15. Year of the
Snitch – Death Grips
Este año se ha
confirmado que el hip hop se está acercando al rock. Cada vez es más frecuente
escuchar guitarras en las bases de canciones de rap y trap, tanto en lo
mainstream como en lo underground y en todo lo que hay en medio. Se está
haciendo de formas elegantes y… otras menos. Desde cosas que suenan a lo peor
del nu metal hasta una curiosa resurrección del emo. Pero para interpretación
sorprendente de esta tendencia, la de Death Grips, los chicos malos del hip hop
experimental. La energía vocal de MC Ride y las frenéticas baterías de Zach
Hill se rodean esta vez de sonidos reconocibles del canon del rock (aunque, por
supuesto, con su desconcertante toque), desde el flirteo con el metal que
supone “Black Paint” al hardcore punk a punto de descomponerse de “Shitshow” o
los power chords bañados en eco del poderoso estribillo de “Ha Ha Ha”. Otras
músicas hasta ahora poco transitadas por los de Sacramento aparecen aquí y
allá: “Little Richard”, que trata sobre la outrage
culture de internet que tan bien manipulan pero a la vez critican, empieza
sonando a new wave y acaba teniendo algo de Daft Punk. “The Fear” contrasta un
sonido cercano al jazz con letras sobre pensamientos suicidas. “Flies” es
directamente inclasificable. Para rematar, Death Grips abraza de forma más
explícita que nunca su papel en la meme
culture, usando al director de Shrek (!) para una pieza de spoken word al principio de “Dilemma”.
En medio de toda esta experimentación, conservan la capacidad de crear
estribillos adictivos y momentos memorables, aunque sea por lo oscuros que son.
En suma: otra entrada de muchos quilates a una discografía única.
14. Dirty Computer – Janelle Monáe
En Dirty Computer, su primer álbum en cinco años, Janelle Monáe ha
combinado un hedonismo sincero e irrefrenable con poderosas reivindicaciones
feministas, antirracistas y por la libertad sexual (salió del armario como
pansexual días antes del lanzamiento) para crear el disco de pop más elogiado
del año. Pero dejemos de lado la capacidad de esta polifacética artista para
construir historias interconectadas y encarnar personajes, ignoremos los
aspectos conceptuales y narrativos del álbum, olvidemos la película que lo
acompaña, y vayamos por un momento a lo esencial, lo que está a la base de
todo: las canciones. Pues bien: es probable que ningún otro proyecto musical
este año tenga una secuencia del nivel de los temas seis a nueve de Dirty Computer. Sin ser conocida como
rapera, en “Django Jane” encontramos una de las mejores canciones de hip hop
del año, al punto de que el flex de
Monáe “If she the G.O.A.T. now, would anybody doubt it?” no resulta exagerado. “Pynk”
es una joya de pop electrónico que reivindica el poder femenino con descaro y
alegría. “Make Me Feel” es posiblemente el single del año, una reinterpretación
del funk deconstruido de “Kiss” que contó, de hecho, con la colaboración de
Prince, amigo íntimo de Monáe, antes de su muerte. Y “I Got the Juice” cierra
la serie triunfal con ese bajo que parece rebotar sin parar y te obliga a
moverte, con la percusión acentuando cada balanceo. Por si quedaba alguna duda
después de este despliegue, la inclusiva llamada a filas de “Americans” nos
muestra que este disco es la aportación de Monáe a la tarea de construir un
mundo donde toda persona, sin importar su color de piel, el género que se le
adscriba o a quién desee, pueda disfrutar la vida tanto como ella.
