miércoles, 13 de septiembre de 2017

American Dream (2017), de LCD Soundsystem

Tras siete años y una breve pero cacareada separación, LCD Soundsystem han vuelto a sacar disco. El grupo comandado por James Murphy es, sin lugar a dudas, uno de los experimentos musicales más interesantes y divertidos de lo que va de siglo. De hecho, si su historia se hubiese cerrado, como prometieron, en 2011, tras la gira de su glorioso tercer disco, This Is Happening (2010), y el concierto del Madison Square Garden, podríamos hablar sin tapujos de una de las carreras más heterodoxas, sólidas y coherentes de la historia de la música popular; cosa que sin duda era intencionada y formaba parte de las razones para dejarlo después de solo tres discos y en el momento más dulce de su trayectoria. Personalmente, me aficioné a LCD Soundsystem después de su separación, y tenía la sensación de asomarme a una especie de obra impoluta conservada tras un cristal de metacrilato, pero al mismo tiempo accesible, conmovedora y rabiosamente bailable. El impacto era tan potente y desarmante como el de contemplar, digamos, el David de Miguel Ángel, solo que en lugar de mármol cincelado nos conquistaban con sintetizadores y un elegante pathos posmoderno. Calidad y autoconciencia se daban la mano para dejar un legado único.
Independientemente del contenido de este disco, naturalmente esa imagen se desvaneció cuando, en la Navidad de 2015, Murphy anunció que volvían. Su concierto en el Primavera Sound 2016 es la mejor experiencia en vivo que he tenido: la banda parecía más engrasada que nunca y el repaso de sus éxitos no dejaba ni un minuto de mediocridad. Pero había algo de antinatural, inevitablemente, en ver en directo a ese grupo que, en teoría, formaba ya parte de la historia. Era como ir hoy a CBGB y encontrarte a una jovencísima Patti Smith tocando ante la mirada de los miembros de Television. Se rompía el hechizo, y aunque dejaran claro que su reputación en directo era merecida, las cualidades míticas se empezaban a diluir: se hacían humanos y su legado volvía a ser vulnerable.
El 1 de septiembre de este año, al fin, nos llegó el prometido cuarto álbum. American Dream (2017) vino precedido de tres singles, un vídeo y bastante hype. Existía la sensación – el deseo – de que se trataría de un nuevo clásico, de una actualización de lo que los hizo grandes. A juzgar por lo que publican los medios musicales, tanto anglosajones como españoles, pareciera que así es: American Dream es el mejor retorno posible, es lo más 2017 de 2017, es una versión menos bailable y más post-punk, menos alegre y más ominosa, de la banda que maravilló al mundo. Temo, sin embargo, que los deseos y las expectativas se han impuesto aquí a la escucha atenta y crítica. Lo cierto, en mi opinión, es que de lo bueno, de todo eso que tenían de admirable LCD Soundsystem, apenas queda aquí rastro.
oh baby”, la primera canción, presenta la clásica progresión de una canción de LCD Soundsystem: un instrumento, un sonido, un riff, se va superponiendo a otro, y otro, y otro, hasta que nos encontramos con un intrincado edificio hecho de sonidos electrónicos y sintéticos imbricados con la cálida voz de James Murphy. El problema, naturalmente, es que en esta ocasión la canción no “progresa”, no va a ningún lado. El ritmo es apagado y no se altera en ningún momento, los sonidos se acumulan con una frialdad robótica y la letra, otro de los puntos fuertes, si bien no tan consistentes, de la carrera de la banda, no despierta apenas emociones, en buena medida porque el timbre de la voz es igualmente gélido. La canción pasa sin pena ni gloria. “other voices” arranca con un cambio de ritmo más que bienvenido: un ritmo sincopado de batería y un loop percusivo simple pero adictivo abren el camino a una línea de bajo que suena a clásico. Pronto entran los sintes que preparan el terreno para la voz de Murphy y la guitarra pulsante; una primera estrofa que engancha. Pero no tardan en aparecer los problemas: la melodía vocal es inexistente, con un tono plano. La letra es insulsa. Y cuando llega el “estribillo”, queda claro que lo que condenará a esta canción es la estridencia insoportable de las voces, que escalan de forma disonante mientras lo que parece una guitarra distorsionada aumenta el dolor de oídos. Y no es que el ruido no se pueda utilizar bien, algo que este grupo llegó a dominar como pocos: es que no se utiliza bien en este caso. La entrada de Nancy Whang no ayuda: una voz aún más monótona que no aporta nada, ni emocional ni líricamente. La canción, en última instancia, pierde su fuerza y se diluye.
