lunes, 8 de septiembre de 2014

La vida en la nube (I): Relaciones "reales" vs. relaciones virtuales.

Fuente: http://www.nomaspodertv.org/
Las relaciones sociales están cambiando a una velocidad de vértigo. La preeminencia de nuestra vida virtual es cada vez mayor: el peso que asignamos a nuestras comunicaciones por internet y la cantidad de ellas que se producen aumentan cada día. Se trata de un tema apasionante, pero complicadísimo, en el cual es fácil caer en tremendismos o posiciones maniqueas. Esto fue lo que sucedió la otra noche, cuando un grupo de cuatro amigos (dos hombres, dos mujeres) comenzamos a hablar de cómo las nuevas generaciones, y en concreto nuestros hijos en potencia, iban a criarse en un ambiente radicalmente distinto al nuestro, como se puede ya vislumbrar en la generación inmediatamente posterior a la nuestra. Quienes han tenido acceso regular a internet desde la más tierna infancia, y poseen cuentas propias en redes sociales desde antes de los diez años, nos sorprenden a menudo a nosotros, apenas una década mayores (no digamos a sus padres).


El resultado fue una discusión que se alargó más de una hora y que se desarrolló con dos posiciones enfrentadas y manifestamente falsas: frente a una añoranza algo romantizada de los tiempos en que los niños jugaban en las plazas y los vecinos se conocían, un amigo y yo defendíamos las infinitas e inofensivas posibilidades de relación con personas inconcebiblemente distantes que abre internet. Sin embargo, sí que conseguimos, hacia el final de la conversación, llegar a la raíz de nuestra contraposición: la expansión imparable de las redes sociales, planteaban nuestras compañeras, hace que las posibildades de disfrazar nuestro discurso, nuestra imagen y nuestra personalidad aumenten, lo cual resulta de lo más tentador en una etapa como la adolescencia; si unimos esto a otros factores más generales de nuestro contexto social, como el aumento de la cultura de la competencia, el materialismo y consumismo o la progresiva uniformización cultural en torno al modelo estadounidense, la posibilidad de que las relaciones laterales (tan importantes en nuestra cultura europea y mediterránea) se disuelvan son mucho más altas, dado que podemos sustituirlas por relaciones virtuales que podemos controlar y sustituir con más facilidad. El individualismo puede haber encontrado un vehículo atroz en esta herramienta.


Resumiendo muchísimo, mi amigo y yo no estábamos de acuerdo en que las redes sociales y el resto de relaciones virtuales fueran a conducir con tanta probabilidad a fenómenos de esa clase. Pero estábamos muy cansados de una discusión larga y espuria, de modo que lo dejamos ahí. Sin embargo, la reflexión sobre la cultura de internet y las nuevas comunidades que están surgiendo ocupa un lugar importante en mis pensamientos últimamente, así que decidí escribir esta serie de entradas. En ellas no pretendo llegar a conclusiones definitivas, sino más bien colaborar, mediante una reflexión calmada y plasmando mis experiencias online, a estudiar las múltiples facetas de la expansión virtual de nuestras relaciones interpersonales. Asimismo dejaré de lado, simplemente por la imposibilidad de conjugar tantos temas, los problemas culturales generales que señalaron nuestras amigas (el capitalismo cognitivo, por usar un término general).


