5. Some Rap
Songs – Earl Sweatshirt
“Imprecise words”,
enuncia la voz del legendario escritor afroestadounidense James Baldwin, y a
partir de ese momento nos asaltan algo más de veinticuatro minutos de palabras
rimadas con precisión quirúrgica. El tercer disco de estudio de Earl Sweatshirt
está lleno de este tipo de paradojas, empezando por su modesto título: Some Rap Songs. Se trata de un intento
de relativizar un mundo, el del rap, la música y, en último término, el arte,
que llegó a amenazar
con devorar a Thebe Neruda Kgositsile. Y no solo desde que, con dieciséis
años, se convirtió en una celebridad a través de internet como miembro de Odd
Future al mismo tiempo que era enviado por su madre a un internado para adolescentes
en riesgo en Samoa, convirtiendo su figura en una leyenda fuera de su control.
El arte ya formaba parte de su vida por el simple hecho de ser hijo de
Keorapetse Kgositsile, conocido poeta sudafricano (esto explica el segundo
nombre de la criatura), a quien lo unía una relación difícil y eventual desde
que, teniendo Thebe ocho años, se separó de su madre, la prestigiosa académica
Cheryl Harris. Y digo “unía” porque en enero de 2018, cuando el disco estaba
prácticamente terminado, Keorapetse murió, dejando cabos sueltos y nudos ceñidos
en la vida de Thebe. Resulta difícil creer que este álbum, lanzado finalmente
en noviembre tras
un año difícil, no sea íntegramente producto del duelo, porque su atmósfera
pegajosa y opresiva, su sonido fracturado y narcotizado, evoca inmediatamente
el pesado vacío, tan vasto y contradictorio, que se experimenta tras una
pérdida. Earl toma sonidos del jazz estadounidense y sudafricano, los disloca,
los sumerge en una sustancia viscosa y los vuelve a entrelazar. Su voz a menudo
parece atrapada por las bases, al mismo tiempo muy cercana pero amortiguada. Como
si una barrera, una sordina, se interpusiera entre Earl y quienes le
escuchamos; entre Earl y él mismo, incluso. Las letras son, por lo general,
oscuras. Pero lo que se adivina al fondo de cada bajada a los infiernos es una
catarsis, una discontinuidad en esa terrible inmensidad de la depresión, la
adicción y la pérdida. “Sand fallin' out the hourglass/Grand total, it's a
whole lotta raps”, canta en “The Mint”, y podría parecer que lo asfixia la inevitabilidad
de la muerte; pero no, es una liberadora forma de enfocar la insignificancia de
su carrera: “Lotta blood to let, peace to make, fuck a check”, concluye, priorizando
sanarse a ser un artista de éxito. Pero esto no significa que no le importe su
arte: al contrario, como dice en “Nowhere2go”, ha sido trabajar en este disco
lo que le ha sacado del pozo (“Tryna refine this shit, I redefined myself”). Y
el círculo lo cierra enfrentándose a las ausencias, los fantasmas y las heridas
familiares que tanto lo han marcado. Primero “Playing Possum” reúne mediante
samples las voces de su madre y su padre, ella en los agradecimientos al
recibir un premio, él recitando un poema sobre los niños refugiados, que no
tienen hogar (¿como Thebe, en cierto modo?). Después, la terrible “Peanut”,
dirigida a su tío Hugh Masekela, músico de jazz fallecido poco después que su
padre, en la que, borracho y abrumado por el dolor, cuenta su experiencia en el
entierro de Keorapetse (“Picking out his grave, couldn't help but feel out of
place/ (…) Death, it has the sour taste/ Bless my pops, we sent him off and not
an hour late”). Y por último, en la eufórica “Riot!”, en la que samplea a su
tío y deja que sea su juguetona trompeta la que disipe las nieblas y muestre el
camino hacia la paz de espíritu. Esa es la mayor paradoja del disco: relativizando
su propio trabajo, Thebe ha conseguido hacerlo más trascendente que nunca.