i used to” es una vuelta al medio tiempo y se pierde en algunos de los mismos defectos: falta de progresión y una letra que recicla frases neutras de discos anteriores con el único propósito de conseguir la rima fácil. Me sobrecoge la sensación general de que han perdido la capacidad de enganchar. ¿Dónde está la diversión? ¿Dónde las emociones profundas y tristes? Quedan ejercicios solemnes y aburridos, aderezados con mensajes mecánicos y poco claros. “change yr mind” prosigue en la línea de la nula profundidad melódica; pero consigue llamar al menos la atención por su temática: habla de las dudas y contradicciones de Murphy al volver a reunir la banda tan poco tiempo después de la sonada ruptura. "I've just got nothing left to say/I'm in no place to get it right/And I'm not dangerous now/The way I used to be once" pretende ser una honesta confesión de los motivos que le impulsaron a dejarlo en lo más alto, antes de perder su capacidad de alterar el panorama musical, de ser relevantes y "peligrosos". Sin embargo, cuando canta esto a estas alturas de un disco que por el momento es infumable, estas palabras se vuelven más una descripción de los defectos del mismo que un momento de vulnerabilidad. La conclusión, además, es nuevamente vaga y falta de convicción.
Llevamos ya 23 minutos de tedio, algo que parece imposible de remontar. Pero llegamos al momento más novedoso e interesante del disco: la monumental "how do you sleep?". La percusión que da inicio al corte es, ahora sí, inquietante y dinámica; una aguda nota de fondo, que desaparece al cabo de un segundo, anuncia tormenta. Aunque tardamos más de un minuto en escuchar una voz, al fin se construye una tensión real. Y cuando entra Murphy ("Standing on the shore/facing east”) suena realmente como si estuviera cantando desde un acantilado y el sonido llegase, magnificado de algún modo, a la otra orilla, donde se encuentra el oyente. La pasión de la voz es auténtica, y la historia que se cuenta consigue emocionar: habla sobre su conflicto con su antiguo amigo y colaborador, Tim Goldsworthy, quien parece que tuvo problemas con la cocaína y robó dinero a Murphy. A los tres minutos y medio, aparecen unas oscuras y brutales notas de sintetizador que parece que van a hacer estallar los altavoces. La canción sigue aumentando su atmósfera opresora, hasta que la batería entra finalmente poco después de pasados los cinco minutos. La conclusión no podría ser más sincera y cruel: Murphy podría hacer como si nada, todo sería como antes, hasta que se le escapa la acusadora pregunta que da nombre a la canción: ¿cómo duermes por las noches? "One step forward/And six steps back", le contestan los coros.
El disco mejora sensiblemente desde aquí. "tonite", el tercer single anticipado, que en su momento detesté, me parece el mejor momento a nivel lírico, el único en que vemos algún tipo de mensaje claro en las palabras de Murphy. Reflexionando sobre el hedonismo irreal que transmite la música contemporánea, y el miedo a la muerte que deja traslucir, concluye con un rabioso manifiesto en favor de hacerse mayor de forma imperfecta, y contra la idea que se nos vende de que “You're missing a party that you'll never get over/You hate the idea that you're wasting your youth/That you stood in the background until you got older/But that's all lies”. El Murphy autoconsciente, cool pero honesto, aparece aquí por fin. La música no es bailable, ni siquiera suena muy original, pero la pasión de la letra y la voz consiguen elevar esta canción muy por encima de la media del disco.