En esta primera parte, me gustaría explorar uno de los temas que más discutimos: lo diferente que es una relación directa, cara a cara, a una relación virtual, respecto a cuánto podemos saber de la otra persona. Este era uno de los puntos centrales de nuestras amigas: la imagen que se proyecta por internet, tanto a través de nuestras publicaciones como de nuestras interacciones, está muy calculada. Poder pensar detenidamente lo que queremos decir, qué foto queremos publicar y qué artículo sesudo o chorra queremos compartir da una ventaja que no poseemos en las relaciones cara a cara. Las personas a las que vemos en directo nos transmiten involuntariamente mucha información: a través de sus gestos, a través de su comportamiento con otras personas... Dicha información puede camuflarse con mucha facilidad en internet, y es algo que se hace. Nuestra réplica no iba del todo desencaminada: aumentar la cantidad de filtros que pones entre las otras personas y tú es sólo una diferencia de grado; presentamos imágenes de nosotros mismos constantemente, en la vida real tanto como en la virtual. Pero es cierto que los códigos para bloquear la información que transmitimos a través internet son mucho más sofisticados. Ahora bien, eso no quiere decir que no existan formas de captar esos filtros, de desenmascarar a las personas cuando nos presentan una imagen de sí mismos. Había cierta incredulidad por parte de mis compañeras, pero ciertamente es posible identificar "personalidades de Twitter" o "personalidades de Facebook". Es algo que hago con normalidad: sé qué tipo de persona eres por Facebook, por Twitter o por YouTube al cabo de pocos días o semanas de agregarte a mi círculo de relaciones virtuales.


Naturalmente, esto no es lo mismo que "conocer a la otra persona" de forma íntima. Para eso se requieren otro tipo de interacciones, es evidente. Pero por las mismas razones dudo que puedas conocer a las personas de tu lugar de trabajo a nivel íntimo: a no ser que, de nuevo, como con tus amigos de Facebook, tu relación se expanda en otros sentidos, todo lo que conoces de esa persona es quién es en el trabajo. Y lo mismo con tus vecinos (estamos cansados de oír aquello de "siempre saludaba, era una persona muy educada"), tus compañeros de clase, tu panadero o incluso tus primos. Está claro que una fuente primordial de información, el lenguaje corporal, se pierde en la mayoría de interacciones virtuales (no olvidemos Skype, YouTube, los video replies de Ask y otras formas de comunicación audiovisual); pero no es imposible entender a la otra persona: es sólo que los códigos por los cuales puedes reconocer sus rasgos de personalidad son distintos y, seguramente, lleven más trabajo para la mayoría de gente. Voy a poner una frontera, absolutamente convencional, aproximada y discutible, en 1998: los nacidos en este año tenían diez (estaban a las puertas de la preadolescencia) cuando se produjo el boom de Facebook. Los nacidos después pertenecen a una generación virtual distinta a los que nacimos antes.

Fuente: http://sukieblogsformdia5003.wordpress.com/
El punto hasta el cual estas personas se relacionan de forma diferente con internet fue un tema recurrente en la conversación, un hecho que aceptábamos todos; pero los detalles de esta relación eran muy distintos según quién los enunciara. Trataré de formular un esbozo equilibrado de la forma en que, según mi percepción, los adolescentes actuales utilizan internet. Por un lado, la atención que dedican a sus personalidades virtuales puede ser, con mucha facilidad, una vía de escape fácil a los problemas que toda persona adolescente atraviesa. Si no nos gusta nuestra vida diaria, podemos escapar de ella en World of Warcraft, en Twitter o en League of Legends sin demasiados problemas. El gran riesgo de esto es que no aprendamos a lidiar con nuestros problemas reales, ineludibles, y prefiramos construir mundos semificticios (y digo semi porque no hay que restar gratuitamente realidad a las relaciones virtuales: son diferentes, no necesariamente falsas) en los que no tengamos que hacernos cargo de que somos molestamente desordenados o de que nuestros padres no aceptan nuestra forma de vestir. Este mecanismo es antiquísimo, pero desde luego internet lo vuelve mucho más sencillo y accesible. Recomiendo encarecidamente el visionado de la película Her (2013), de Spike Jonze, en la cual se afronta esta cuestión de forma muy interesante y compleja: en ningún momento se presenta la relación entre el protagonista y el sistema operativo de su ordenador (no juzgar sin haberla visto) como ficticia o irreal, a pesar de los prejuicios de otros personajes al respecto, pero sí que se señala la cuestión de que, pese a todas las posibilidades y la flexibilidad que nos otorga internet, lo cierto es que nuestra vida material nos es ineludible, y no podemos simplemente ignorar nuestros conflictos en ella y evadirnos en la nube, porque esos conflictos seguirán allí cuando nos desconectemos.


