que va de siglo. De hecho, si su historia se hubiese
cerrado, como prometieron, en 2011, tras la gira de su glorioso
tercer disco, This Is Happening (2010), y el concierto
del Madison Square Garden,
podríamos hablar sin tapujos de una de las carreras más
heterodoxas, sólidas y coherentes de la historia de la música
popular; cosa que sin duda era intencionada y formaba parte de las
razones para dejarlo después de solo tres discos y en el momento más
dulce de su trayectoria. Personalmente, me aficioné a LCD
Soundsystem después de su separación, y tenía la sensación de
asomarme a una especie de obra impoluta conservada tras un cristal de
metacrilato, pero al mismo tiempo accesible, conmovedora y
rabiosamente bailable. El impacto era tan potente y desarmante como
el de contemplar, digamos, el David de Miguel Ángel, solo que en
lugar de mármol cincelado nos conquistaban con sintetizadores y un
elegante pathos posmoderno. Calidad y autoconciencia se daban la mano
para dejar un legado único.
Independientemente
del contenido de este disco, naturalmente esa imagen se desvaneció
cuando, en la Navidad de 2015, Murphy anunció que volvían. Su
concierto en el Primavera Sound 2016 es la mejor experiencia en vivo
que he tenido: la banda parecía más engrasada que nunca y el repaso
de sus éxitos no dejaba ni un minuto de mediocridad. Pero había
algo de antinatural, inevitablemente, en ver en directo a ese grupo
que, en teoría, formaba ya parte de la historia. Era como ir hoy a
CBGB y encontrarte a una jovencísima Patti Smith tocando ante la
mirada de los miembros de Television. Se rompía el hechizo, y aunque
dejaran claro que su reputación en directo era merecida, las
cualidades míticas se empezaban a diluir: se hacían humanos y su
legado volvía a ser vulnerable.
El
1 de septiembre de este año, al fin, nos llegó el prometido cuarto
álbum. American Dream (2017) vino precedido de tres singles, un
vídeo y bastante hype. Existía la sensación – el deseo – de
que se trataría de un nuevo clásico, de una actualización de lo
que los hizo grandes. A juzgar por lo que publican los
medios musicales, tanto anglosajones
como españoles,
pareciera que así es: American Dream es el mejor retorno posible, es
lo más 2017 de 2017, es una versión menos bailable y más
post-punk, menos alegre y más ominosa, de la banda que maravilló al
mundo. Temo, sin embargo, que los deseos y las expectativas se han
impuesto aquí a la escucha atenta y crítica. Lo cierto, en mi
opinión, es que de lo bueno, de todo eso que tenían de admirable
LCD Soundsystem, apenas queda aquí rastro.
“oh
baby”, la primera canción, presenta la clásica progresión de una
canción de LCD Soundsystem: un instrumento, un sonido, un riff, se
va superponiendo a otro, y otro, y otro, hasta que nos encontramos
con un intrincado edificio hecho de sonidos electrónicos y
sintéticos imbricados con la cálida voz de James Murphy. El
problema, naturalmente, es que en esta ocasión la canción no
“progresa”, no va a ningún lado. El ritmo es apagado y no se
altera en ningún momento, los sonidos se acumulan con una frialdad
robótica y la letra, otro de los puntos fuertes, si bien no tan
consistentes, de la carrera de la banda, no despierta apenas
emociones, en buena medida porque el timbre de la voz es igualmente
gélido. La canción pasa sin pena ni gloria. “other voices”
arranca con un cambio de ritmo más que bienvenido: un ritmo
sincopado de batería y un loop percusivo simple pero adictivo abren
el camino a una línea de bajo que suena a clásico. Pronto entran
los sintes que preparan el terreno para la voz de Murphy y la
guitarra pulsante; una primera estrofa que engancha. Pero no tardan
en aparecer los problemas: la melodía vocal es inexistente, con un
tono plano. La letra es insulsa. Y cuando llega el “estribillo”,
queda claro que lo que condenará a esta canción es la estridencia
insoportable de las voces, que escalan de forma disonante mientras lo
que parece una guitarra distorsionada aumenta el dolor de oídos. Y
no es que el ruido no se pueda utilizar bien, algo que este grupo
llegó a dominar como pocos: es que no se utiliza bien en este caso.