A continuación aparece el doble single lanzado allá por mayo, “call the police” seguida de “american dream”. La primera, en su momento, me hizo pensar que este disco podía ser grande; ahora en cambio, escuchándola con más detenimiento y en el contexto del disco, dos graves y ya recurrentes defectos la lastran: una letra ambigua que, en este caso, tiene el problema añadido de que se trata de la canción “política” del álbum (¡qué mal queda hacer una canción comprometida y que no se sepa con qué te comprometes!) y unas melodías vocales mediocres (especialmente visibles en ese “we don't waste time with love” que destroza la tensión que se va creando conforme avanza el tema). La segunda, en cambio, posee una de las pocas melodías poderosas y nostálgicas del disco, de esas que se te meten en el cerebelo y cuesta quitarse de encima. Sin ser una de las mejores canciones que hayan escrito nunca, sí es una entrada digna en su catálogo, en línea con la dureza emocional de “All I Want” y “I Can Change”.
emotional haircut” es uno de los escasos momentos en que el crescendo de la canción nos conduce a un final apoteósico y desenfrenado. El mensaje precisamente es el contrario al de “tonite”: obsesionado con la muerte y el disfrute inmediato mientras se pueda (“Treat yourself tonight”; “We're gonna toast 'till the bodies all soak up the bass”). Pero esto es en realidad la plasmación del muy natural miedo a morir que acompaña al envejecimiento tanto como la sabiduría desplegada en aquel corte: es su contraparte oscura. Buena muestra de ello es uno de esos legendarios pareados a los que Murphy nos tenía acostumbrados: “You’ve got numbers on your phone of the dead that you can’t delete/And you got life-affirming moments in your past that you can't repeat”.
El disco lo cierra la larga pero intimista “black screen”, una referencia nada velada a su amistad con el fallecido David Bowie. Es una buena canción, triste y sosegada, que explica los remordimientos de James por no haber aprovechado más las ocasiones de estar con uno de sus héroes (en el estudio, nada menos), y termina con cinco minutos de pequeños y sencillos excursos de piano. Pero en la sensación que me deja esta canción se sintetizan los problemas del álbum: es inevitable recordar (en parte porque la percusión y los sintes del inicio suenan similares) Someone Great, una de sus obras maestras, en que ya trataron el tema de perder a un ser querido con mayor profundidad e inspiración. Del mismo modo, American Dream es presa, lo quiera o no, de la historia de un grupo sobresaliente, excepcional, que grabó tres obras maestras. Su disco homónimo, Sound Of Silver y This Is Happening, pese a emplear siempre los mismos recursos básicos, plasmaron enfoques distintos y sonaban diferentes entre sí; el principal elemento que los unificaba era la excelencia. Aquí tenemos el primer caso de LCD Soundsystem intentando hacer algo sin éxito, y esto resulta forzosamente decepcionante.
Pero esto no debe llevar a error: la decepción la causa la clara falta de sustancia y dinamismo en un disco que se cae por varias partes, pero que acusa especialmente un inicio falto de energía e ideas claras. Esa estructura de los temas de LCD a la que aludía al principio, de construcción por adición lenta y constante de instrumentos, implica necesariamente que las canciones acaben por ser largas (el disco son 68 minutos, casi siete minutos de media por corte). Es por ello que cuatro canciones mediocres e incluso malas al principio del disco se convierten en su principal defecto, y por momentos en una tortura. La mejora a partir de ahí es apreciable, pero inconsistente; estamos ante un ejercicio fallido, tanto en lo musical como en lo lírico, por parte de una banda que, en su momento, parecía incapaz de cometer un error. Esto añade un punto de dolor a la experiencia de escuchar American Dream, pero incluso quienes no tengan ese vínculo emocional con la banda podrán ver que se trata de un disco pobre: he ahí el único problema verdadero.

Puntuación: 5.8.