viernes, 12 de septiembre de 2014

La vida en la nube (III): Dos ejemplos y una invitación.

Mi prima de dieciséis años es muy activa por Twitter y Ask.fm (una red en la que otros usuarios o lectores anónimos hacen preguntas de todo tipo al usuario, y este responde públicamente). A pesar de que nuestra relación no ha sido muy cercana, llevo observando su actividad online varios años. Es una persona "rara", una friki, aficionada a Harry Potter, The Cure, o Quentin Tarantino, y que se ha vestido con algunos rasgos de Gothic Lolita. En consecuencia, su adolescencia está siendo doblemente turbulenta, porque es adolescente, y porque no encaja del todo con la inmensa mayoría de las personas con las que se ve forzada a convivir.
Durante estos años, sin saber muy bien cuáles son las convenciones de Ask o de su tipo de usuario de Twitter, tuve la impresión de que los usaba con afán exhibicionista (como mucha gente piensa cuando ve las redes sociales de gente de su edad). Comparte sus momentos malos, sus aficiones, y contesta preguntas de lo más variopintas, a menudo a personas a las que no conoce y de las que no sabe más que la pregunta que le acaban de hacer. Pero este verano he tenido la oportunidad de acercarme a ella en persona (algo que siempre había sido una posibilidad, pero que seguramente nunca habría hecho de no ser porque me había llamado la atención su personalidad online). Al hacerlo, he descubierto que escribe francamente bien, que no es tan cerrada a las relaciones personales como había pensado y que está progresando a la hora de identificar sus conflictos con otras personas y resolverlos; aunque, naturalmente, le queda mucho camino: por algo tiene dieciséis años. Y, por supuesto, mil cosas más que no habría sabido sólo viendo sus tweets. De modo que sí, hay un aspecto inalienable de las relaciones en persona. Pero al mismo tiempo, conocerla así ha hecho que nuestra relación online se intensifique. Nos mandamos música, fotos, vídeos e información sobre nuestros gustos compartidos. Y esa relación es muy real, está presente en mi vida diaria y no sería posible sin internet. No se trata de un sucedáneo, sino de un complemento. Además, he podido entender mejor, al interactuar por internet con ella (cosa que antes no hacía: era un mero espectador), esa personalidad digital que había prejuzgado: su franqueza no es tanto exhibicionista como reflexiva; usa Twitter y Ask como vía de escape pero también, mediante sus respuestas a preguntas, como vía de introspección y, mediante sus interacciones, como vía de comunicación y de puesta en común de intereses, cuando no puede hacerlo en persona. Así pues, de un acercamiento real, personal, se ha derivado también un acercamiento virtual a su personalidad online, que me ha permitido entender mejor la forma en que interacciona por internet y el papel que estas relaciones juegan en su vida. Resumiendo: invito a todo el mundo a aproximarse sin prejuicios a estas comunidades y a estas personas, a las que juzgamos con mucha facilidad, y a observar lo bueno y lo malo, reconociendo las posibilidades que ofrece al mismo tiempo que señalando los posibles problemas que puede suscitar el inmenso mundo de las relaciones virtuales.
Para concluir esta serie, voy a compartir la experiencia de un compañero libanés (que también ha escrito sobre estos temas) que, recientemente, perdió a su padre. A través de su página de Facebook, fue relatando distintos momentos, desde que le diagnosticaron un cáncer hasta que falleció, pasando por una visita a Líbano para despedirse. En todo momento, personas de los muy diversos lugares en que ha vivido le lanzaron mensajes de apoyo y cariño. Pero el día que se cumplieron dos meses de su muerte, todo confluyó: subió la última foto que se hicieron juntos, y contó la historia inspiradora de su padre, un intelectual progresista en Oriente Medio, de su relación con él y de las palabras más importantes que le había dirigido. La fuerza de la historia y de la inmensa cantidad de mensajes positivos que le llegaron me impactó. Unos días más tarde, subió otra foto, de una hoguera, y explicó cómo, al necestiar contar una historia, simplemente había reunido unos pocos leños y se había puesto a hablar. De pronto, sin que él les hubiese llamado, aparecieron rostros de entre las sombras, los rostros de amigos viejos y nuevos, que se sentaron alrededor del fuego y escucharon atentos su historia. Algunos le sonrieron, le dieron una palmada en la espalda y siguieron su camino, mientras que otros se quedaron para comentar lo que la historia les había parecido y darle ánimos y mucho amor.
Mediante esta bella metáfora, mi amigo quiso decir que la idea de que las redes sociales están acabando con las auténticas relaciones es muy simplista. Un acontecimiento como ese nunca se habría dado sin la existencia de Facebook. En los comentarios de la foto, todos y todas estuvimos de acuerdo: no hay que centrar las críticas en la herramienta, sino en su uso. De modo que si no nos gusta la forma en que utilizamos las redes sociales, sigamos el ejemplo de la comunidad youtuber (y la tendencia general de estos tiempos) y hablemos de lo que no nos gusta, de lo que queremos cambiar. Puede ser a múltiples escalas, desde nuestro círculo cercano de amigos hasta grandes grupos de usuarios de todos los países, pero una discusión grupal es la única vía para paliar los problemas y explotar las ventajas de una herramienta tan potente como es internet.

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