13. 21 –
Dani de Morón
Con solo dos discos a
sus espaldas, Dani de Morón era ya considerado uno de los guitarristas
flamencos esenciales de su generación antes de lanzar este 21, llamado así porque
esa cifra tiene una especial significación para el artista. Esto ya indica que
estamos ante un disco intensamente personal, y sin embargo se trata del primer álbum
en el que Dani toca para el cante. Más aún: es posiblemente el primer disco de
un guitarrista flamenco en el que, como si de una antología se tratase, cada palo lo canta un cantaor o
cantaora diferente (la mayoría jóvenes, como él); un proyecto que tenía en
mente antes incluso de su debut, Cambio
de sentido (2012). Se revela aquí la singular personalidad de este artista:
su disco más personal es aquel en el que toca para otros, adaptándose a cada
uno de ellos. Un ejercicio en las antípodas del preciosismo ensimismado en que
es fácil que caiga cualquier guitarrista posterior a Paco de Lucía. Pero el
ejercicio de encuentro es mutuo: los cantaores interpretan palos que no son los
más familiares para ellos. Y es en ese descentramiento recíproco donde surge la
magia, cuando la sublime habilidad de Dani se enamora de las peculiares
inflexiones de cada uno de los cantaores. Hay momentos próximos a la
perfección: el dulce y sincopado acompañamiento al desgarrado cante de Duquende
por seguiriyas (la percusión, discreta pero excelsa en todo el disco, destaca
aquí especialmente); el repetido “maúralo, maúralo” de los tangos de Rocío
Márquez; la inefable melancolía del final de las malagueñas con Pitingo; o las
cantiñas metafísicas de Esperanza Fernández. “Entre soñar y dormir/ hay la
misma diferencia/ que entre vivir y morir./ Ni pasa ni se está quieto,/ eso es
lo que tiene el tiempo:/ solo puede recordarse/ como se recuerda un sueño”, nos
canta, expresiva, y Dani acuna su voz con notas límpidas, nostálgicas,
soñadoras. Imposible no asentir a la exclamación de un palmero al acabar el
tema: “¡Cómo estás tocando, pisha!”.
12. Violética
– Nacho Vegas
Hacía ya cuatro años de
aquel Resituación (2014) en que Nacho
Vegas había cambiado la dirección de su carrera en solitario. De un crooner
canalla y maldito con un ácido sentido del humor y cierta tendencia a la tristeza
(una combinación de Dylan, Nick Cave y Nick Drake), pasó a ser un cantautor de
los de antes, comprometido. Denunció los estragos de la crisis en la sociedad
española, además de reivindicar más que antes sus raíces asturianas. Un EP de
elocuente (y presentista) título, Canciones
populistas, lo siguió en 2015. No estaba muy claro el camino a seguir para
no repetirse. Por eso un álbum doble no parecía, a priori, la idea más acertada.
Pero Violética es un enorme triunfo:
son dieciocho canciones en las que Nacho despliega las habilidades que ha ido
perfeccionando en su dilatada trayectoria. Hay canciones muy políticas, claro
está, pero cada una con un giro particular. “Desborde” fantasea con una
metafórica inundación que cambia el orden social de arriba abajo. En “Tengo
algo que decirle”, juega con la narración hasta que nos damos cuenta de que él
y otros manifestantes tienen secuestrado al delegado del gobierno. La
escalofriante “Crímenes cantados” cuenta las muertes (asesinatos, reclama) de
dos personas en sendos CIEs. Demonios, hasta hay una canción titulada “Ideología”.
Pero también encontramos temas muy personales e íntimos, como “Los sabios
idiotas”, que Nacho canta a trompicones, como si recordar “aquellos días” fuera
demasiado doloroso para cantar a viva voz. Es imposible no reírse con “La última
atrocidad”, donde Cristina Martínez (El Columpio Asesino) le sugiere que se
castre y la deje en paz, en lo que parece una jocosa deconstrucción de las
tendencias machistas en que caía en otros momentos de su carrera. Y la
siniestra narración de “Bajo el puente de L’Ará” te deja con ganas de saber qué
le pasó exactamente al pobre Olay. Junto a esta madurez y flexibilidad
desplegada por el asturiano, hay que reseñar el excelente trabajo del grupo de
músicos con quienes ha grabado el álbum, que consiguen mantener una coherencia
estética sin que haya dos canciones que suenen iguales. Ah, e inolvidable la
forma de cerrar: hay que tener mucha confianza en uno mismo para acabar con
algo tan delirante como “A ver la ballena”.
