miércoles, 10 de septiembre de 2014

La vida en la nube (II): Comunidades virtuales. El ejemplo de YouTube.

Los "creadores de contenido" de YouTube, como se les suele llamar, ganan dinero a través de la publicidad que se inserta en sus vídeos. Hay dos tipos básicos de creadores de contenido o youtubers. Los actuales reyes de YouTube (esto ha pasado a lo largo de 2013 y 2014) son los gamers: personas, generalmente hombres, que se graban a sí mismos jugando a videojuegos y comentando sus partidas. Los hay de Minecraft y de juegos deportivos, por poner dos ejemplos. La cuenta con más suscriptores (personas que piden que se les avise cuando el usuario sube un nuevo vídeo) de todo YouTube es PewDiePie, un sueco afincado en Reino Unido y cuya especialidad son los juegos de terror. En el momento de escribir estas líneas, contaba con 30.186.629 suscriptores. Básicamente, lo que hace es decir muchas chorradas, a veces graciosas, a menudo escatológicas, mientras se caga de miedo al jugar a Doom o Silent Hill. Se gana la vida así. Puede costar entender el atractivo de este modelo de entretenimiento, pero hacer un esfuerzo es interesante.
Captura de pantalla de un vídeo de PewDiePie. Fuente: http://www.muycomputer.com/2014/06/17/eyoutuber-pewdiepie-4-millones
Mi primo de trece años sigue a TBJZL, un gamer británico de origen nigeriano que hace vídeos de sí mismo jugando a FIFA. Cuando le pregunté qué le gustaba de él, me explicó que es muy gracioso. Vive junto a otros siete amigos gamers y su novia en una mansión que se han comprado con el dinero ganado en YouTube, y además de grabarse a sí mismo jugando sólo y con sus amigos, graba bromas pesadas que se gastan y las cuelga en su cuenta. Me contó, casi con admiración, que se grabó a sí mismo en un avión, en el momento de llegar de madrugada al aeropuerto de destino, mientras todos los pasajeros dormían, gritando para despetarles a todos. "Está loco", me dijo. Puede parecer un disparate, pero básicamente, los adolescentes admiran hoy a los gamers del modo en que los baby boomers admiraban a las estrellas de rock: son jóvenes, hacen el imbécil sin importar a quién molesten, y a poder ser molestando a muchos viejos, y se ganan la vida por ello. En este sentido, no creo que sean una amenaza para ellos: son un modo de entretenimiento, que puede presentar unos valores cuestionables, pero que se mantiene generalmente en esa esfera de la diversión, sin afectar al desarrollo normal de las capacidades sociales, de un sentido de la moral y de una visión realista de lo que supone ganarse la vida.
Varios de los youtubers más famosos del Reino Unido. Fuente: www.theguardian.com
Ahora bien, hay una comunidad más antigua, a la que llevo siguiendo varios años, que está compuesta por los vloggers: personas que se graban a sí mismos en sus dormitorios, haciendo vlogs (video-blogs, en los que cuentan, normalmente de forma humorística, sucesos de su vida), sketches y gags, canciones e incluso cortos (a finales de 2013 se lanzó Project: Library, una webserie de cuatro capítulos que, en total, sumaba una hora de metraje) de sorprendente calidad. Esta comunidad, que conozco en más detalle en el Reino Unido, se originó sin embargo en Estados Unidos, en torno a John Green y Hank Green, los VlogBrothers. Muchos de ellos se identifican como nerdfighters (algo así como "luchadores por los frikis"), lanzan su música en su discográfica independiente DFTBA Records (siglas de "Don't Forget To Be Awesome", "no olvides ser genial") y tienen su propia iniciativa benéfica, Project for Awesome. Recomiendo encarecidamente el visionado de al menos algunos capítulos de Becoming YouTube, la webserie documental del periodista y youtuber inglés Benjamin Cook que analizaba muchas peculiaridades de esta comunidad (gran parte de lo que voy a decir a continuación es un resumen o una reelaboración de muchas de las ideas que vierte). Si bien es cierto que, en el año y medio trancurrido desde el comienzo de la serie, YouTube ha cambiado mucho, los últimos capítulos reflejan parte de estos cambios, y parece que va a estrenar nuevos capítulos en breve. En este momento, sin embargo, por un conjunto de razones, la comunidad está en crisis.