4. OIL OF EVERY
PEARL’S UN-INSIDES – SOPHIE
Desde que lanzase sus
primeros singles hace ya más de cinco años, SOPHIE había generado tanto
entusiasmo como intriga. Su música, ese pop electrónico discordante, de sonidos
hipersaturados y elementos ridículamente edulcorados, parecía un producto de
ingeniería genética en que hubiesen tomado el bubblegum pop menos apto para
diabéticos y le hubiesen quitado cualquier viso de organicidad o realidad. ¿Y
quién era la persona tras esta maravilla estética? Nadie lo sabía. En seguida
supimos de su relación con el innovador grupo de productores de PC Music,
quienes comparten su fascinación posmoderna por la estetización extrema y el
consumismo exacerbado. Pero su trabajo recopilatorio, Product (2015), dejó fríos a muchos, al ser un mero agregado de
singles que ya se conocían y no se reforzaban entre sí. A este trabajo le
siguió un silencio en solitario de varios años, aunque SOPHIE no desapareció
del todo, produciendo junto a sus colegas de PC Music para la británica Charli
XCX. Pero faltaba algo más redondo, un producto, nunca mejor dicho, más
terminado y pulido en su conjunto. Entonces, en octubre de 2017, llegó el
primer single promocional y, con el tiempo, primera canción del tracklist de
este disco, “It’s Okay to Cry”. Y ahí teníamos a SOPHIE,
desnuda (literalmente) y saliendo del armario como mujer trans. “I hope you
don’t take this the wrong way/ But I think your inside is your best side”,
canta la escocesa antes del estribillo, usando por primera vez su propia voz, y
anticipando uno de los temas recurrentes del álbum: la dicotomía dentro/fuera,
auténtico/falso. Y es que efectivamente este es ese producto terminado que
esperábamos, y lo es no solo por su música, tan alienígena como siempre pero
más diversa y equilibrada; también las letras han sido muy cuidadas, y nos
cuentan las contradicciones que entraña la búsqueda de identidad en un mundo
obsesionado con la autenticidad pero saturado de artificialidad. En muchos
sentidos, estamos ante un intento de encarnar la utopía posthumana que
feministas como Donna Haraway o Rosi Bradotti han formulado en las últimas
décadas. Así, la infecciosa “Immaterial” expresa al mismo tiempo la sensación
de libertad que acompaña esa trascendencia de las limitaciones humanas (“I
could be anything I want/ Anyhow, anywhere, any place, anyone that I want”) y
el vértigo que acompaña a esa falta de límites (“Without my legs or my hair/
Without my genes or my blood/ With no name and with no type of story/ Where do
I live? Tell me, where
do I exist?”). Y la larguísima canción de cierre,
“Whole New World/Pretend World”, yuxtapone una primera parte en la que todo
parece posible al miedo a que todo eso no pase de ser una impostura. Otras
canciones, como los abrumadores singles “Ponyboy” y “Faceshopping”, indagan en
el deseo (usando imágenes del BDSM) y las consecuencias de aplicar la lógica
consumista a lo más propio e íntimo: tu cara, tu cuerpo (¿o esto es también
superficial y lo que importa es lo que hay “dentro”?). Pero la mejor canción
del disco no es ni podría ser un single. La preciosa “Is It Cold in the Water?”
explora, de forma más oblicua y metafórica que el resto del álbum, lo que
supone lanzarse al abismo sin saber si hay fondo: “I’ve left my home”, canta
Cecile Believe, quien pone voz a SOPHIE en casi todas las canciones, y mientras
pregunta si el agua está fría, la burbujeante música nos indica que ya se ha
sumergido y que no hay vuelta atrás.
3. 2012–2017
– A.A.L. (Against All Logic)
El artista
chileno-estadounidense Nicolas Jaar se hizo conocido a principios de esta
década, cuando su singular primer disco Space
Is Only Noise (2011) recibió elogios tanto de la prensa musical más
generalista como de la especializada en electrónica (fue álbum del año para
Resident Advisor). Desde entonces, su carrera ha seguido una trayectoria tan
idiosincrática como su música. Su segundo álbum, Sirens, no llegó hasta 2016, y en el ínterin lanzó EPs, remixes y
dos bandas sonoras: una para la ganadora de la Palma de Oro Dheepan, y otra no oficial para la
película soviética de los años sesenta El
color de la granada. Pero mientras hacía todo esto, en su sello Other
People había aparecido música bajo el nombre A.A.L. (más tarde extendido a
Against All Logic) con un sonido alejado de su habitual experimentalismo. Ha sido
a principios de 2018 cuando al fin se ha confirmado que esas potentísimas
combinaciones de soul y funk bajo las mimbres de un house cálido y adictivo
eran de hecho producidas por Jaar. Este álbum, que se presenta como una
compilación de canciones producidas entre 2012 y 2017, posee sin embargo una
gran unidad, construida sobre los estados anímicos que genera más que en torno
a un sonido concreto. Es imposible no sentirse extático cuando “Such a Bad Way”
va superponiendo capas de samples hasta crear un posible house tropical mucho
más interesante que su
versión comercial, o ante la paciente y exploratoria reinterpretación que
hace del rave de finales de los ochenta en la última canción, la épica “Rave On