11. Joy as an
Act of Resistance – IDLES
Probablemente ningún
disco este año tenga un comienzo tan adecuado como “Colossus”. Cinco minutos y
cuarenta segundos que empiezan con un simple patrón percusivo en el aro de la
caja, al que pronto se suma una sola nota de bajo distorsionada. En seguida
escuchamos por primera vez la voz de Joe Talbot, engañosamente suave, que
describe su fin de semana con tres palabras que resumen de lo que va este disco:
“tender, violent, and queer”. En seguida se unen las guitarras, la batería pasa
a marcar poderosamente el ritmo, aparece el repetitivo “goes and it goes and it
goes”, y antes de darnos cuenta estamos sepultados por la energía contenida de
un grupo que sabe exactamente a dónde te quiere llevar. Pausa. Y estalla. Esto
es punk y post punk de lo más sencillo, pero extremadamente efectivo. Y no solo
porque su mensaje sea tan positivo: contra la masculinidad tóxica y la
homofobia (“Samaritans”), a favor de la inmigración y contra el Brexit (“Danny
Nedelko” y “Great”), contra los estándares de belleza de la publicidad
(“Television”) y mostrando su vulnerabilidad (la durísima “June” es sobre la
hija mortinata de Talbot). Es que el control que tienen estos chicos de su
abrasivo sonido es completo. Esto es visible incluso más allá de su excelente
capacidad compositiva (“I’m Scum”, sin ir más lejos, funciona como un reloj): también
seducen con su versión del clásico del soul “Cry To Me”. Y cierran de nuevo a
la perfección con “Rottweiler”, invitando al pogo con esa alegría que derrochan
en cada acorde. La alegría como forma de resistencia: qué falta nos hacía este
disco.
10. Isolation
– Kali Uchis
Aunque llevaba unos
años lanzando música propia (tiene un EP de 2015 y varios singles) y
apareciendo en canciones ajenas de artistas tan diversos como Tyler, the
Creator, Juanes o Gorillaz, la irrupción de Kali Uchis con este Isolation ha sido una grata sorpresa.
Está claro que ha sabido asociarse de maravilla: el disco abre con la etérea
“Body Language”, anclada a la tierra por el bajo de Thundercat y producida por
él en colaboración con Om’Mas Keith. Sounwave, productor de varios hits de
Kendrick Lamar, se encarga del dancehall elegante de “Tyrant” (con Jorja Smith).
Steve Lacy, de The Internet, y Romil Hemnani, de BROCKHAMPTON, se asocian en la
fantasía funky de “Just a Stranger”, donde Uchis interpreta (y dignifica) el
papel de “mujer que solo busca el dinero”. Damon Albarn (Gorillaz) devuelve el
favor y produce la escapista y sintética “In My Dreams”. Todo un Kevin Parker
(Tame Impala) da su aire synth-psicodélico a “Tomorrow”. Y el monstruoso single
con Tyler, the Creator y Bootsy Collins, “After the Storm”, con su mensaje
acerca de quererse a una misma
(“So if you need a hero/ Just look in the mirror/ No one's gonna save you now/
So you better save yourself”), lo producen los chicos de BadBadNotGood. Pero
todo este elenco de colaboradores no debe distraer del hecho de que Uchis
demuestra un enorme talento lírico, vocal y sobre todo compositivo. Ni en la
reggaetonera “Nuestro Planeta”, ni en la física “Your Teeth In My Neck”, ni en
español ni en inglés: Uchis no flojea en ninguna de las quince canciones de en
torno a tres minutos que conforman el disco. La gente de Tin Pan Alley estaría
orgullosa. Pop clásico en su estructura y camaleónico en su sonido: eso nos
ofrece esta colombiana afincada en Los Ángeles. Menudo caramelo.
