Escribo
hoy, año y medio después, para despedirme de una amiga. Es sólo
por un tiempo, pero, a la vez, es el final de una era. Y es que mis
compañeros más fieles estos últimos meses han sido unos ojos
azules, unos rasgos felinos y una risa capaz de hacer temblar las
ventanas de un edificio. Y conversaciones sin prisa. Y silencios
llenos de paz.
Se
va a hacer raro pasar todo un verano sin verte. Es un verano como
cualquier otro, pero esta vez no lo parece. Me despertaré los lunes
y miércoles y pensaré en si hoy comerás en la facultad, y será
gracioso y un poco amargo. Estaré leyendo frente al mar y sentiré
que al silencio le falta una nota para estar completo. Sabes lo mucho
que me alegro de que te vayas, pero ya te lo dije: echo de menos a
las personas con las que creo rutinas.
Pero
no escribo esto para lamentarme, sino al contrario: para celebrar. Ha
pasado mucho tiempo desde que te planté un beso en la frente al
despedirnos para otro verano, después de darle consejos a la extraña
imagen que me había formado de ti, y ese tiempo nos ha sentado bien. Ha desaparecido el velo que en parte creaste tú y en parte inventé yo, y me
doy cuenta de que, en realidad, eres transparente. Creo que eres la
persona más equilibrada que conozco, y tu equilibrio es contagioso.
Gracias por la serenidad que me has regalado.
Has
sido una gran cómplice. Las miserias que nos rodeaban amenazaban con
acabar conmigo, pero ahí estabas tú para reírte de tanta
mezquindad y ahuyentar con tu risa a esos crueles cuervos. Te debo la
mitad de mi salud mental, y nunca podré
agradecértelo lo suficiente.
Ya
sabes que me encanta mentir cuando mis mentiras son promesas. Pero
esta vez no lo haré, porque no me hace falta. Me bastan estos meses
y un paseo a orillas del Donau. Todo lo demás, lo que esté por
venir, será un regalo. Y los regalos no se prometen: se hacen. Así
que, una vez más, como he aprendido a
hacer, callo.
Just
one more thing: have a lovely time up in Plymouth!
xxx
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