La entrada de Nancy Whang no ayuda: una voz aún más monótona que
no aporta nada, ni emocional ni líricamente. La canción, en última
instancia, pierde su fuerza y se diluye.
“i
used to” es una vuelta al medio tiempo y se pierde en algunos de
los mismos defectos: falta de progresión y una letra que recicla
frases neutras de discos anteriores con el único propósito de
conseguir la rima fácil. Me sobrecoge la sensación general de que
han perdido la capacidad de enganchar. ¿Dónde está la diversión?
¿Dónde las emociones profundas y tristes? Quedan ejercicios
solemnes y aburridos, aderezados con mensajes mecánicos y poco
claros. “change yr mind” prosigue en la línea de la nula
profundidad melódica; pero consigue llamar al menos la atención por
su temática: habla de las dudas y contradicciones de Murphy al
volver a reunir la banda tan poco tiempo después de la sonada
ruptura. "I've just got nothing left to say/I'm in no place to
get it right/And
I'm not dangerous now/The
way I used to be once" pretende ser una honesta confesión de
los motivos que le impulsaron a dejarlo en lo más alto, antes de
perder su capacidad de alterar el panorama musical, de ser relevantes
y "peligrosos". Sin embargo, cuando canta esto a estas
alturas de un disco que por el momento es infumable, estas palabras
se vuelven más una descripción de los defectos del mismo que un
momento de vulnerabilidad. La conclusión, además, es nuevamente
vaga y falta de convicción.
Llevamos
ya 23 minutos de tedio, algo que parece imposible de remontar. Pero
llegamos al momento más novedoso e interesante del disco: la
monumental "how do you sleep?". La percusión que da inicio
al corte es, ahora sí, inquietante y dinámica; una aguda nota de
fondo, que desaparece al cabo de un segundo, anuncia tormenta. Aunque
tardamos más de un minuto en escuchar una voz, al fin se construye
una tensión real. Y cuando entra Murphy ("Standing on the
shore/facing east”) suena realmente como si estuviera cantando
desde un acantilado y el sonido llegase, magnificado de algún modo,
a la otra orilla, donde se encuentra el oyente. La pasión de la voz
es auténtica, y la historia que se cuenta consigue emocionar: habla
sobre su conflicto con su antiguo amigo y colaborador, Tim
Goldsworthy, quien parece que tuvo problemas con la cocaína y robó
dinero a Murphy. A los tres minutos y medio, aparecen unas oscuras y
brutales notas de sintetizador que parece que van a hacer estallar
los altavoces. La canción sigue aumentando su atmósfera opresora,
hasta que la batería entra finalmente poco después de pasados los
cinco minutos. La conclusión no podría ser más sincera y cruel:
Murphy podría hacer como si nada, todo sería como antes, hasta que
se le escapa la acusadora pregunta que da nombre a la canción: ¿cómo
duermes por las noches? "One step forward/And six steps back",
le contestan los coros.
El
disco mejora sensiblemente desde aquí. "tonite", el tercer
single anticipado, que en su momento detesté, me parece el mejor
momento a nivel lírico, el único en que vemos algún tipo de
mensaje claro en las palabras de Murphy. Reflexionando sobre el
hedonismo irreal que transmite la música contemporánea, y el miedo
a la muerte que deja traslucir, concluye con un rabioso manifiesto en
favor de hacerse mayor de forma imperfecta, y contra la idea que se
nos vende de que “You're missing a party that you'll never get
over/You hate the idea that you're wasting your youth/That
you stood in the background until you got older/But that's all lies”.
El Murphy autoconsciente, cool pero honesto, aparece aquí por fin.
La música no es bailable, ni siquiera suena muy original, pero la
pasión de la letra y la voz consiguen elevar esta canción muy por
encima de la media del disco.