El gran detonante fue la revelación, en marzo de este año, de que varios miembros muy conocidos de la comunidad, especialmente Alex Day (uno de los primeros vloggers que alcanzaron la popularidad) y Tom Milsom, habían mantenido (supuestamente) relaciones abusivas con diversas fans jóvenes, tanto a nivel emocional como físico. (Aquí se puede encontrar la historia muy detallada). El shock fue enorme para muchos fans, aunque algunas personas que habían tenido un contacto cercano con la comunidad no se sorprendieron tanto. En todo caso, la respuesta de los VlogBrothers fue inmediata: se pusieron en contacto con quienes realizaron las acusaciones, confirmaron la verosimilitud de sus historias y hablaron con los acusados, que en su mayoría admitieron su culpabilidad (no sin intentar maquillar los hechos). Fueron expulsados de la comunidad, pero muchas voces críticas se alzaron y siguen haciéndolo, especialmente desde Tumblr (refugio de muchos youtubers que no se sentían ya cómodos en la comunidad y la página porque, como he mencionado, sabían algo de lo que estaba pasando), afirmando que la discusión no se ha profundizado lo suficiente, y que lo sucedido no se ha difundido suficientemente por la propia página de YouTube. En cualquier caso, poco a poco se ha iniciado un debate razonado y complejo acerca de cómo la aparición de esa nueva generación de adolescentes ha marcado un gran cambio en la comunidad, al hacer que se produjera una enorme separación entre los youtubers famosos, creadores de contenido, que se ganan la vida con ello, y sus consumidores, en general chicas de 13 a 17 años (que componen hasta un ochenta por ciento de su público). Por ejemplo, la discusión sobre la situación en los gatherings, los puntos de reunión de la comunidad, en los que cada vez más las interacciones se reducen a las de fangirls chillando al ver a sus ídolos de internet, y menos una reunión orientada a compartir experiencias y crear juntos (y donde, por cierto, se produjeron muchos de los casos de abuso) ha sido muy interesante. (La serie de vídeos sobre este tema de Mickeleh, un youtuber estadounidense sexagenario muy amigo de la comunidad de youtubers jóvenes, compendia muy bien la discusión). Los creadores han pedido a sus suscriptores que comprendan que sus vidas son complejas y que lo que presentan en internet es sólo una faceta de sí mismos. Aunque sientan que los conocen, no es así, como prueban los casos de abuso.
Esto parecería dar la razón a mis amigas: las relaciones virtuales llevan a problemas serios en nuestras capacidades para relacionarnos con otras personas, para reconocer cuándo nos mienten o no son sinceras, e incluso para entender bien cómo nuestras acciones afectan a las otras personas. Como arguye Louis C.K., cuando pegamos o insultamos a alguien siendo niños, vemos sus caras y desarrollamos la empatía, entendemos que no les gusta y aprendemos a no hacerlo. Cuando dejamos un comentario en YouTube o twitteamos algo muy ofensivo, no vemos la reacción de la otra persona. Es mucho más fácil decir barbaridades por internet, con la protección de un (relativo) anonimato.
Pero es más complicado que esto: muchas de las fans replicaron (y los youtubers difundieron estas réplicas) que, en su mayoría, eran capaces de entender muy bien que los vloggers presentan a personajes, de ver que son personas complejas como ellas mismas, con sus propios problemas. En cambio, pedían que los creadores les respetaran más, que asumieran que su audiencia son personas inteligentes y se dejaran de tópicos sobre fangirls histéricas. En otras palabras: aquí hay adolescentes actuales, diciéndonos que no son imbéciles enganchados a una pantalla. Son personas inteligentes y con criterio, sólo que se mueven por códigos que nos son ajenos y por impulsos que hemos dejado atrás y, a menudo, nos cuesta comprender. Y ciertamente, están escuchando cuando se producen este tipo de discusiones. Por sintetizar mi tesis: al igual que en la vida real, los adolescentes tropiezan y se equivocan online. Con mucha frecuencia, sin duda. Y desde luego hay aspectos específicos que hacen que las relaciones y la vida online sean peligrosas. Pero creo que la experiencia que adquieran con estos errores virtuales les llevará a aprender, análogamente a como lo harán en la vida real, y también de forma social (no independientemente, individualmente, aislados de los demás usuarios), en estas comunidades en las que las líneas de comunicación son inmensamente tupidas. El flujo rapidísimo de información y la publicidad con que se llevan a cabo las discusiones está llevando a un florecimiento enorme de la discusión crítica sobre temas como el feminismo o el racismo, por poner un ejemplo. Los riesgos son muy reales, pero las ventajas también lo son.
En la próxima entrada compartiré un par de experiencias recientes para ilustrar algunos de estos puntos.

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