9. Room 25 – Noname
La escena rap de
Chicago es una de las más vibrantes e interesantes en la actualidad, y buena
parte de la culpa la tiene Fatimah Warner, alias Noname. Si Telefone (2016) fue una tarjeta de
presentación ilusionante, con Room 25
ha conseguido el reconocimiento unánime de crítica y público. Desde la primera
canción, “Self”, se aprecian tanto las continuidades como los cambios respecto al
anterior proyecto. Nuevamente bajo la producción de Phoelix, se mantiene la
instrumentación orgánica con raíces en el jazz, que suena incluso más rica en
esta ocasión. La voz de Noname suena calmada y sus flows son igual de hábiles,
pero tiene más confianza en sí misma y se atreve con cadencias más agresivas y temáticas
más crudas e íntimas, más reflexivas. Y sigue teniendo esa capacidad para el one-liner descacharrante: “My pussy
wrote a thesis on colonialism”. El resto del disco es una exhibición de
versatilidad. La frenética “Blaxploitation” sube aún más la intensidad. En
“Prayer Song”, Noname se pone en la piel de un policía corrupto, racista y
violento. “Window” habla sobre una apasionada e intensa relación que ya
terminó, mezclando lo chulesco (“I know I'm your bitch/ But you're my bitch too”)
con el reconocimiento de que aún siente algo por esa persona. En “Don’t Forget
About Me” expresa, con un hilo de voz, los miedos que la asaltan en momentos
oscuros. Y aunque vuelve a haber muchas colaboraciones, ya no da la sensación
de que estas sean muletas para cubrir sus carencias, sino asociaciones genuinas
que generan una energía especial (véase “Ace”, con sus colegas de Chicago Smino
y Saba). Parece paradójico que una artista que, con este trabajo, presenta ya
una identidad tan definida se dé a sí misma un nombre tan anónimo, pero el tema
final se encarga de explicar que este pseudónimo le permite ser cualquiera: “noname
look like you”. ¡Qué más quisiéramos los demás tener este talento!
8. Wide Awake!
– Parquet Courts
Parquet Courts se han
ganado su reputación de grupo prolífico, lanzando al menos un proyecto
(álbum propio, colaborativo o EP) cada año desde que aparecieron en 2011. En
esta ocasión, dejando atrás los fuertes ecos de Pavement que dominaban Human Performance (2016), eligieron como
productor a Brian Burton, alias Danger Mouse. Una decisión que podía
desconcertar de primeras pero que, escuchado el producto final, no podía haber
funcionado mejor. El estilo limpio y refinado de Burton no ha coartado los
impulsos ruidistas del grupo, sino que los ha presentado de forma más ordenada.
Sus raíces art-punk se perciben claramente en el protagonismo de las guitarras,
los arreglos minimalistas con instrumentos extraños y los breves estallidos de
canciones como “Normalisation”, “NYC Observation” o “Extinction”. Pero al mismo
tiempo se ha producido un fructífero encuentro con el funk que se deja ver en esas
potentes líneas de bajo que anclan “Violence” o el adictivo e hiperbailable
tema titular. Lo que eleva este cóctel de sonidos son unas letras complejas y
políticamente comprometidas, hábilmente insertadas en canciones irresistibles. “Total
Football” se puede permitir contener frases propias de una clase de ciencia política
(“Collectivism and autonomy are not mutually exclusive”) porque su estructura
te mantiene siempre atento al siguiente giro, y todos les salen bien. “Before
the Water Gets Too High” nos enfrenta a nuestra inacción ante el cambio
climático mientras nos hipnotiza con una sencilla combinación de bajo,
omnichord y batería. La preciosa melodía de “Freebird II” nos hace olvidar que
trata de la compleja relación de Andrew Savage con su madre drogadicta. No necesitamos
entender las letras para disfrutar la divertidísima “Almost Had to Start a
Fight/In and Out of Patience” o la militantemente optimista “Tenderness”. Pero
cuando ambos aspectos se maridan con tanto éxito, el resultado suele ser, como
es el caso, uno de los discos del año.