U”. Un éxtasis, sin embargo, que no equivale a desenfreno. Más bien es lo que
se siente cuando un maestro del sonido va tocando todas las cuerdas adecuadas,
jugando con tus expectativas no para subvertirlas, sino para hacerte volver a
entender por qué existen las convenciones musicales de un género: porque es que,
joder, funcionan. Me es imposible
hacer otra cosa que mover la cabeza y el cuerpo entero cuando, poco a poco, una
voz emerge de las profundidades de la mezcla de “Some Kind of Game” exclamando
“Hallelujah! Bring down!”, y tras un instante de pausa la canción sale
propulsada por ese repetitivo piano. Por supuesto, hay detalles extraños marca
de la casa, como la sucia y mecánica percusión con eco que aparece poco después
de empezar “Hopeless”, ese punto al final de “You Are Going to Love Me and
Scream” en que parece que la canción se esté deshaciendo, como cuando un
proyector quema el
celuloide de una película, o los atronadores sonidos distorsionados en
“This Old House Is All I Have” que hacen que parezca verdad la advertencia
inicial del disco: “The foundations of the world are being broken”. Pero estos
sirven más bien para enfatizar lo clásico que suena este disco en su conjunto.
Quizás por eso, esta vez los más puristas no hayan encontrado el
trabajo de Jaar tan interesante. Personalmente, prefiero dejarme llevar por
esos triunfales vientos de “Now U Got Me Hooked”. Es para lo que existe este
disco: para disfrutar sin prejuicios.
2. Antología del Cante Flamenco Heterodoxo – Niño de Elche
La trayectoria de Paco
Contreras, alias Niño de Elche, no dejaba lugar a dudas, pero por si alguien no
se había enterado, el título de este disco es claro: su intención es romper
esquemas. Estamos ante una parodia, casi una sátira (el título
completo es hasta hiriente), de la tradición enciclopédica de las antologías
flamencas, inaugurada por la de Hispavox de 1954 y convertida en dogma por el
mairenismo. Pero es una sátira llena de contenido, no un mero comentario jocoso
sino una declaración de principios. Donde el purismo ve tradición sagrada,
Contreras ve subversión; pero no la suya, no ahora: la subversión es, para el
cantaor y el director artístico del disco, Pedro G. Romero, la característica
más distintiva del flamenco. Así, tras llegar a grabar noventa y nueve
canciones, se hizo una selección de veintisiete, dando lugar a este álbum doble
que dura una hora y cuarenta y seis minutos. La selección, en lugar de basarse,
como es de ley, en los palos, se estructura en torno al orden histórico de
aparición de las canciones tomadas como base. Así, empezamos a finales del
siglo XIX con unas “Soledades de la Pereza” que dicen inspirarse en el
periodista revolucionario Paul Lafargue (yerno de Karl Marx) y acabamos a
finales del XX con unos caracoles basados en una instalación (!) de Isidoro
Valcárcel Medina. Se entiende quizás mejor ahora por qué decía que Contreras,
Romero y Raül Fernández “Refree”, productor del disco, toman como base canciones, porque en ningún caso se trata de
simples versiones. Usando el concepto foucaultiano de archivo, lo que consiguen
es alinear canciones con elementos diversos, aparentemente desconectados, pero
que al unirse en este contexto generan explosiones de significados
insospechados. Así, lo que parecería una labor de excavación de “hechos”
históricos que nos informarían de una tradición asentada, se transforma en un
trabajo creativo que nos muestra caras ocultas de esa historia oficial tantas
veces simplificada. Un ejemplo: la “Caña por Pasodoble de Rafael Romero ‘El
Gallina’” no es simplemente una instancia de cómo los distintivos ritmos
ternarios del flamenco se pueden volver binarios, perdiendo parte de lo que los
hace únicos y mezclándose con otras tradiciones musicales hispanas; es además
un caso más sangrante para el purismo por ser este cantaor quien interpretó la
más clásica y jonda de las cañas en la anteriormente citada Antología de Hispavox. Y bien, tras esta
sesuda explicación, ¿qué tal es el disco? Pues resulta que no es solo un trabajo
abrumador en sus proporciones y pretensiones, sino también en su calidad. Momentos
tan accesibles como el precioso “Fandango cubista de Pepe Marchena” conviven
con arrebatos experimentales como la escalofriante “Canción de cuna de Crumb”. Los
“Fandangos y Canciones del Exilio”, con esas letras “populistas”, como bromeaba
Contreras en un concierto, recopiladas entre republicanos exiliados, conviven
con “El Prefacio de la Malagueña de El Mellizo” con su sublime órgano y su
letra sacada del misal. Casi da igual que algún experimento falle (¿a dónde se
supone que va la “Petenera de Shostakóvich”?) ante la avalancha de ideas
musicales bizarras ejecutadas a la perfección (el trabajo de Refree es, una vez
más, excepcional) y las divertidas excursiones hacia lo más irreverente de la
historia del flamenco (esos “Tanguillos de Cádiz” que cantaba el Beni sobre la
bomba atómica siempre me hacen reír). No sé como flamenco, pero como artista en
sentido amplio Niño de Elche aúna ambición con saber hacer como pocos en el
contexto español.