A
continuación aparece el doble single lanzado allá por mayo, “call
the police” seguida de “american dream”. La primera, en su
momento, me hizo pensar que este disco podía ser grande; ahora en
cambio, escuchándola con más detenimiento y en el contexto del
disco, dos graves y ya recurrentes defectos la lastran: una letra
ambigua que, en este caso, tiene el problema añadido de que se trata
de la canción “política” del álbum (¡qué mal queda hacer una
canción comprometida y que no se sepa con qué te comprometes!) y
unas melodías vocales mediocres (especialmente visibles en ese “we
don't waste time with love” que destroza la tensión que se va
creando conforme avanza el tema). La segunda, en cambio, posee una de
las pocas melodías poderosas y nostálgicas del disco, de esas que
se te meten en el cerebelo y cuesta quitarse de encima. Sin ser una
de las mejores canciones que hayan escrito nunca, sí es una entrada
digna en su catálogo, en línea con la dureza emocional de “All I
Want” y “I Can Change”.
“emotional
haircut” es uno de los escasos momentos en que el crescendo de la
canción nos conduce a un final apoteósico y desenfrenado. El
mensaje precisamente es el contrario al de “tonite”: obsesionado
con la muerte y el disfrute inmediato mientras se pueda (“Treat
yourself tonight”; “We're gonna toast 'till the bodies all soak
up the bass”). Pero esto es en realidad la plasmación del muy
natural miedo a morir que acompaña al envejecimiento tanto como la
sabiduría desplegada en aquel corte: es su contraparte oscura. Buena
muestra de ello es uno de esos legendarios pareados a los que Murphy
nos tenía acostumbrados: “You’ve got numbers on your phone of
the dead that you can’t delete/And you got life-affirming moments
in your past that you can't repeat”.
El
disco lo cierra la larga pero intimista “black screen”, una
referencia nada velada a su amistad con el fallecido David Bowie. Es
una buena canción, triste y sosegada, que explica los remordimientos
de James por no haber aprovechado más las ocasiones de estar con uno
de sus héroes (en
el estudio,
nada menos), y termina con cinco minutos de pequeños y sencillos
excursos de piano. Pero en la sensación que me deja esta canción se
sintetizan los problemas del álbum: es inevitable recordar (en parte
porque la percusión y los sintes del inicio suenan similares)
Someone Great, una de sus obras maestras, en que ya trataron el tema
de perder a un ser querido con mayor profundidad e inspiración. Del
mismo modo, American Dream es presa, lo quiera o no, de la historia
de un grupo sobresaliente, excepcional, que grabó tres obras
maestras. Su disco homónimo, Sound Of Silver y This Is Happening,
pese a emplear siempre los mismos recursos básicos, plasmaron
enfoques distintos y sonaban diferentes entre sí; el principal
elemento que los unificaba era la excelencia. Aquí tenemos el primer
caso de LCD Soundsystem intentando hacer algo sin éxito, y esto
resulta forzosamente decepcionante.
Pero
esto no debe llevar a error: la decepción la causa la clara falta de
sustancia y dinamismo en un disco que se cae por varias partes, pero
que acusa especialmente un inicio falto de energía e ideas claras.
Esa estructura de los temas de LCD a la que aludía al principio, de
construcción por adición lenta y constante de instrumentos, implica
necesariamente que las canciones acaben por ser largas (el disco son
68 minutos, casi siete minutos de media por corte). Es por ello que
cuatro canciones mediocres e incluso malas al principio del disco se
convierten en su principal defecto, y por momentos en una tortura. La
mejora a partir de ahí es apreciable, pero inconsistente; estamos
ante un ejercicio fallido, tanto en lo musical como en lo lírico,
por parte de una banda que, en su momento, parecía incapaz de
cometer un error. Esto añade un punto de dolor a la experiencia de
escuchar American Dream, pero incluso quienes no tengan ese vínculo
emocional con la banda podrán ver que se trata de un disco pobre: he
ahí el único problema verdadero.
Puntuación: 5.8.
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