sábado, 7 de abril de 2012

La Ley Innata (2008), de Extremoduro


¿Cómo quieres que escriba una canción
si a tu lado no hay reivindicación?
Así empieza el, de momento, penúltimo álbum de la larga carrera de Extremoduro; un disco que llegó después de un silencio de seis años, el más largo mantenido por Robe Iniesta y los suyos. No es casual, claro. Muchos fans estaban preocupados por la aparente incapacidad del extremeño para escribir. Pero Robe se encargó de despejar toda duda con un disco rotundo, redondo, brillante, con el que suceder al que muchos aún consideran su mejor disco, Yo, Minoría Absoluta (2002). De hecho, este disco avivó la discusión acerca de cuál de los dos era mejor. Más adelante daré mi opinión a este respecto.

El álbum retoma, de forma diferente, la idea del Pedrá (1995): un disco que es una canción. Sin embargo, donde en aquel había una única pista, en este hay seis. Seis temas entrelazados y estructurados como una sinfonía de cuatro movimientos, más una introducción y un epílogo. La consistencia del disco proviene de esa íntima relación entre los temas, esa sensación de que, en realidad, no estamos ante canciones distintas, sino más bien ante distintos aspectos de una misma canción. Esto lo consigue Robe mediante la utilización de motivos y metáforas recurrentes (como el estribillo del Primer Movimiento, que reaparece en el segundo y el cuarto), demostrando que se ha convertido en un escritor muy sólido y hábil. Se nota también que, durante ese prolongado período de silencio, escribió una novela: el carácter sorprendentemente circular del álbum, con la Coda Flamenca que recupera y resuelve los problemas que planteaba esa joya llamada Dulce Introducción al Caos (“Se rompió la cadena que ataba el reloj a las horas”, una de las mejores frases que jamás ha escrito Iniesta), es otra demostración de destreza e ingenio.

Por otro lado, más allá del despliegue de recursos, Robe consigue, más que nunca, emocionar de verdad al contar una historia. Nos presenta al protagonista feliz, enamorado, y nos expone su caída a los infiernos para cerrar con una solución que explica la razón de ser del disco: cantar su historia para cicatrizar las heridas. Y nos narra todo esto tanto a través de la música como de la letra: el monumental Segundo Movimiento consiste en once minutos de melodías entrecruzadas y cambios de ritmo que nos guían por las tinieblas y los breves momentos de esperanza que vive el protagonista; el Cuarto Movimiento adquiere un tono suave y melancólico para mostrar la nueva actitud de éste ante su soledad. Una y otra vez, Extremoduro nos sorprende y nos conmueve, tejiendo una historia que, además, gana con las escuchas.

Si hay que ponerle un pero (que lo tiene) es el Tercer Movimiento. Resulta sorprendente que una canción subtitulada “Lo de Dentro” le funcione tan mal a un escritor introspectivo como Iniesta, pero es así. Se intuye lo que pretendía, pero a todas luces yerra. Está sobrecargado y poco inspirado, en contraste con la aparente facilidad con que el resto de canciones evolucionan y se cierran. Pero está claro que, pese a todo, La Ley Innata resiste sin problemas este bache para culminar con un final perfecto. El álbum deja un regusto agridulce al terminar, y se macera en el recuerdo hasta que sentimos que hemos vivido esa historia, que los personajes son viejos amigos, y que para rencontrarnos con ellos no hay más que volver a darle al play. Como los buenos libros.

Puntuación: 9.5

Por cierto, respecto de la polémica en torno a cuál es el mejor disco de Extremoduro: aunque está claro que este es más disco, y funciona más como unidad, aún prefiero el Yo, Minoría Absoluta. Creo que su mejor momento como compositor llegó entonces, aunque como escritor haya mejorado (y el Material Defectuoso parece confirmar esta tendencia), y prueba de ello son canciones como Standby, La vereda de la puerta de atrás, Puta, Cerca del Suelo y A fuego. Además, en ese álbum todas las canciones son buenas, incluso Luce la Oscuridad y la Canción Sordida. Eso es algo que La Ley Innata no tiene.

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