Pero, con todo, hay un reverso positivo en el uso de internet. En este punto, me parece importante subrayar una cuestión de la que creo que muy poca gente es consciente, y que opino que mis amigas subestimaron el otro día: la aparición de comunidades por internet, y el desarrollo de estas tanto a nivel virtual como físico. Cuando digo que se pueden reconocer rasgos de personalidad en las diversas plataformas online, lo que digo es que el modo en que los usuarios las utilizan da forma colectivamente a ciertas normas no escritas de utilización. Estas normas se refieren a multitud de cosas, desde la forma de escribir, al tipo de contenido que se puede o se debe compartir, pasando por el sentido del humor que se utiliza y se considera aceptable (a subrayar aquí la explosión humorística que ha supuesto Twitter, que diría desde mi ignorancia que ha sido la mayor innovación en el campo del humor desde la aparición del monólogo). El seguimiento o la infracción en diversos grados y en diversos puntos de estas normas definen nuestra personalidad virtual, y a menudo una divergencia profunda produce que una misma red se divida entre culturas de uso distintas: hay quien usa Instagram para colgar fotos de sí mismo/a, hay quien sube fotos de su comida, de su gato, de paisajes impresionantes... Ser capaz de identificar estas sutilezas, sin embargo, requiere un uso intensivo de las redes. Por eso, diría yo, los adolescentes actuales son capaces de seguir este tipo de evoluciones de forma más sencilla e intuitiva que nosotros.


Y digo bien, evoluciones, porque una característica fundamental de las redes es que están en permanente cambio. En dos meses, el panorama puede cambiar de forma radical. Ciertos hechos singulares, como la campaña de Twitter y Tumblr #YesAllWomen para atraer la atención de la sociedad sobre el acoso callejero a las mujeres y la cultura de la violación, o el asesinato de Mike Brown y las posteriores protestas y revueltas en Ferguson, Missouri, redefinen de forma palpable grandes porciones del espacio virtual. Y es aquí donde entra la cuestión de las comunidades: a través de las redes sociales, se crean tramas muy tupidas de interconexiones entre individuos que a menudo acaban derivando en la emergencia de una auténtica comunidad, un grupo de pares. Pueden formarse en torno a cosas tan diversas como Doctor Who o el feminismo, pero son muy reales y muy complejas. Hay dos puntos cruciales, en mi opinión, que las hacen relevantes para este tema: la frecuencia con que se acaban produciendo encuentros físicos entre miembros de las comunidades y la elaboración de normas de convivencia. Con sorprendente frecuencia, las grandes comunidades virtuales crean, por un lado, lugares físicos de encuentro para la comunidad en su conjunto, al mismo tiempo que el contacto entre individuos en comunidades tan grandes posibilita encontrar a personas afines a ti cerca de ti, con lo que la amistad virtual se torna amistad real (de nuevo, sin presuponer que la virtual sea falsa). Las relaciones por internet no tienen por qué quedarse ahí, y convertirse en vías de escape; pueden (y suelen) también volverse presencias físicas importantísimas en tu vida.


Y con la presencia física (aunque no sólo, pues también pasa con la mera convivencia virtual) aparece la necesidad de alcanzar acuerdos de convivencia. Así, las comunidades virtuales están pasando ahora mismo por un interesantísimo proceso de discusión y elaboración colectiva (de nuevo, no necesariamente explícita, pero sí cuando surgen problemas, como en la vida real) de normas y protocolos de respeto mutuo, de creación conjunta y de actuación en caso de no respetarse estos acuerdos. En la próxima entrada hablaré de la comunidad que mejor conozco: YouTube.

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