7. iridescence –
BROCKHAMPTON
El ascenso fulgurante
de BROCKHAMPTON en el hip hop alternativo en 2017 con la trilogía SATURATION tenía que traducirse en una
consagración en 2018. Pero hubo un momento en que parecíamos estar más cerca de
la desintegración del colectivo que de esa eclosión definitiva. Tras firmar con
RCA, nos habían prometido que tendríamos disco nuevo en primavera cuando Ameer
Vann, miembro nuclear de la boy band,
fue acusado de abuso sexual por varias ex-parejas. Tras días de silencio,
anunciaron que Ameer había sido expulsado del grupo. La crisis de identidad
parecía inevitable. Si algo define a este grupo de amigos es que viven y mueren
juntos, desde la honestidad brutal y una confianza ciega los unos en los otros.
¿Cómo sobrevivir a la expulsión de un miembro que, además, les había mentido? Han
respondido redoblando la apuesta. iridescence,
grabado en diez días en Abbey Road Studios, es más raro y ruidoso, pero también
más sentimental, que sus trabajos anteriores. Mientras Matt, Kevin y Dom
mantienen sus niveles de carisma y técnica en los flows, Merlyn y sobre todo
Joba han pasado de secundarios a destacar especialmente. Bearface, por su
parte, ha aprendido a insertar su voz serena y grave de formas más variadas y
flexibles. Los seis exploran juntos sus dificultades, individuales y grupales:
sus problemas de salud mental, la presión de la fama, lo que supone perder a un
amigo ante la mirada de todo internet… Lo hacen en cortes grupales que te
barren (“J’OUVERT”, “NEW ORLEANS”), en temas cortos e íntimos (“SOMETHING ABOUT
HIM”), en canciones tristes pero esperanzadas en las que se atreven a
incorporar cuerdas y un coro (“TONYA”, “SAN MARCOS”) o en mezclas proteicas de
todo lo anterior (“WEIGHT”, la mejor del álbum, o “FABRIC”). iridescence ha sido número 1 en EE.UU.
y, lo que es más importante, es aún mejor que SATURATION. No solo han superado un momento crítico: se han
superado artísticamente.
6. Twin Fantasy – Car Seat Headrest
¿A quién se le
ocurriría, tras alcanzar al fin cierto éxito con Teens of Denial (2016), regrabar un disco compuesto con diecinueve
años y producido con medios precarios? Probablemente a nadie más que a Will
Toledo. Angustia adolescente a chorro canalizada en un disco conceptual de
indie rock bailable pero lo-fi que suena a The Strokes, pero con proporciones
épicas. Lo componen largas canciones, algunas de más de diez minutos, que se
construyen concatenando estribillos pegadizos con partes instrumentales que casi
se pueden considerar rock progresivo, sin dejar un solo segundo de relleno
(usando incluso la baza del comentario meta: “Is it the chorus yet?/ No, it’s just a building of the verse/ So when the
chorus does come, it’ll be more rewarding”, dice en “Bodys”). El
álbum cuenta la historia de una relación tóxica entre Will y otro chico,
mediada por el descubrimiento del sexo y la droga, la vergüenza por ser
homosexual, las fantasías (de perfección, de fusión, incluso de ser
literalmente devorado por su amante) y el miedo a volverse loco, explorado en
la monumental “Beach Life-in-Death”. Combinando frases de gran profundidad
dramática (“good stories are bad lives”, en “Sober To Death”) con momentos de
patetismo como el mal viaje de “High to Death”, Will nos guía por esta historia
de amor destructivo y dependiente. Hacia el final, revela el porqué de esta
visita al pasado: con la perspectiva que da el tiempo, ahora puede enfrentarse
a los restos de aquel naufragio y entender mejor lo que pasó; y los pequeños
cambios que ha ido introduciendo en las letras reflejan esta visión más madura.
Ha conseguido cerrar la herida, porque ahora tiene esta obra de arte, este
objeto (“these are only lyrics now”), donde ese ideal de una relación perfecta
y simbiótica y la realidad de su inviabilidad pueden coexistir. Algo que podrá
revisitar siempre (“when I come back, you’ll still be here”), y que nosotros
también querremos visitar una y otra vez, para emocionarnos, desesperarnos y
bailar con él.
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