1. Your Queen Is
a Reptile – Sons of Kemet
Antes de decir nada, seré
honesto: la reseña definitiva de este disco ya ha sido escrita. Podéis leerla aquí.
Una vez aclarado esto, ¿qué os puedo contar? Pues que este disco es un
documento incendiario. Es un despliegue de jazz contemporáneo y bastardo pero
con fuertes anclajes en la historia del género: el bebop, el hard bop y la
libertad creativa de John Coltrane, unidos por una vertiginosa energía
propulsada por dos baterías y conducida por una tuba y un saxofón. Es, además,
un ejercicio de antirracismo, feminismo y afrofuturismo producido por un grupo
de cuatro hombres, tres negros y uno blanco. El propósito de este trabajo, según el saxofonista y líder
Shabaka Hutchings, era “representar lo que significa que tengamos a mujeres
como lideresas”. Primera declaración: nuestras lideresas no son como la
vuestra, no son representantes del imperio, no encarnan siglos de explotación,
no se enriquecieron con la esclavitud, no tienen la sangre azul. Nuestras lideresas
son representantes de nuestra libertad indomable, encarnan la dignidad, portan
consigo la riqueza de saberes despreciados por vuestra civilización, tienen la
piel negra. Nuestras reinas no son mejores que nadie por nacimiento, no son la
viva imagen de la jerarquía y la deshumanización. Esa es vuestra reina: un reptil,
una mentira, una farsa. Vuestra reina está desnuda. Esta impugnación furiosa y
alegre de las formas de opresión en que se asienta la sociedad británica y, por
extensión, la civilización occidental, la acompañan de una reivindicación de la
autoridad de nueve mujeres negras. Desde Albertina Sisulu, integrante del African
National Congress sudafricano, a Harriet Tubman, la abolicionista
estadounidense nacida como esclava. Desde la académica y activista Angela Davis
a Nanny of the Maroons, la lideresa de los africanos esclavizados que se
escaparon y vivieron en comunidades independientes en Jamaica en el siglo
XVIII. A veces lo hacen a través de las palabras de Joshua Idehen, vocalista
invitado, quien no se corta en escupir “Burn UKIP, fuck the Tories/ Fuck the
fascists, end of story” en la inicial “My Queen Is Ada Eastman” (la bisabuela
de Huthcings). En “My Queen is Doreen Lawrence”, el propio Idehen le da la
vuelta al lema de la campaña del Brexit: “Don't wanna take my country back,
mate/ I wanna take my country forward”. Un mensaje que se ve reforzado cuando sabes
que Doreen Lawrence es una activista y política británica-jamaicana cuyo hijo
fue asesinado en un ataque racista, un ejemplo de dignidad ante la pérdida que
ha tenido que exigir justicia durante veinte años hasta que los asesinos de su
hijo fueron condenados. Pero la mayor parte del tiempo, el mensaje está en la
música, en la urgencia incontrolable de “My Queen Is Harriet Tubman”, en el
homenaje al dub de “My Queen Is Mamie Phipps Clark”, con la tuba emulando un
bajo, en los latigazos del saxofón en “My Queen Is Albertina Sisulu”, en la progresión
incendiaria de “My Queen Is Angela Davis”, en la solo aparente calma de “My
Queen Is Yaa Asanteewa”. Y el mensaje llega alto y claro: contra viento y
marea, contra todo pronóstico, contra siglos de violencia, seguimos aquí (“I’m
still here”, repite como un mantra Idehen al final de “My Queen Is Ada Eastman”).
Y somos un arma cargada de futuro.